jueves, 22 de mayo de 2025

Los celos



Los celos, como un sentimiento que constriñe y que quema, son capaces de consumir lentamente, sofocando con una confusa humareda que enceguece. 

Hemos sido testigos cómo los celos aliados con la rabia, pueden llegar a ser asesinos. Como los mitos, la literatura y la vida nos han mostrado. 

En la película mexicana “Él”, vemos a Arturo de Córdova protagonizar a un personaje posesivo hasta el exceso de la rabia y el delirio. Rabia que responde a un sentimiento más profundo, al temor de perder a quien "Él" desea tener bajo su control. Temor, que también puede esconder rabia: “preferible su ruina, o, su muerte, antes que perder por el robo de una traición". 

Resulta que en nuestras sociedades los celos, cuando no llegan a expresar estos extremos, están bastante normalizados, pues, se los interpreta como signo de amor. Sin embargo, los celos están profundamente ligados con la manera en que circula el poder, la competitividad, el control y el deseo; de  cómo, a estos,  se los concibe en nuestras sociedades. 

Los celos no son una emoción, son un sentimiento, que tiene como uno de sus efectos el ejercicio de control, o, dominio sobre el deseo, la valoración y la posesión de otros.

Discursivamente, los celos, parecieran estar determinados por cierto sentido de apropiación y privación. Sin embargo, pensadores como David Cooper, muestran una estructura más escondida, una unidad simbiótica, en aquellas personas en quienes los celos son una constante. Unidad cerrada que no soporta la llegada de un tercero, a quien, el celoso, se imagina de presencia amenazante. Pero ¿En qué consiste la amenaza? 

 Quien queda atrapado por los celos, es debido a que no se concibe, a sí mismo, separado de aquel a quien cela. Pero esta idea de separación es algo más que la idea de una pérdida por traición y humillación, oculta, cómo dicha unidad simbiótica ha servido de soporte de múltiples proyecciones que al derribarse,  exponen al celoso con su propia indigencia, sentimiento de falta,  de insuficiencia, de nada... 

“Eres en mí, tal como yo soy en ti”.  Esto sería al modo de una pareja celosa. Lo que en los hechos se traduce como: “deberías ser tal como te pienso, en función de mi seguridad”. Se entiende que, tal sentimiento de “unidad” no da  cuenta del ensimismado espejo de quien espera ser colmado por “otro”, a quien no concibe ser desde su propia e irreductible soledad.

Así, en un sentido más profundo, los celos como la envidia, surgen entre sombras, diría Maria Zambrano. Bajo la tenue luz, de las tinieblas que resultan de la figuración de semejanza.

Citando a María Zambrano: Frente a la visión del mundo exterior, creemos vivir dentro de unos límites, por los que nos sentimos defendidos; pero, frente a la visión del semejante, nos sentimos al descubierto, como inmersos en un medio homogéneo de donde emergemos a la vez.  (Zambrano, pág. 285)

 De esa interioridad, de donde surge el sentimiento de semejanza, “sentimos unitariamente a la persona que es el prójimo y a su lugar de existencia. Y la sentimos como se siente toda realidad, por los límites con la nuestra, por su acción sobre nosotros. Pero, en lo que nosotros padece la realidad de la persona semejante, es algo mucho más profundo que lo que se siente afectado por las cosas no vivas y por las circunstancias vivas que no son nuestros semejantes; ante él nos sentimos comprometidos y en peligro; nos sentimos acrecentados o disminuidos. (Zambrano, pág. 286)

Nos recuerda María Zambrano que, “de la soledad, de la angustia, no se sale a la existencia en un acto solitario, sino a la inversa, de la comunidad en la que estoy sumergido, salgo a mi realidad a través de alguien en quien me veo, en quien siento mi ser… Y ya después de esta certidumbre previa, necesaria … puede advenir la conquista de la soledad. Soledad relativa a los semejantes, desprendimiento de ellos; adentramiento en busca de otros espacios donde, lejos de los hombres, no estoy solo, sino ante un espejo más allá del tiempo humano, del que algunos hombres han dado testimonio”. (Zambrano, pág. 287)

 Más, el hombre que huye de sí mismo, que huye de ver, de sentir su padecer, su deseo de amar, su indigencia, y su más radical soledad… queda atrapado entre fragmentos de los que espera recibir el reflejo  anhelado de sí mismo, que así, se le ha vuelto inalcanzable. 

