martes, 17 de diciembre de 2024

Los sentidos de ser de la tierra


La filosofía expresada poéticamente desencadena una multiplicidad de sentido, hace del pensamiento un proceso vivo. Pensamiento que no busca el perpetuo reflejo de sí mismo, ni el reciclado de felices fórmulas que llevan a la conciencia a interiorizarse en la voz que se esculpe, sólo, discursivamente.

En algunos apartados de “Así Habló Zaratustra", Nietzsche presta su voz al ser de la tierra, y así, encarna los sentidos de ser de la tierra. 

 Más, ¿Cómo  encarnar los sentidos de ser de la tierra, si de entrada se la tiene por objeto de apropiación, como medio de extracción para alimentar nuestra voracidad? ¿Cómo prestar oídos a aquellas fuerzas que, si bien, sostienen nuestros pasos, alimentan nuestro cuerpo, también irrumpen como fuerzas que experimentamos aniquilantes? 

Sagrado, del latín sacer: puede interpretarse como aquello que tiene que hacerse. Sagradas, eran las potencias que violentaban nuestro sentido de orden, que por esto se distingue de lo divino. Lo sagrado , por lo tanto, excede el concepto de naturaleza. 

Pero igual,  pensando que hoy, y quizá hasta esté de moda la idea de aniquilar valores para crear unos nuevos, lo que entendemos tanto de Foucault, como de Nietzsche, es que nada puede crearse si uno no recoge de su herencia histórica y personal, al modo de un arqueólogo o de una genealogía el ser de su propia herencia, afirmando todo lo que en uno ha sido impuesto, tomado y deseado. Nietzsche, nos invita a afirmar  el azar, la fatalidad, la vida en juego, la vida que se  presenta como regalo, la vida que se nos escapa, la vida que ha sido emparedada a cielo abierto, la vida que duele y desquicia, la vida como bálsamo y como voluptuosidad desbordante. 

Se habla mucho de la crítica de Nietzsche al cristianismo y al judaísmo. Se hace énfasis en el tránsito entre el camello y el león. Del paso entre estar sometidos por el <<tú debes>> a contraponer el <<yo quiero>>. Es decir, la afirmación de la voluntad. Pero, lo que sea la voluntad tampoco nos suele ser tan evidente. Y, en esa confusión se terminan mezclando muchas cosas. 

El paso del león al niño es imprescindible. Pues,  sólo el niño, no el león, es capaz de crear. Y, crear se asimila a un juego en el que se ha podido afirmar la vida toda. No cualquier juego, “se trata de un juego donde lo que se juega es la propia vida".

 El niño tal como lo describe Nietzsche: “un santo decir sí a la vida: el espíritu quiere ahora su voluntad.” (F. Nietzsche, Así habló Zaratustra)

La voluntad no es del ámbito del yo. Hay algo de la voluntad irreductible al ámbito del lenguaje y de la conciencia discursiva. Y, el espíritu es algo más profundo y complejo que el yo, o que la consciencia discursiva. Eso entendemos cuando Nietzsche describe al Espíritu como un yunque, como las memorias del cuerpo que encarnan las memorias del mundo, de un tiempo o de una historia. Pero, Espíritu, en otros pasajes, también connota fuerza, la vida de la sangre y del pensamiento indisolubles.

Y cuando escribe: “el retirado del mundo conquista ahora su mundo” (F. Nietzsche), refiriéndose al niño. Para nosotros, se trataría del desafío del mundo actual, pues que no se trataría de pensar los siglos pasados sin implicar la actualidad que es uno. 

Inocencia es el niño, y un olvido ¿cómo podría entonces anidar el resentimiento? 

“Un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. En otras palabras, el niño ha hecho de sus venenos su bálsamo, ha lanzado la flecha de su anhelo por encima de sí” (F. Nietzsche) , se " ha rendido" a los sentidos de ser de la tierra, de ser  tierra.

