miércoles, 23 de septiembre de 2020

Del trabajo de la Angustia a través del Masaje y el esquizoanálisis.



De la angustia a través de los masajes

Si navego en dirección de las trazas sensibles de la angustia, aparece un vibrar expansivo de olas rítmicas que traspasan la piel desde su centro, un devenir del plexo solar y un tambor batiente de ritmos oscilantes de picos altos y duros; oleaje de hondas y profundas crestas de espuma afilada que corta hasta la superficie temblorosa de mis músculos de corazón acelerado. Lo demás, son reacciones al llamado de la angustia: Enconcharse como caracola, el vientre endurecido, el cansancio, las obsesiones y la reacción asmática como intentos fallidos de huida y de respuesta. 
Un buen analista diría que han fallado los mecanismos de represión, y, sí, tendría que decir que fallaron. Así, la angustia encadenaba como tirada de fichas con una afectación pulmonar.

Sin duda la angustia deviene signo, muy distinto del miedo. Pues a diferencia del miedo, la angustia, en tanto signo “abre a lo indefinido del frenesí de la imaginación y la memoria”. Pero, por esto mismo, emerge como posibilidad de abrir a la percepción a ver de modos distintos nuestra realidad. Irrupción de tambor batiente que, a veces no se liga a santo, signo, ni seña, y puede permanecer batiente e incansable como nudo que ni se detiene ni avanza, como el golpeteo implacable e inmóvil que saliera de un sueño anunciando lo desconocido y el terror. 

Más, ¿Qué sería de su deriva si no opongo resistencia alguna, ni me obstino con hacerle hablar? Cazar el instante, las condiciones propicias para descender a lo desconocido y sagrado del cuerpo.  Seguir su llamado que anuncia el límite de mi lenguaje. Movimiento de ser angustia, a la espera de su despliegue. Movimiento al límite del propio conocimiento. 

Las resistencias van cediendo, liberando a un gozo profundo; no porque la angustia se vuelva algo agradable (sensación que abre a la transgresión de una intimidad que irrumpe al par desconocida y amenazante capaz de sacudir al cuerpo) sino por el instante por el que emerge la certeza de ser, de ser angustia entre una multiplicidad de fuerzas permeables. 

Despliegue y producción de saber de una herida viva, que vive en tanto memoria y contemplación; que duele en tanto saber obturado, cerrado, nucleado. Que insiste por el instante de su despliegue y manifestación vibrante que es el ser, inaprensible. Que aquello indiferenciado que emergía de las profundidades, es también efecto de no zambullirse y silenciarse. En ese sentido, la angustia me parece el umbral de una pregunta liberada de las restricciones de lo que tenía por supuesto. No sólo de la angustia, más de lo que creía que era capaz mi cuerpo, entre cuerpos y fuerzas propicias. Y no porque uno, en tanto sujeto haga algo, sino por el despliegue de una sabiduría sintiente entre cuerpos, y la tierra. Memorias entre cuerpos por las que abren sentires imposibles que en tal o cual umbral y según un devenir entre distintas fuerzas relajan profundamente el vientre y en mi caso desinflaman los alvéolos de los pulmones.  Umbral en que imagen y movimiento, pregunta y movimiento, gesto y movimiento, silencio y apertura de fuerzas entre seres, se vuelven una tirada de suerte entre múltiples fuerzas entretejiendo y produciendo realidad.

viernes, 31 de julio de 2020

Reflexión en torno a “Así habló Zaratustra “ comentario y audio libro en proceso





La filosofía expresada poéticamente es la apuesta por desencadenar una multiplicidad de sentido. Hace del pensamiento un proceso vivo. Pensamiento que no busca el perpetuo reflejo de sí mismo, ni el reciclado de felices fórmulas que llevan a la conciencia a reencontrarse consigo misma, a interiorizarse en la voz que se esculpe, sólo, discursivamente.


En algunos apartados de"Así Habló Zaratustra", Nietzsche le presta su voz al ser de la tierra, encarnando los sentidos de ser tierra. 

Lo que me lleva a pregunta: ¿cómo  devenir tierra, si de entrada se la tiene por objeto de apropiación, como medio de extracción para alimentar nuestra voracidad, o, como simple escenario de fondo? ¿Cómo prestar oídos a aquellas fuerzas que, si bien, sostienen nuestros pasos, alimentan nuestro cuerpo, nos reconstruyen, también, son fuerzas de aniquilamiento? 

