Asfixiada, la vida de las entrañas endurecidas, duerme.
Desciende la apatía, se arrastra, incapaz de de salir del laberinto.
En ausencia de fuego interior, el deseo aparece como acto figurado, sólo figurado. Reina la apatía en ausencia de movimiento vivo. Adormecidas, un viento frío penetra las entrañas, constreñidas y secas, que, predicen: “nada importa” (Bojutojú).
Más, vuelve la lluvia a humedecer la tierra encarcelada. Elohim, irrupción capaz de dar a luz voluptuosidades silenciosas, de signos figurales, e intensivos.
Sopla el viento, Elohim, capaz de disolver los laberintos y los enredos; de lluvia tus manos, humedeciendo los hilos a medio tejer. Invocación, del instante que vuelva fluidas y vibrantes toda laberintica entraña.
Despierta, la sensibilidad medio encendida de antiguos paisajes tras las sombras de estos teatros privados, perdiendo el respeto a las formas de expresión vueltas hacia un lento y tortuoso suicidio. Como personajes de una pesadilla sin rastro de vida interior, a la espera, siempre a la espera. Pero, por esto mismo, personajes apagados, vaciados, con los que la eternidad puede sorprender, como si de un medicamento homeopático se tratara, movimientos tortuosos y sus devenires, entre ritmos vitales de variable intensidad, sí, "no importa, nada importa”. Nada importa, y un estremecimiento de inmensidad atraviesa a estas entrañas, a la caza de los bloqueos y de las líneas de fuga.
Aligeras los senntidos, Elohim, cuerpo de lluvia eterna
¿qué escenificación, qué hechizo o brujería, qué tejido de espacio y de tiempo que, la lluvia no disuelva generosa?
Despierta, despierta desde cualquier umbral, desde cualquier sentir o punto de enunciación, más allá de los tejidos de enunciación, el árbol de las vidas y del conocimiento.
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