El niño, no es un producto acabado; no  se alimenta del poder de otros, no busca que otros le cedan su poder. Y más aún, el niño no es tan sólo, ni principalmente, el tiempo que transcurre, el tiempo sucesivo, ni el aquí y el ahora. Es presente y más que presente, juega y excede al tiempo. “Si la humanidad cayó al tiempo, el niño vuelve a caer, cae del tiempo, es por eso eterno retorno.” ( Bojutojú, Curso Arból de las vidas)

Devenir planta, devenir animal

 




Cuentan, que los elefantes caminan grandes distancias; que sus patas, especialmente  las de los más viejos, son muy sensibles, redondas y rugosas, que como unos tímpanos pueden sentir a la distancia el vibrante golpeteo de las gotas de lluvia en la tierra. Entonces, los elefantes al mando saben cómo orientar sus pasos y guiar a su manada para calmar su sed [1].

También sabemos que los perros son fieles compañeros. Su fino olfato, de tan receptivo puede distinguir, entre una gran gama de  olores, como los de diferentes estados anímicos de sus humanos compañeros, de quienes perciben  hasta su ausencia. 

Conocemos los mitos del chihuahua y el xoloitzcuintle de tierras tan ancestrales, que pueden descender a los inframundos.

Sabemos que los gatos, compañeros de las brujas, ensueñan; ligeros, ágiles y flexibles saben descargar y transformar las energías; y que los orangutanes conocen las plantas con las que preparar emplastes para curar sus heridas. 

No es un secreto que las bandadas de  gansos,  al alinearse en V, en el aire, convierten al viento en su aliado para volar  veloces y ligeros.

Los pulpos son conocidos por ser grandes estrategas; cuando están muy mal heridos saben encontrar algún refugio oscuro para descender a un sueño  profundo, cercano a la muerte para sanar.

"Aprendimos que las hojas de las plantas pueden moverse en dirección del sol para alimentarse; y que los órganos reproductivos de los árboles, en las flores, se encuentren expuestos, abarcando lo más alto de sus copas, sensibilizando toda su superficie. Nos preguntamos ¿cómo se sentiría la propia piel, deviniendo árbol en flor?" [2]

[1] "Curso Árbol de las vidas" Bojutojú (2024-2025)

[2] Ibidem


Despierta


 

Asfixiada, la vida de las entrañas endurecidas, duerme.

Desciende la apatía, se arrastra, incapaz de de salir del laberinto. 

En ausencia de fuego interior, el deseo aparece como acto figurado, sólo figurado. Reina la apatía en ausencia de movimiento vivo. Adormecidas,  un viento frío penetra las entrañas, constreñidas y secas, que, predicen: “nada importa” (Bojutojú). 

Más, vuelve la lluvia a humedecer la tierra encarcelada. Elohim, irrupción capaz de dar a luz voluptuosidades silenciosas, de signos figurales, e intensivos. 

Sopla el viento, Elohim, capaz de disolver los laberintos y los enredos; de lluvia tus manos, humedeciendo los hilos a medio tejer. Invocación, del instante que vuelva fluidas y vibrantes toda laberintica entraña. 

   Despierta, la sensibilidad medio encendida de antiguos paisajes tras las sombras de estos teatros privados, perdiendo el respeto a las formas de expresión vueltas hacia un lento y tortuoso suicidio. Como personajes de una pesadilla sin rastro de vida interior, a la espera, siempre a la espera. Pero, por esto mismo, personajes apagados, vaciados, con los que la eternidad puede sorprender, como si de un medicamento homeopático se tratara, movimientos tortuosos y sus devenires, entre ritmos vitales de variable intensidad, sí, "no importa, nada importa”. Nada importa, y un estremecimiento de inmensidad atraviesa a estas entrañas, a la caza de los bloqueos y de las líneas de fuga. 

Aligeras los senntidos, Elohim, cuerpo de lluvia eterna

¿qué escenificación, qué hechizo o brujería, qué tejido de espacio y de tiempo que, la lluvia no disuelva generosa?

Despierta, despierta desde cualquier umbral, desde cualquier sentir o punto de enunciación, más allá de los tejidos de enunciación, el árbol de las vidas y del conocimiento. 


Más que humano. "Palestina Libre"


Más que humano es el vaivén abrazador de los grillos, y el rocío al son de la luna llena que, generosa adormece a los sentidos. 

A la distancia, un vuelo de pájaros incendiados, encienden los pies que se descalzan. Ser incandescente, Allah y esta piedra danzarina hasta las estrellas. 