 Entonces, “de la fracasada identidad de la vida humana, surge la visión fragmentaria, incompleta, de través. Es la sombra de lo que nos falta, porque se interfiere; la sombra de la unidad que nos falta y bajo ella la sombra de todo aquello determinado que tendramos a ser, sin conseguirlo… 

La sombra que se entrecruza con la sombra del otro. Y aún la imagen que cada cual se crea de sí mismo, dibujada sobre la sombra de la unidad inalcanzable. El hombre proyecta su no-ser en la visión de las cosas y del hermano que viene así a ser el “otro” el “otro” de sí mismo no logrado. (Zambrano, págs. 294-295).

 Se entiende que este deseo de unidad, como tal, nos resulta excesivo al tiempo que se nos escapa. 

Pues, insiste en el hombre un profundo deseo de unidad irrenunciable que, al excederlo, lo lleva a excederse a sí mismo. 

Es decir, tal unidad es irreductible a la consciencia como resguardo, construida como un búnker para así excluir todo aquello que no convenga con su imagen, todo aquello intolerable por incomprensible o doloroso, y todo aquello que, supuestamente, no es. 

 En palabras de María Zambrano, “La visión humana no es externa a la vida; y menos que de nada, del prójimo, del semejante. Le vemos dentro de nosotros mismos. Y visión es unidad del que ve, también; se ve más cuanto más cerca de ser idéntico se esté, cuanto más lograda sea la unidad del que mira.  Ven claramente los “simples” ((Zambrano, pág. 294)

 Sin embargo, la identidad como resguardo construye “lo uno inalcanzable” frente a “lo otro irreconciliable”; Crea y solidifica sus propios infiernos. 

“Vivir en la identidad es estar a salvo del infierno; del infierno de verse en lo otro de ver lo otro y de ser lo otro que imita a lo uno. Pero la vida humana no logra alcanzarlo, sin poder renunciar a perseguirlo. El vivir humano es alteridad en el doble sentido de estar sujeto a cambios, a devenir “otro” o a sentir el peligro simplemente, lo cual ya basta. Y también en el sentido -en íntima conexión con el primero- de estar entrelazado con los otros: de no ser idéntico ni uno, verse en el otro, vivir desde el otro que llega hasta la servidumbre de sufrir la fascinación del otro que impide proseguir el camino hacia lo uno.” (Zambrano, pág 294)

Los celos pueden moldear una realidad interior más o menos rígida pero, “fragmentada”. Más, a diferencia de la envidia, determinada por haber respondido pasivamente “a la encrucijada entre el deseo de identidad y libertad”, en los celos se trata del deseo de “otro” que, supuestamente, completaría,  alimentando, alguna desnutrida y herida  condición. Condición en parte mítica, pero no por ello menos real, pues los celos devoradores, en verdad devoran desde las entrañas, alimentándose de  sí mismo, tanto como de otros que se lo permitan. 

Aún más, los celos, articulados como temor ansioso, depresivo, triste o rabioso frente a la idea de una pérdida por traición, siempre se presentan como un deseo triangulado; escondiendo la proyección, dice Freud, de un deseo homosexual. 

La persona celosa es quien desea, inconscientemente, a un tercero quien supone ser el objeto de deseo  de su par, o de cualquier otra mirada bajo la cual se juzga y valora a sí mismo. 

Esto es así, ya que, no es raro que el deseo y la atracción se despierten en torno a una  gran gama de proyecciones que, lejos de restringirse al ámbito sexual, se ligan con la negación inconsciente de aquellos resguardos a los que hemos reducido y fijado la propia vida, y que, originan ese tan temido sentimiento de insuficiencia de ser. 

En ese sentido los celos ocultan un profundo deseo de transgresión bajo todo tipo de reacciones como el control, la rabia, la tristeza, la ansiedad. 

Más aún, bajo un cierto sentimiento de privación, los celos anuncian algo así como; “si yo no puedo, tu tampoco”. Lo que muchas veces los priva de poder ver y apreciar la grandeza, el brillo, de aquellos a quienes perciben como amenaza. Así, los celos entre hermanos, amigos y allegados. Entre quienes no es raro atestiguar cómo los celos se despiertan a partir de los saltos relacionados con el poder y hasta con la buena suerte de unos respecto de otros. Lo que nuevamente, nos lleva a pensar en esa especie de interioridad proyectiva tan característica de la envidia, pero que en los celos se trataría, siempre, de una estructura de proyecciones que se desprenden de huir del sentimiento de insuficiencia de ser, que se produce al reducir, al ser que somos, a la vida, a todo tipo de resguardos fijos e inamovibles, y de la negación del deseo de transgredir esos mismos resguardos. Consciencia que puede volverse infernal, ya que la mirada celosa podría imponer su realidad, su deseo de rebajar, de humillar, de despreciar a quien se lo permita, pues será más fácil controlar a quien duda de sí mismo. 