Sentir las fuerzas de ser de la tierra, dar cuenta de su violencia. Lo que no quiere decir abrirse de cualquier modo ni de cualquier manera. Esta es, en parte, mi lectura para pensar la enfermedad, o eso que Nietzsche llamó la gran salud. 

Un buen amigo, decía “y ¿por qué no experimentar lo enfermo en uno como sagrado?” 

Sagrado, del latín sacer: puede interpretarse como aquello que tiene que hacerse. Sagradas, eran las potencias que violentaban todo sentido de orden, que por esto se distingue de lo divino. 


Lo sagrado pone en juego a la creación, el devenir corporizante de ser de la tierra, que por lo tanto excede el concepto de naturaleza. 

Las fuerzas aniquiladoras de la vida, se tengan por sagradas o no, deshacen para dar paso a la vida misma a partir de una gran diversidad de procesos que no dejan, también, de afirmar la muerte. 
En otras palabras, no puede verse ni sentirse algo, que no se había visibilizado, sin que nos afecte con su potencia. Así, como tampoco puede amarse, realmente amarse lo que no se ve ni se siente. 

Y, bajo cierto umbral de este devenir, sentir la potencia capaz de arrasar en mí lo arrasable  como una manera de abrir a más de lo que soy en el instante de la cima de mi propia ruina. Y, no cabe romanticismo alguno en esta afirmación (para la que desconozco fórmulas y recetas).

Más, entre humanos, no sentimos igual ni del mismo modo  y habría que partir de esta diferencia.

 En palabras de Foucault, de cómo sea el ejercicio de la fuerza sobre sí, en la búsqueda de nuevos modos de gobierno de sí en tanto ser singular. 

Pero igual,  pensando que hoy, y quizá hasta esté de moda la idea de aniquilar valores para crear unos nuevos, crear sentidos de lo sano y de lo enfermo, lo que entendemos tanto de Foucault, como de Nietzsche, es que nada puede crearse si uno no recoge de su herencia histórica y personal, al modo de un arqueólogo o de una genealogía el ser de su propia herencia, afirmando todo lo que en uno ha sido importado, impuesto, tomado y deseado. Nietzsche, más radical, afirmando un juego que incluye el azar, la fatalidad, en la mesa de los dioses; amando y odiando la vida en juego, la vida que se  presenta como regalo, la vida que se nos escapa, la vida que ha sido emparedada a cielo abierto, la vida que duele y desquicia, la vida como bálsamo y como voluptuosidad desbordante. 

Se habla mucho de la crítica de Nietzsche al cristianismo y al judaísmo. Se hace énfasis en el tránsito entre el camello y el león. Del paso entre estar sometidos por el <<tú debes>> a contraponer el <<yo quiero>>. Es decir, la afirmación de la voluntad. Pero en este punto creo que hay que hilar fino. Pues lo que sea la voluntad tampoco parece tan evidente. Y creo que en esa confusión se terminan mezclando muchas cosas. Así pues, el paso del león al niño es imprescindible. Pues, lo que entendemos, es que sólo el niño, no el león, es capaz de crear. Y, crear se asimila a un juego en el que se ha podido afirmar la vida toda. No cualquier juego, “se trata de un juego donde lo que se juega es la propia vida.”

 El niño tal como lo describe Nietzsche: “un santo decir sí a la vida: el espíritu quiere ahora su voluntad.” 

La voluntad no es del ámbito del yo. Hay algo de la voluntad irreductible al ámbito del lenguaje y de la conciencia discursiva. Y, el espíritu es algo más profundo y complejo que el yo, o que la consciencia discursiva. Eso entendemos cuando Nietzsche describe al espíritu como un yunque, como las memorias del cuerpo por las que habitan las memorias de un mundo, de un tiempo o de una historia. Pero también, porque en otras ocasiones connota fuerza, la vida de la sangre y del pensamiento, indisolubles.

Y cuando dice: “el retirado del mundo conquista ahora su mundo”, refiriéndose al niño. Se trata pues del desafío del mundo actual, pues que no se trataría de pensar los siglos pasados sin implicar la actualidad que es uno. 