Pero ellos jamás serán testigo. Ellos de encumbrada sordera, enfermos de desprecio, borrachos de sí mismo.  

"Ciegos de celos sintiendo germinar las semillas de antiguas tierras. Asesinos de niños y de los dioses que hoy resucitan a la tierra de su sangre fecundada hasta su centro, invisible" (Bojutojú “curso Árbol de las vidas). Pues, "tan humano se volvió su temor de ser devorados". (Ibidem)

Dicen afirmar la diferencia, pero llaman diferencia a todo lo que no pertenece a su cerco amurallado.

Mas, es tan humano fijar y resguardarse, como lo es que los sueños despierten a la vigilia, y poder imaginar y crear nuevos mundos. Pero, tan humano se volvió desdeñar sentir y soñar, temieron a los augurios de la noche, y a pensar la locura y vivirla. 

Y tan natural preocuparse y victimizarse y lamentarse y compadecerse. Y tan natural ceder el poder del gobierno, del sentido y de los sentidos al normalizar los pequeños placeres y antes que nada desconfiar y rechazar a lo desconocido. 

Fijarona sus dioses, los embalsamron, los amoldaron, los cristalizaron. 

Y tan perdidizo el deseo en el cansancio al pasar el tiempo; tiempo del mundo que ha perdido su vacío, y su centro creador. 

Quién se cree justificado en su desprecio.


Imagen “Bojutojú”

La imaginación

 La imaginación, en su andar despertando en el tiempo, se asemeja a ese despertar del ámbito de los sueños cada mañana. Algo se guarda, algo se quiere, algo parece detenerse y sólo queda la sensación de un puro brotar deseante, oscuro, luminoso, excesivo, un algo que tiene que ver con inciertos parajes para nuestra razón; pero que no por ello se contradice con el orden, con lo diferenciado, sino que hace del orden mismo un exceso, una provocación. Imaginación corporizándose, dando cuenta de sí como si fuera el germen de múltiples memorias o, más allá, como si las memorias mismas se desplegaran. Breve instante que siempre revela un comienzo, un despertar donde parece dibujarse una mirada, un querer; principio discernible, pero en juego que parece esfumarse al transitar, sin más, por las rutinas del día a día. Rutinas que cuando son gobernadas por la compulsión de llenar los huecos, saturar el vacío, hacen posible un pensamiento que ya no puede más que atraparse, repetir y repetirse hasta agotarse.  


Así, el resentimiento, esa fuerza reactiva que podemos ser como efecto de fijar ciertos afectos y, por tanto, fijarse y repetirse uno mismo. Sustantivamos el vacío y nos separamos de él, lo ponemos fuera sin dar cuenta que en este acto también lanzamos afuera nuestros afectos, lo que los vuelve ajenos, es decir, no nos reconocemos en ellos, perdemos el sentido de devenir de las fuerzas singulares que nos atraviesan, perdemos el sentido mismo de deseo que habita todo afecto como un verdadero proceso productivo. Mas lo que hemos lanzado fuera retorna como impuesto: íntimo y ajeno a la vez y se produce una manera de sentir o, mejor dicho, un sentimiento esencialmente reactivo. Sentimientos y afectos que al manifestarse reactivos nos poseen entretejiendo el olvido de su vital maquinación; Reducidos a alimentar los ritmos imaginarios que son ya gestos, posturas, cortes y flujos atrapados al interior de una escena teatral que debilita.  


El pensamiento como proceso, por el contrario, puede fluir excesiva y mortalmente en una danza, un serpentear entre materias y afectos, entre vacío y deseo, revelando la multiplicidad de  de la que no nos sabíamos; inaprensible a una realidad dada que tiende al exceso; de aquello que es continuo devenir, y que nos desafía justo donde más resistimos. 


María Zambrano nos recuerda que el vacío, hace posible el fluir del presente, la irrupción del devenir. Los imaginarios, son brotes de deseo, construcción de parajes, de decretos, de relatos,   de historias. Más cuando queda obturado el vacío, se producen sentimientos y pensamientos que evitan explorar parajes excesivos; se fabrica ese ámbito en que el no-ser queda recluido en las galeras del puro horror, de la locura, de la perdición. Y el saber múltiple, sólo será lanzado a la inconsciencia.  


