La filosofía expresada poéticamente desencadena una multiplicidad de sentido, hace del pensamiento un proceso vivo. Pensamiento que no busca el perpetuo reflejo de sí mismo, ni el reciclado de felices fórmulas que llevan a la conciencia a interiorizarse en la voz que se esculpe, sólo, discursivamente.
En algunos apartados de “Así Habló Zaratustra", Nietzsche presta su voz al ser de la tierra, y así, encarna los sentidos de ser de la tierra.
Más, ¿Cómo encarnar los sentidos de ser de la tierra, si de entrada se la tiene por objeto de apropiación, como medio de extracción para alimentar nuestra voracidad? ¿Cómo prestar oídos a aquellas fuerzas que, si bien, sostienen nuestros pasos, alimentan nuestro cuerpo, también irrumpen como fuerzas que experimentamos aniquilantes?
Sagrado, del latín sacer: puede interpretarse como aquello que tiene que hacerse. Sagradas, eran las potencias que violentaban nuestro sentido de orden, que por esto se distingue de lo divino. Lo sagrado , por lo tanto, excede el concepto de naturaleza.
Pero igual, pensando que hoy, y quizá hasta esté de moda la idea de aniquilar valores para crear unos nuevos, lo que entendemos tanto de Foucault, como de Nietzsche, es que nada puede crearse si uno no recoge de su herencia histórica y personal, al modo de un arqueólogo o de una genealogía el ser de su propia herencia, afirmando todo lo que en uno ha sido impuesto, tomado y deseado. Nietzsche, nos invita a afirmar el azar, la fatalidad, la vida en juego, la vida que se presenta como regalo, la vida que se nos escapa, la vida que ha sido emparedada a cielo abierto, la vida que duele y desquicia, la vida como bálsamo y como voluptuosidad desbordante.
Se habla mucho de la crítica de Nietzsche al cristianismo y al judaísmo. Se hace énfasis en el tránsito entre el camello y el león. Del paso entre estar sometidos por el <<tú debes>> a contraponer el <<yo quiero>>. Es decir, la afirmación de la voluntad. Pero, lo que sea la voluntad tampoco nos suele ser tan evidente. Y, en esa confusión se terminan mezclando muchas cosas.
El paso del león al niño es imprescindible. Pues, sólo el niño, no el león, es capaz de crear. Y, crear se asimila a un juego en el que se ha podido afirmar la vida toda. No cualquier juego, “se trata de un juego donde lo que se juega es la propia vida".
El niño tal como lo describe Nietzsche: “un santo decir sí a la vida: el espíritu quiere ahora su voluntad.” (F. Nietzsche, Así habló Zaratustra)
La voluntad no es del ámbito del yo. Hay algo de la voluntad irreductible al ámbito del lenguaje y de la conciencia discursiva. Y, el espíritu es algo más profundo y complejo que el yo, o que la consciencia discursiva. Eso entendemos cuando Nietzsche describe al Espíritu como un yunque, como las memorias del cuerpo que encarnan las memorias del mundo, de un tiempo o de una historia. Pero, Espíritu, en otros pasajes, también connota fuerza, la vida de la sangre y del pensamiento indisolubles.
Y cuando escribe: “el retirado del mundo conquista ahora su mundo” (F. Nietzsche), refiriéndose al niño. Para nosotros, se trataría del desafío del mundo actual, pues que no se trataría de pensar los siglos pasados sin implicar la actualidad que es uno.
Inocencia es el niño, y un olvido ¿cómo podría entonces anidar el resentimiento?
“Un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. En otras palabras, el niño ha hecho de sus venenos su bálsamo, ha lanzado la flecha de su anhelo por encima de sí” (F. Nietzsche) , se " ha rendido" a los sentidos de ser de la tierra, de ser tierra.
El niño, no es un producto acabado; no se alimenta del poder de otros, no busca que otros le cedan su poder. Y más aún, el niño no es tan sólo, ni principalmente, el tiempo que transcurre, el tiempo sucesivo, ni el aquí y el ahora. Es presente y más que presente, juega y excede al tiempo. “Si la humanidad cayó al tiempo, el niño vuelve a caer, cae del tiempo, es por eso eterno retorno.” ( Bojutojú, Curso Arból de las vidas)