Inocencia es el niño, y un olvido ¿cómo podría entonces anidar el resentimiento? 

“Un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. En otras palabras, el niño ha hecho de sus venenos su bálsamo, ha lanzado la flecha de su anhelo por encima de sí”.

El niño no es un producto acabado; no  se alimenta del poder de otros; de otros que le cedan su poder. Y más aún, el niño no es tan sólo, ni principalmente, el tiempo que transcurre, el tiempo sucesivo, ni el aquí y el ahora. Es presente y más que presente, juega y excede la tiempo. “Si la humanidad cayó al tiempo, el niño vuelve a caer, cae del tiempo, es por eso eterno retorno.”


jueves, 30 de julio de 2020

Cine y filosofía “La Mujer del Puerto", una lectura desde la perspectiva de "El sueño Creador"

(advertencia: spoilers)


Siguiendo el hilo entre “El sueño creador” y el cine: (advertencia: spoilers)





“La Mujer del Puerto” es un film de 1934, escrito por Guy de Maupassant y protagonizada por Andrea Palma. Trata la vida de una mujer joven, llena de vida e ingenua, llamada Rosario. Dicha joven sufrirá el desengaño, cuando, el padre de la joven, viejo y enfermo, en un intento por vengar el honor de su hija es acecinado por su joven amante.

La primera parte de la película transcurre en Córdoba, Veracruz; un pequeño pueblo donde todos se conoces y donde la conducta sexual de las mujeres es juzgada con la severidad de aquellas buenas costumbres. Por ello, cuando muere su padre, Rosario se encontrara marginada y sujeta a un constante desprecio y humillación. El dolor, la desesperación y la miseria van a marcar su vida. Situación que aprovecha el jefe de su padre, un explotador consumado, para sugerir una solución que los beneficie a ambos. Más, ella no acepta venderle su cuerpo. 

Sin embargo, en la segunda parte de la película, una vez pasado el tiempo, volvemos a ver a Rosario, ahora, como una mujer que va de puerto en puerto, de poblado en poblado, vendiendo placer a los hombres.

Esta historia podría contarse como una concatenación de eventos causales que no tendría más salida que la desventura. Sin embargo, esa linealidad y concatenación de eventos causales, que sería el tiempo de un sujeto, o de un sujeto a las circunstancias, sujeto a su historia, se ve desmoldado, a través del ejercicio de la libertad de Rosario; que podemos explicar por el poder de afirmación de que ella es capaz, en la segunda parte de la historia.

Sabido es que el tiempo humano no es principalmente determinación, sino un medio para la libertad. Nuestra protagonista con todo y su pasado trágico, no cae en la prostitución. Ella deviene prostituta. Ella hace parte de la construcción de su mundo. El mundo “dado” no es simplemente “lo dado” para Rosario en la medida que afirma su destino, afirmando su desolación y su tristeza puede ser más que pura determinación. Es así que no vemos rastro ni de resentimiento, ni de cinismo, ni de venganza en su acción, ciertamente liberadora respecto del mundo que habitaba. Es ella quien, cada noche, escoge a su amante con quien  gozar, y no permite que sólo la escojan a ella . Aquí el tiempo aparece como suspendido pero alargado por la duración (escena en el bar), por su capacidad de observación y la afirmación que consuma por las fuerzas de deseo de las que hace uso. Así, pues, ella afirma lo que es, afirma su vida y en ese sentido se constituye como persona, pues, la afirmación de la vida es la afirmación de su sentido. Sentido que emerge del entrecruce entre las fuerzas que irremediablemente la habitan y el ejercicio de su voluntad. Voluntad que podemos leer en la expresividad de su porte, en la acción de su gesto, en lo certero de las acciones de su cuerpo, en la simple acción de elegir, es decir, de a quien elegir y gozar.