Los celos se alimentan de la propia debilidad, así como de la debilidad de otros.   Por lo que, no son en modo alguno alagadores. “Debilidad que se sostiene de las propias fuerzas vueltas en contra de sí mismo, es decir, vueltas reactivas”

Los celos se “solidifican” en ausencia de la afirmación del propio deseo,  que despierta en quien se ha atrevido a amar. Es decir, al no afirmar el propio deseo al amar, o amando, damos lugar a la  duda. Duda constante que podemos proyectar en un drama, que bien puede culminar con su auto cumplimiento. Cumplimiento de una traición negada y  a la vez, deseada desde un principio, es decir, anticipada. Como si al sentirse constreñido por los propios resguardos  (constreñimiento de deseo devenido duda, ansiedad, depresión, rabia, control, miseria…) se desatara la tan amenazante transgresión que no termina de afirmarse como tal, sino como drama, es decir, experimentada pasivamente.

En un mundo que prioriza a la conciencia y a la higiene mental,  suele aconsejarse trabajar sobre los hábitos mentales, “no pienses en aquello que te daña”, “ sustituye unos pensamientos por otros”, “ sustituye lo negativo con lo positivo”. 

Pero, tales reacciones, como los celos, responden a registros más profundos, más inconscientes que a aquel de nuestros hábitos mentales. 

Los celos persisten cuando sentimos que no podemos responder plenamente, de frente, ante las propias reacciones. Especialmente a las reacciones corporales más profundas, de no ser capaz de sentir el propio padecer, las propias resistencias.

Los celos se fijan al experimentarlos pasivamente, al responder pasivamente y no experimentar con el propio  dolor de separación, de pérdida, de incertidumbre, de insuficiencia, de falta, de vacío, de privación, de indigencia y de nulo control sobre el deseo de alguien más… 

Entonces, ¿qué nos falta? Qué unidad, que consuelo, qué fuente viva que brote entrañable. 

Se entiende, que ningún “otro” podría completarnos. Quien espere “todo de otro” se verá cada vez más frustrado, más “vacío” en su ser y en torno a él, dejando de ser, el vacío en su ser, viviente, del cual huye por la angustia que lo anuncia como límite interior a sí mismo, como destrucción de sí. 

Más, sabían los hombres de la antigüedad que para conocernos y para sanar, había que descender, en soledad, a los inframundos de la tierra y de nuestros cuerpos. Dejar de resistir a la nada, a ser nada. Dejar de resistir al propio vacío. 

Descender a las entrañas, a las infernales entrañas, sin voz, sin luz, sin tiempo. Sentir los disonantes ritmos,   la  humeante ceguera, e imaginar.

  Sentir el hambre y ese ardor de los celos sin huir  del fuego abrazador. Para avivar las chispas entre despojos hasta devenir fuego  que consuma los cercos que constriñen, que enferman. 

Nuestro cuerpo es capaz de diluir los más rígidos tejidos de control, desdibujar a ese “otro” entre fragmentos, devolviendo a la imagen de sí su abismal y desconocida profundidad. 

Despejando las vivas sensaciones de lo sensible de la tierra, se diluye ese “hueco hambriento” que moldeaba a  “lo otro” entre sombras. Para invocar la manifestación  de “ser abismal alguien” (como lo llama María Zambrano), en complicidad, no con “los otros”, sino con “alguien abismal”  de tierra fértil, para que la palabra pueda ser creadora,  de la nada viviente. 

Pues, del vacío fluye generosa la vida  que germina de las vivientes entrañas. 

Citando a María Zambrano: La nada, “la vida sin textura ni consistencia”, “resiste” a ser de la consciencia y del espíritu. El vacío “resiste” a ser llenado. Pero, son nuestras resistencias a sentir el vacío, y a sentir el gemir de nuestras propias entrañas, y la oscuridad de la tierra que encarna nuestro cuerpo y la muerte de la que es anuncio, lo que vuelve, para nosotros, infernales el devenir de nuestras fuerzas, como intolerable el presentimiento del vacío y de la nada.” 

Al sentir el propio vacío los celos deviene un efecto de superficie que puede volverse fluido. Y son un padecimiento cuando se ha  perdido tierra, al no sabernos ser de la tierra; lo que en los hombres occidentales implica haber decidido reducir la vida a la consciencia. 

