martes, 17 de diciembre de 2024

Despierta

 Asfixiada, la vida se escurre entre barrotes, que vigilan los guardias y policías del pensamiento.


Desciende la apatía embelesada de su falta de estremecimiento. Desprecia el cuerpo, desprecia sus intersticios. De puntitas camina la apatía para no ensuciarse; incapaz se ha vuelto de salir del laberinto, para explorar sus superficies sin agotarlas; incapaz de acariciar los nudos de las fibras más sensibles; queda el cuerpo adormecido y un viento frío penetra las entrañas.


En ausencia del fuego interior, el deseo aparece como acto figurado, sólo figurado. Reina la apatía en ausencia de movimiento vivo.


Constriñe y seca la apatía; enmascarando los vacíos con su adormecedor susurro: “nada importa”. 


Sigo sus hilos a medio tejer, más allá de estos resguardos policiales; invocando el tiempo que vuelva fluidos y vibrantes los espacios. Tal como hacer fluir una escena literaria, fílmica o musical. 


Y afuera, llueve y se humedece la tierra; Elohim, irrupción del instante capaz de dar a luz voluptuosidades silenciosas, voy a la caza de sus signos figurales, más que solo figurativos, intensivos, más que solo discursivos. Sopla el viento, Elohim, capaz de disolver los laberintos y los enredos.

   

 Despierta la sensibilidad medio encendida de los paisajes tras las sombras de estos teatros privados. Pierdo el respeto a las formas de expresión vueltas hacia un lento y tortuoso suicidio. Como personajes de una pesadilla sin rastro de vida interior; a la espera, siempre a la espera. Pero, por esto mismo, personajes apagados, vaciados, con los que la eternidad puede sorprender, como si de un medicamento homeopático se tratara, movimientos tortuosos y devenires, entre ritmos vitales de variable intensidad, sí, "no importa, nada importa”. Nada importa, y un estremecimiento de inmensidad atraviesa mis entrañas.  


Lo mismo en el teatro que en la vida misma, interpretar no es cosa opcional; lo es asumir y jugar con los relatos que nos cuentan qué nos contamos. 


Voy a la caza de los bloqueos y las líneas de fuga. Aligerar el propio cuerpo; cuerpo que sabe ligero, que sabe soltando, asimilando, sintiendo, siendo cuerpo Elohim, cuerpo de lluvia eterna. Pues, ¿qué escenificación, qué tejido de espacio y de tiempo que la inmensidad no disuelva generosa?


Despierta, despierta desde cualquier umbral, desde cualquier sentir o punto de enunciación, más allá de los tejidos de enunciación, el árbol de las vidas y del conocimiento. 


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