Más, toda voluntad de vivir que confiere unidad al tiempo, estará atravesada por la atemporalidad, como en los sueños, permeando de sinsentido también a la vigilia. La persona en que nos convertimos no es nunca unidad cerrada, acabada. Y, he aquí que el azar que toda vida envuelve, va a abrir el camino a la tragedia en la vida de Rosario, al desembarca un grupo de marineros entre quienes venía su hermano, a quien no ha visto en muchos años, a quien no reconoce en uno de los bares al que llega sin ser esperado y, a quien escoge como amante de esa noche. Así, cuando las identidades son reveladas ella queda destrozada y se suicida. Instante en el que irrumpe algo de lo imposible, algo para lo cual se queda sin palabra, sin poder de significación y más aún sin sentido. ¿Qué sucede entonces con el tiempo de Rosario? ¿Qué fuerzas, que intensidades emergen e irrumpen? Intensidades que hacen imposible el fluir y el pasar del tiempo, del dolor, de la culpa. 

Para llevar una vida a este extremo, el tiempo tuvo que volverse tan intenso que, ese dolor que la atravesaba, no puede explicarse como el dolor de un suceso personal, no guarda las características de un simple y anecdótico accidente. “Aquí” y “ahora” tampoco explican nada, tampoco pueden nada. No. Ese tiempo está abierto y comprimido a la vez, hecho pedazos, ahogado, estallado. Fisura del tiempo por la que emerge: Un Único Dolor. No el dolor de este u otro suceso. Fisura, de un tiempo comprimido pero circular del que emerge todo dolor detenido como en la atemporalidad de una pesadilla. Multiplicidad de Un sólo dolor capaz de contener en sí, en su multiplicidad, todo el dolor de su nacimiento y de su muerte inminente, del desprecio y asedios mundanos, de los viejos desengaños, y, quizá, de su vida sin más; sin poder ya simbolizar lo acontecido. Es un dolor abierto y sin refugio que hace emerger a la vigilia algo propio de la substancia de los sueños. Realidad que ningún análisis por profundo que se pretendiera podría apaciguar. Sólo una apertura o un despertar de la vigilia en los sueños, en la atemporalidad propia de los sueños, llevando en sí el ser del dolor, a su vez, como vía para descender al propio infierno sería capaz de liberarla. Pues en sueños, así, es posible entrar en la muerte, y, en verdad morir, diluirse en tanto personaje del destino; morir en tanto personaje de una tragedia sin autor; desentrañar la fatalidad bajando a su inframundo; ese que porta su ser y que es su propio ser y, que de atravesar, la muerte liberaría el círculo que la fatalidad había abierto, haciendo posible un renacer, un dar a luz al propio ser, que de otro modo no puede sino manifestarse como un fragmento de realidad inconciliable, por tanto, como suicidio, como vemos al final de la película.


 

viernes, 17 de julio de 2020

Audiolibro "El sueño creador"

   





             

“El sueño creador” es un texto revelador de la psicología humana, que trata a fondo el problema de la libertad humana.

María Zambrano nos dice que despertamos del sueño a la vida por ello los sueños son parte intrínseca de nuestro ser, pero lo son de un modo muy peculiar. Son algo así como la materia obscura de nuestra sustancia. Pero quizá lo más revelador de los sueños al analizar su forma, su lugar y su materia, a través de una fenomenología de los sueños, es lo que tienen que decir respecto al ser que somos en vigilia. Y es por eso que existen diferentes tipos de sueño: los sueños de la psique, los sueños de la persona y los sueños creadores.


En los sueños de la psique reina la atemporalidad y la ilusión del movimiento. Zambrano nos dice: en ellos nuestra conciencia se sumerge, es arrastrada por un fluir incesante de fragmentos figurativos. Fragmentos por los que retornan escenas de nuestro pasado como si éste realmente no se hubiera hecho pasado; como fragmentos de las memorias que insisten y se mezclan con el presente, son sueños de deseo donde la conciencia aparece dominada por su pasado; o bien, surgen deseos invertidos, por ejemplo, ofrecemos un regalo a alguien (máscara de generosidad) a quien en realidad querríamos quitar algo que envidiamos. Son sueños en los que la consciencia asiste sin la posibilidad de extrañarse, de preguntar, ya que para preguntar se requiere de un vacío, de un distanciamiento que abre en la vigilia y que, hace posible experimentar la discontinuidad, es decir el tiempo como presente, pasado y futuro que transcurre; que abre al devenir; que abre a la posibilidad de que algo pase. El vacío es la condición de posibilidad para que podamos hacer uso del tiempo y el espacio. Extrañarse, preguntar es la condición para ser libre. Libertad que emerge en medidas, grados y formas muy distintas.