“Sabernos de la tierra nos liberaría de esta enmarañada condición de intentar llenarnos, colmarnos, satisfacernos con el deseo de otros, por medio de ejercer un control, del control que se intenta ejercer sobre otro, sobre su deseo.” (Árbol de las vidas, Bojutojú )

María Zambrano nos recuerda que, a esta pretensión de vivir solo desde la consciencia, de reducir todo saber a la claridad de la consciencia, resisten el vacío y la nada. 

Nos dice, la nada y el vacío aparecen como resistencia a este afán de ser completos, solo y solo desde la consciencia. 

Conciencia  impasible, que se quiere lejana de cualquier padecer. Conciencia qué en su afán de absorber todo en sí, de reducir todo a sí misma, en su afán de ser acto puro, libertad sin límites: “Todo” se le ha vuelto “Nada”. 

“El vivir desde la conciencia hizo el vacío en torno al hombre,  fue reduciéndolo todo a ideas sostenidas en la duda. Y entre las ideas sostenidas en la conciencia,  el sujeto, único ser afirmándose a sí mismo; dotándose de ser a sí mismo en un esfuerzo sin tregua. El vivir en la conciencia desembocó en vivir en el espíritu. Espíritu es libertad, acción creadora. ¿Puede el hombre instalarse totalmente en eso?  Al intentarlo, una resistencia se le ha aparecido; una resistencia que no es ser, puesto que el sujeto pensante de ningún ser sabe que no sea sí mismo. Y la resistencia que no puede en modo alguno ser llamada “ser”, es nada. Más es todo; es el fondo innominado que no es idea sino sentir. Sentir… porque el hombre no es sólo “espíritu”, algo idéntico a sí mismo que no necesita apoyarse en otro… Espíritu es libertad; actualidad libre de pasividad. Y el sentir se presenta ante él recogiendo en forma infernal ese vacío hecho por su conciencia.” (Zambrano, págs.186-187)

“Cerrando a la libertad, el hombre sujeto a ser libre, encuentra que todas las cosas son nada. Más, la primera, originaria “apertura” de la vida humana a las cosas que la rodean, a las circunstancias, es padecerlas. Las cosas que no son nada son algo cuando se las padece y el propio ser, el sujeto -anulando el sentir de la nada- se yergue cuando es fiel a su doble condición de haber de sufrir al propio tiempo la cárcel de las circunstancias y su propia libertad “Somos necesariamente libres”. (Zambrano, pág. 188)

Y todo parece indicar que al destruir el hombre toda resistencia en su mente, en su alma, la nada se le revela, no en calidad de contrario del ser, de sombra de ser sino como algo sin límite dotado de actividad y que siendo la negación de todo aparece positivamente. Algo indeterminado, ambiguo, amenazador, y que al ser nombrado parece ceder. Pues sucede lo contrario de como piensan quienes no la han sentido. La nada es de ese género de “cosas” que el ser nombradas producen un alivio … 

La nada se comporta como lo sagrado en el origen de nuestra historia… Lo sagrado con todos sus caracteres:  hermético, ambiguo, activo, incoercible.  Y, como todo lo que resiste al hombre. parece esconder una promesa.” (Zambrano, págs. 184-186)

En otras palabras, "inversamente, las cosas que no son nada, son algo cuando se las padece. Hasta el vacío, hasta la ausencia cobra el carácter positivo y se semeja a la presencia hasta convertirse en su promesa … 

Y es de adentro de donde brota, de lo más hondo del hombre, de su infierno irreductible, la nada. Brota incesantemente en un fluir manso e implacable porque une sin fundirlos a los contrarios. Cede y es implacable; es la negación del ser y para quien se deje fascinar por ella, acaba siendo todo el ser en la aniquilación …

Más … la armonía de los contrarios son las nupcias en que no sólo se manifiesta lo que de positivo tenía cada contrario, sino en el que surge algo nuevo no habido; la armonía es más rica que la previa disonancia. No sustrae, sino que añade algo imprevisible”. 

Toda fuerza reactiva, todo sentimiento no deseado, es el revés de un brotar más basto que al verse constreñido deja caer el peso de la fatalidad, en quienes creyéndose libres todo quieren reducir a  impasible e impersonal conocimiento. Pues que la invitación es a sentir el propio vacío, a ver el propio dolor y padecer y devenir abismal del que pueda brotar más que solo palabras.