Y para quien despierta, apenas el presentimiento de algo que pudiera excederle es pronto suprimido. Pero, en la esfera viva de la imaginación se trata no sólo de reconocerse en aquello ya formado, sino también en aquellos procesos de formación o, incluso, de deformación. Luz o intensidad que hiere, fisuras del orden esperado. Es el dolor tanto como el placer un cierto umbral que vuelve visible lo invisible: el cuerpo. Muestra según su intensidad los excesos por los que el ser que somos se desborda y se produce, o bien, aquellas avenidas que hemos replegado; o los nichos ahuecados secos y rígidos por los que ya nada puede circular fluyente. Queda el cuerpo invidente queriendo arrobar a la imaginación sus ojos, queriendo abrir, de cada herida, una puerta única a sus sentidos, singular, como un fuego que afecta lo que a su paso encuentre, devorando quizá el propio cuerpo; fuerzas, impulsos simplemente inevitables e ineludibles, fuerzas que han de manifestarse en algún sentido, pues que es también el sentido de su querer. Más el dolor atrapado en el ámbito de ciertos imaginarios,  en el ámbito de ciertas disciplinas sólo señala un camino posible: la enfermedad, la neurosis. Y el sujeto que padece, la más de las veces, queda atrapado en un sinfín de relaciones de poder y relaciones de saber que lo separan de su propia experiencia del dolor. 


Si bien el cuerpo, la experiencia sensible o perceptible que tenemos de él, se moldea a partir del mundo que habitamos, es cierto, también, que podemos experimentarlo de otra manera cuando nos abrimos al fluir de la imaginación y del sentir más vivo. La imaginación despierta vivamente nuestras fibras sintientes, nuestros acuerdos, más cercanos al poder de sentir. Cuando ella se despliega, se fractura el tiempo, irrumpe en él y nos muestra otros rostros, más intempestivos, más cercanos al devenir, al ritmo de los cuerpos. No organiza paradas, sino que introduce en ellas el devenir y abre paso a la experiencia de lo figural que no es el fluir sin más de los cuerpos, sino fluyentes destellos de visibilidad entre cuerpos: destellos permeables y penetrables que muestran la porosidad, los pliegues, los intersticios que trazan los flujos en esa su movimiento. Movimiento ligada con los afectos y los efectos que se producen entre cuerpos y sus encuentros y desencuentros. Visibilidad irreductible al campo que llamamos visual. Cuerpo irreductible a un campo organizado.  


Así, al imaginar se despiertan las memorias, memorias del cuerpo, que si bien pueden ser interpretadas, nos abren a un mar de ritmos, a un sentir maleable, y múltiple. Multiplicidad de fuerzas aún demasiado maleables. Imaginar tan cercano al palpitar creador. Querer que cosmiza y manifiesta cosmos, que es también cosmos. Apertura donde confluye lo ilimitado de múltiples fuerzas con el cuerpo emergente, siempre emergente, en continuo movimiento, por ello, fuerzas que el cuerpo ha de saber. ¡Y cuántos sentidos de saber! Pues que no se trata de objetos, cosas o conceptos sino de sentidos y de cursos sin referente a una totalidad cerrada sino a aquella otra entre materias y fuerzas reactivas y activas; acciones y pasiones, pensamientos y voluntades en juego.  


Imaginar, desafío para cualquier imaginario reinante, pues en ello se despliega la fuerza y el deseo de experimentar; abertura por la cual la “visión” se encarna sintiente; pensar que muerde la existencia y algo más; emergencia de flujos de ensueños que bailan haciéndose cuerpo y que, de ser preciso, se precipitan, se fijan o devienen signo. Cuan furtivas y superficiales serán las memorias al sólo fijarse, mas no imposible evocar los flujos, mas no imposible el deseo de no perderlos, que es lo mismo que no querer perderse. Memorias de trazos apenas aprehensibles, ni figuras fantasmales ni representaciones de cosas. Intensidades y flujos, flujos materiales que avivan al cuerpo, a las memorias del cuerpo.