 Más los sueños aparecen como un espacio lleno, sin vacíos, sin poros, sin la posibilidad de extrañarnos, es decir, en los sueños no podemos pensar por absurdo o raro que sea lo soñado. 

La consciencia asiste en los sueños. Mientras que, en vigilia, existimos, es decir, se abre a ella el tiempo y el espacio del que podemos hacer uso. La existencia es el campo de posibilidad de toda libertad humana. Pues como nos dice Zambrano, no es lo mismo la vida, que vivir la vida, y, toda vida humana exige que sea vivida.  Vida que es el lugar de encuentro entre los seres. Por ello, por tratarse de encuentros, la vida es el lugar donde no sólo podemos ver, sino que todo ver es simultáneamente ser visto. Inclusive cuando nadie nos ve, nos sentimos de uno u otro modo mirados, lo que obliga siempre a responder de la propia vida, como sea que seamos capaz de ello. Ver y ser vistos es la condición que abre el camino al amor, a amar.


Sin embargo, podemos vivir la vida como dormidos. Emparentando nuestro vivir con los sueños de la psique. De hecho, por tratarse de nuestra sustancia, los sueños emergen y actúan más de lo que imaginamos en la vigilia. Irrumpen y emergen en el olvido, la distracción y como motor inmóvil de nuestras obsesiones y angustias más profundas. Este tipo de sueño puede incluso gobernar toda una existencia o partes de ella. Se trata de nuestra existencia cuando se da entre fragmentos que transcurren sin que nos hagamos mayor cuestión acerca de lo vivido. Existencia que no hemos hecho realmente nuestra. Y si nos aparece alguna cuestión, ésta tiene la forma de las preguntas ya habidas en tanto tienen el peso de las historias que se imponen dominantes. Se trata del peso de la herencia recibida, sin que seamos capaz de plantarle cara, es decir, de responder a la propia herencia. De ser actores de un guion recibido, sin la capacidad de una acción liberadora, de la que sólo la persona es capaz. Se trata, de la sujeción al <<tú debes>>. Se trata de ser sujeto a la fatalidad-destino. Se trata de vivir dominados por el peso de un pasado que no termina de pasar, es decir de perecer (palabras de Zambrano). Se trata de vivir dominados por deseos que son la suma de nuestros anhelos y ansiedades y de vivir amenazados bajo el latido de la angustia que anuncia una muerte segura. Se trata de hacer de la queja y de la culpa (culpar a otros) nuestro argumento predilecto. Es la existencia que experimentamos entre mascaras. Mascaras que aparecen como sustitutos, de entrada, no sabemos de qué. De un vacío, de nada, quizá. Por lo pronto esa es otra cuestión.    


                                     

jueves, 16 de julio de 2020

martes, 17 de marzo de 2020

Razones del miedo




  

 

Cualquier emoción en su aspecto más puro es una multiplicidad intensiva y un despliegue de resistencias variables, velocidades, tensiones y ritmos que devienen signos, y, en el mejor de los casos, signo estratégico. ¿Cómo una emoción se vuelve visible? ¿Qué signos conforman nuestras reacciones y acciones frente a las mismas?

 

 El miedo, como cualquier emoción es altamente contagioso, se cuela por las ventanas y las puertas de resonancia que son los cuerpos. El cuerpo grita el miedo; miedo que alerta, agita, acelera, sacude; miedo, qué como señal de peligro, ha sido moldeado, modulado estratégicamente para manipular las reacciones de grandes poblaciones. Y que resulta aún más eficaz en la medida en que los individuos nos encontramos más aislados, más atomizados. Así, ha sido más fácil interiorizar la idea de que todo potencial peligro es, tan sólo, un intruso del que habría que defenderse. El peligro acecha bajo el aspecto visible de la enfermedad, el crimen, el robo.  Amenazas que acechan desde el exterior; como una presencia enemiga, extranjera.  Amenazas que, ¿sólo la medicina, la policía, el gobierno podría aislar y suprimir?  

El hecho de entender a las enfermedades como algo sólo exterior a uno mismo, como una entidad que no guarda relación con las formas de comprensión con las que las abordamos, es parte de la razón, de que virus, hongos y bacterias se tornen cada vez más resistentes, mientras que los cuerpos se vuelven, cada vez, más débiles y dependientes de todo tipo de medicamentos. 

Olvidamos que la medicina alópata es sólo un modo de enfocar la salud y la enfermedad. Más, podemos hacer uso de una multiplicidad de perspectivas. Pues una perspectiva ve todo lo que puede ver, enuncia todo lo que puede enunciar y, dentro de esos parámetros, lo que mira es real. Lo es, y es todo lo real que puede ser, pesa, gravita, pero más que eso: manifiesta sus efectos corporizantes, efectúa cursos del ser enfermo. Son efectos de poder, de relaciones de poder, de voluntades de verdad, antes que señalar la infalible verdad de una realidad acabada.

Así, cambiar de perspectiva, experimentar otros sentidos de lo enfermo, experimentar otras prácticas, para abrir los umbrales de lo visible capaz de construir otra experiencia del cuerpo.

Imagina, vida de juego infinito, vida cosmizante que danza los ritmos vivos de la tierra, capaz de crear; de ser sintiente. Imagina tu vida posible en la medida que ese infinito vive y, vive en ti. Imagina, cada ser vivo a partir de un mar de flujos sintientes que se “tocan”, creando modos de afectación, entre voluntades de poder, de deseo, en constante cambio y movimiento.  ¿Cómo fluye así el miedo?  Pues, no se trataría de la propia vida como sacrificio en aras de un orden mayor, de una generalidad. Lo que se vuelve posible es un devenir del miedo, su singularidad; de seguir su movimiento vivo y expresivo, ahí, donde en realidad se concentra, en los cuerpos, en cada cuerpo, por ejemplo, el estómago; sentir y seguir sus efectos, seguirlos hasta alcanzar la tierra que lo llama, procurar su multiplicidad, siendo un ritmo más de lo vivo, de lo que emerge como parte del mundo, pero también, de un cosmos desbordante irreductible al sentido de totalidad abstracta. En el miedo también habita todo lo visible, pues, antes de ser codificado entre barrotes y formas de sumisión, su condición de posibilidad, como la de todo lo perceptible y todo lo sensible es: el ser-luz que es la vidaEntre las múltiples fuerzas del sol y de la tierra, es la luz condición de lo visible. El miedo emerge torrente, mar agitado, vibrante fuerza entre fuerzas; fuerzas divinizadas y demonizadas. Antes que señalar una realidad objetiva o subjetiva, abre a un campo de problematización intensivo como registros del cuerpo o despliegue de ser de lo sensible y, por tanto, a la multiplicidad que habita; experiencia corporizante y corporizable, pues, no hay que confundir lo que nos afecta, ya sea emergiendo de las profundidades o superficies variables, con las formas como uno se afecta a sí mismo. Así, el miedo que no se deje capturar ni centralizar por ajenos intereses de política y de mercado, que no se atrape por el sólo campo de visibilidad que es la medicina alópata, lo que no quiere decir ignorar o subestimar dichos sentidos de la medicina, pues, también habita y conforma el devenir de nuestras existencias. Más, el miedo que no fija su sentido entre parcelas y discursos manipulados deviene poder del cuerpo. Y, ¿qué puede el miedo liberado de culpas, de miserias y preocupaciones?

El miedo: puede intensificar al ser de lo sensible en resonancia con la vida de esta tierra, movimiento que, aún si desborda y hace temblar, obliga a responder a las memorias del cuerpo, pone a trabajar al sistema inmune; puede desinflamar los alveolos de los pulmones enfermos.  Así, algunos masajes tienen el sentido de hacer del miedo y de cualquier emoción y sentimiento un proceso aliado. Los medicamentos homeopáticos también ayudan al cuerpo a sentir y a reaccionar a movimientos profundos apenas perceptibles, que ayudan al cuerpo a trazar sus líneas de fuga de aquellos sentidos con los que se han fijado los modos de ser más reactivos de nuestras fuerzas. Ayudan a que el cuerpo responda y se cure, mediante el uso de sus propias fuerzas. Pues sin fuerzas activas y a favor de la propia vida, ¿Cómo responder a los peligros que amenazan? Pero también, ¿Cómo decir? ¡Basta! ¿Qué otros caminos? ¿De qué otras formas pueden circular las materias, los afectos, la violencia, el poder, el tiempo?

Con la mirada de la acupuntura podemos rastrear el pulso de lo que nos enferma, de su efecto en los diferentes órganos del cuerpo, entre reacciones musculares, tensiones, formas de respirar, modos de ser de nuestros sentimientos y emociones y formas de pensar. Desplegar también, nuestra imaginación simbólica que abre y construye causes. Entre masajes y el uso creativo de nuestra imaginación: el sentido de devenir ciénaga fangosa, pudiera ser signo intensivo del estado de nuestro sistema linfático, a su vez, de un cierto sentido de estancamiento y lentitud del ánimo. Presionando los meridianos que señala la medicina tradicional china, ayudamos en el proceso de drenado que, ayudan al cuerpo a intensificar los sentidos de ser tierra viva, que circula, transforma y nutre; sentidos de gobierno de sí.

 El cuerpo, nos dice el tao, puede devenir caldero, fogón que pone en circulación a las fuerzas que nos habitan y transforman para que no se fije su potencial peligro: debilitarnos, sumirnos en la congoja y la preocupación de significaciones dominantes. El miedo es eso y más, su devenir va abriendo a otras voces, a distintos ritmos cosmizantes. No hay signo del que no podamos desplegar una multiplicidad que es la multiplicidad de las memorias del cuerpo. No se trata de sugerir fórmulas, ni recetas, más sí del devenir estratégicos, a desplegar diferentes sentidos frente a aquello que tememos, de lo que cada ser quiera experimentar para restar poder a esas fuerzas fijas en su reactividad.



   


viernes, 21 de febrero de 2020

Cerca de Tierra Blanca Veracruz





 Hace tiempo visitamos una comunidad Mazateca que habitaba un conjunto de pequeñas Islas en Veracruz muy cerca de Tierra Blanca.  Queríamos aproximarnos a diversas formas de entender al cuerpoEntre  ritos, mitos e historias acompañadas de  extraños acontecimientos y masajes, experimentar diversos sentidos de la  salud y  de la enfermedad; sentidos articulados con nuestras formas  de existencia y el mundo que habitamos. 



La Isla, habitada por un guardián de saber milenario, sus dos esposas y sus hijos, era muy hermosa. Había unos cuartos de madera  separados y no muy grandes con suelo de tierra. Uno de estos cuartos estaba destinado para atender a los enfermos. Había un dormitorio para la esposa de mayor edad y otro para la esposa más joven y sus hijos. Había una cocina comunal con una gran mesa de madera,  estufa de barro, los anaqueles de madera llenos con utensilios de cocina, donde preparaban los pescados recién sacados de la presa. No había servicio de luz, ni sanitario, no había refrigerador o aire acondicionado, había letrinas y cubetas que llenaban con agua de la presa para bañarse. Había un establo con pollos y gallinas,  afuera una vaca, y a lo lejos varías cabezas de ganado.
Aquel espacio abría una forma de correr el tiempo distinto, habitado por los ritmos de la tierra, cálida por las mañanas, atravesada por fuertes vientos y lluvias por las tardes, el fluir del agua de la presa, el arrullo de múltiples insectos y pájaros.
Entre risas de niños jugando, el tono sereno de la lengua mazateca y las oraciones entrelazadas con los ritmos de la Isla, se desbordaba el espacio inundando los sentidos.  Ritmos que decían al cuerpo, cómo esa pequeña comunidad no era pobre, que la pobreza también  es una experiencia articulada con las formas de riqueza que se suponen y se persiguen. Risas que tocaban al vientre preñándolo de prosperidad, de un contagio excesivo, de un movimiento que abría al ser de lo sensible; certeza de ser risa; certeza de ser oración que abría la percepción del misterio de estar vivos. Ese espacio tan íntimo, el de la sensibilidad que despertó con la fuerza de las plantas,  emergía como un campo de fuerzas y de sentido capaz de escapar a todo sentido de finalidad, de proyecto y más aún de objeto conocido.  Movimiento que inundaba todo, como una multiplicidad productora de una misma realidad sin agotarla. Abría a un instante de cuerpos permeables y fluidos, mostraba  al ser de lo sensible como uno y a su vez distinto que abría diversos sentidos de   la vida y de  la muerte. 

Una noche, todo parecía en paz y tranquilo, no sabía hasta que punto daba por  hecho que habitamos un cosmos que también nos habita; de lo extraño que es el sentido de orden, de continuidad de los ciclos, de la diversidad de seres presentes que hacen posible a esta forma de vida. No daba cuenta, pues la más de las veces, me ocupaban una serie de obsesiones con las que saturaba al tiempo, pesaba sobre mi pecho una tristeza a la que ya me hallaba acostumbrada desde hacía mucho, como esas tristezas que nos habitan sin cuestión ni argumento, pero que se extienden entrecerrando la garganta y oprimiendo al pecho.

Esa noche, recostada en el piso de tierra,  un hormigueo recorrió la piel penetrando al cuerpo que se disolvía en ese ritmo adormecedor  que la tierra hundía y devoraba, abriendo un instante de oscuridad suspendida y sin forma, de la que emergió un flujo desbordante de realidades, como el pasar de un sueño tras otro, entre despertares y olvidos. Así, de uno de esos sueños vividos apareció el sentimiento de ser planta cuya sensibilidad se extendía a todas las direcciones imaginadas, como una danza, suave, de gozo extremo, ilimitado. 
Entre sueños  que abrían a otros sueños, a otros cuerpos y espacios inimaginables, volvía un cierto sentido del recuerdo de mi misma, apenas como el trazo de una línea tendida, como si fuera uno de los trazos que simultáneamente conformaban el espacio que emergía, como un fragmento de ser isla, más, sin poder de movimiento ni de palabra, la noche parecía detenerse, nada fluía, nada pasaba, era la visión de la ausencia de movimiento absoluto, la noche parecía fuera del tiempo, y el espacio emergía apenas como el sentido de un fragmento suspendido, de nada y para nada posible, el terror inundó esos extraños sentidos sin cuerpo organizado que presentía la risa aterradora del absurdo. Era la percepción desplazada, detenida o fluida, movimientos parecidos al de los sueños, más, con un sentido más vívido. 
De vuelta a esta vida mía,  con la certeza de no haber agotado ninguna experiencia, ninguna forma de pregunta o de respuesta posible, una cosa era segura, la tristeza y la opresión con la que tanto tiempo había conformado parte de mi acervo identitario se había disuelto como terrón de azúcar en el agua que fluye; los sentidos avivados, más despiertos y fluidos. Sí, algo abrió aquella extraña y desbordada memoria, la posibilidad de encarnar el movimiento excesivo de flujos vivos en lo que pareciera antes insignificante, trivial y rutinario   de la percepción habituada. 

 
   Las plantas sagradas abren a modos de percibir distinto; a la posibilidad de entrelazar  diversos modos de sentir y percibir desafiantes como herramientas. Las plantas son una puerta, nos muestran lo ilimitado de las formas de lo sensible y de lo perceptible. Mostrando así, un campo a explorar más allá del uso de las plantas en sí, es decir, muestran  un trabajo posible de lo cotidiano. 
  
Así, por el deseo, el cultivo o el uso de los medios que se elijan podemos sentir al cuerpo como una multiplicidad de experiencia inagotable, abierto; y, en cierto sentido, distintos si vivimos en ciudades, que en el campo, o en zonas rurales. Formas que no son fijas, pues las miradas pueden tender puentes y exceder el dominio de sus posibilidades. "Pues no se necesita de un tiempo infinito para explorar un infinito de posibilidades, basta con que el espacio sea infinitamente subdivisible" (Deleuze). La forma de los propios malestares no es ajena a la economía de consumo que nos atraviesa, por ejemplo, en la conformación de cuerpos rutinariamente cansados. Pero, más que culpar al mundo o a uno mismo, el saber de las plantas entretejidas a lo sagrado mostraban el intento de abrir en uno al ser del mundo. No al mundo en general, no sólo analíticamente. Así, partir de experimentar con lo que en uno se presente sintomático, abrir su multiplicidad, que es la multiplicidad que somos y que conforma los cursos posibles de lo sano y de lo enfermo.