viernes, 18 de abril de 2025

Entre Deleuze y Nietzsche "Pensar es elejir un modo de existencia de aquel que elije"




En el curso imagen movimiento- imagen tiempo, Gilles Deleuze propone pensar distintos modos en los que, por un lado, ciertos principios lógicos han conformado los presupuestos en la historia de la filosofía que regulan las formas de la verdad de lo posible, es decir, de aquello que hace de contenido del pensamiento. Nos muestra cómo, a partir de la modernidad, se ha intentado demostrar la identidad entre la lógica y el desarrollo del pensamiento capaz de pensar efectivamente lo real, lo existente; pero, esto supone haber establecido cómo es la relación entre lo real, lo existente y el pensamiento. Se trata del principio de identidad, el principio de no contradicción y el principio del tercero excluido. Este último, nos dice, tiene la peculiaridad de ser el único desembarazado del verbo ser, más bien, discurre en el sentido de las alternancias, la alternativa: “tengo el sentimiento, cuando veo las imágenes de Carl Theodor Dreyer, que eso alterna. No es un contraste del negro y del blanco que expresarían un combate entre la luz y las tinieblas. Es una alternancia, que puede ser despiadada, entre el blanco y del negro, como en un adoquinado, una baldosa blanca y una baldosa negra” (Fuente de internet, curso: Imagen movimiento imagen tiempo 1983 Gilles Deleuze p 18.) 

https://images-blogger-opensocial.googleusercontent.com/gadgets/proxy?url=http%3A%2F%2F2.bp.blogspot.com%2F-zkd8FQU4XaY%2FUgMFnzinXWI%2FAAAAAAAAAu0%2Fpi3iNaTIziA%2Fs1600%2Ffem%2Bmas.jpg&container=blogger&gadget=a&rewriteMime=image%2F*

 

 

 La propuesta de Gilles Deleuze es desarrollar la siguiente fórmula, acorde al tercer principio: “Pensar es elegir un modo de existencia, de aquel que elige” p 21. Más, aquello que hace posible elegir no se reduce a lo que por el pensamiento pasa, pues el pensamiento mismo se encuentra y se descubre a partir de una diversidad de ámbitos de expresión y de poderes diversos. Idea que bien podemos desarrollar con Nietzsche.

En contraparte al pensamiento racionalista que funda su identidad con estos principios lógicos, Nietzsche vislumbra oros modos de vivir y de pensar partiendo de la afirmación y de la experimentación de fuerzas que son deseos, quereres, voluntades, pero, en el sentido de constituir multiplicidades. En “Así Habló Zaratustra”, Zaratustra, no da ordenes a la vida, escucha y espera, desciende por el más profundo de los abismos, siente hasta el más oscuro de los silencios, hasta caer del tiempo y develar diversos modos de ser del hombre. Zaratustra no se aísla, vive la más fecunda de las soledades; vive su palabra y su pensar tan intenso, tan preciso. Zaratustra da cuenta implacable de aquellas fuerzas reactivas y sentidos inconscientes que dominan a los hombres de su tiempo. Fuerzas ocultas, enterradas, olvidadas de las que emergen tesoros y ruinas. Fuerzas reactivas como el resentimiento, la culpa y la tristeza.

Más, los núcleos de estas fuerzas ¿son ciegos e indiferenciados? o, ¿nos enceguece el temor al presentir lo indefinido? Así, los demonios de Zaratustra responden:

-        ¿Cómo sentir que vemos y que pensamos con todo el cuerpo, entre y por sus diferencias vivas? Diferencias irreductibles a lo que comúnmente o habitualmente experimentamos conscientemente, diferencia que es sí mismo. ¿Cómo desplegar la multiplicidad de pensar, si no transgredimos nuestros sentidos? ¿Cómo transgredir los anclajes del sujeto dividido, fruto de creernos tan sólo al amparo del principio de identidad, subordinando todo sentido de devenir al principio de no contradicción? ¿Cómo cedemos nuestras fuerzas pare ser amoldados, domesticados, adormecidos y sublimados? La modernidad susurra: “cómo hacer para no chapotear en el caos de este mundo, en el caos de los sentidos, para en vez de ello elevarse por medio de una vida espiritual que el hombre se de a sí mismo, y apenas lo alcance el bullicio del mundo”- (Fuente de internet, curso: Imagen movimiento imagen tiempo 1983 Gilles Deleuze p 13)

En contraparte, no es la gran razón, o, el sí mismo del que habló Nietzsche, la pequeña razón que es en identidad con el espíritu del mundo o sujeto.

“Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, al que llamas <<espíritu>>, un pequeño instrumento y un pequeño juguete para tu gran razón.  El sí-mismo escucha siempre y busca siempre: compara subyuga, conquista, destruye. El sí-mismo domina y es también el dominador del yo.

Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encontrará un soberano poderoso, un sabio desconocido llámese sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.

Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?

El sí mismo dice al yo: << ¡Siente dolor aquí!>> y el yo sufre y reflexiona sobre cómo dejar de sufrir – y justo para ello debe pensar.

El sí mismo dice al yo: << ¡Siente placer aquí!>> y el yo se alegra y reflexiona sobre cómo seguir gozando a menudo – y justo para ello debe pensar.

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar y el valor y la voluntad?

El sí mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad. Incluso en vuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a nuestro sí mismo. Yo os digo: también vuestro sí mismo quiere morir y se aparta de la vida. Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: -crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ese es todo su ardiente deseo. Para hacer esto, sin embargo, ya es demasiado tarde para él: - por ello vuestro sí mismo quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo ¡hundirse es su ocaso quiere vuestro sí mismo, y por ello os convertís vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaz de crear por encima de vosotros.” (Friedrich Nietzsche, así habló Zaratustra. Ed. Alianza 1994. P. 64-65.)

 

¿Acaso mueren y se desgastan nuestras pasiones, nuestros impulsos? ¿Cómo nos volvemos incapaces de crear por encima de nosotros mismos? Cuando decaen nuestros impulsos, sucede que nuestros proyectos se convierten en anzuelos, en laberintos sin salida, derivando hacia un profundo tedio o desprecio por las cosas y por la vida misma. Quedando reducido el Ser a lo definido, lo luminoso; o, quedamos apegados a nuestros más preciados objetos; y, entre más desgastados, tendremos a pensar:

 -Para qué, si todo da igual, si todo es lo mismo-. 

Más, si pensar es elegir un modo de existencia de aquel que elige, entonces, aun si no lo sabemos, nuestros modos de elección son irreductibles a los objetos, ¿cómo es que ignoro que el tema de mi elección no se debate entre términos objetivos que requieran justificarse? Los demonios responden a Zaratustra: -Los impulsos no requieren justificación. Son acontecimientos de superficie, irrumpen. Ven y da cuenta de los acontecimientos de superficie, donde el querer irrumpe, donde el deseo irrumpe, donde la multiplicidad de sentir se despliega maleable, esbozando paisajes, trazando signos de todos tipos. Fuerzas, capaces de desterritorializar aquello que crees son las cosas, los deseos.

 

 

 

https://images-blogger-opensocial.googleusercontent.com/gadgets/proxy?url=http%3A%2F%2F2.bp.blogspot.com%2F-L6ll31Gqt5o%2FUgMHS9v26yI%2FAAAAAAAAAvQ%2FUPJB7kSLX_8%2Fs1600%2FPROUST.jpg&container=blogger&gadget=a&rewriteMime=image%2F*

 

-Cuando me digo enamorado, sintiéndome casi enamorado, “¿es que voy a elegir entre Albertine y Andrea?”, ¿Dónde está la elección, yo que habré elegido? De hecho, no es entre Albertine y Andrea que yo elijo. Cuando yo hubiera elegido, el porvenir me lo enseña que he elegido algo distinto que entre Albertine y Andrea. Yo elegía entre el modo de existencia que tendría si amara a Albertine, si eligiera a Albertine, y el modo de existencia que tendría, en mi imaginación, si eligiera a Andrea. Yo elegía no entre dos términos llamados objetivos, elegía entre dos modos de existencia míos. Presentía, sabía que Albertine no me daría el mismo modo de existencia que Andrea. Albertine es quien puede volverlo celoso, y Proust buscaba eso. No podía estar enamorado sin estar celoso. Lo que quería es estar celoso; el amor subrogado a los celos. (Fuente de internet curso: Imagen movimiento imagen tiempo 1983 Gilles Deleuze p. 20)

Si pensar es elegir un modo de existencia de aquel que elige, cabe precisar que un modo de existencia no es lo mismo que un fin. La finalidad puede ser signo de la multiplicidad del sentido que es justo la unión entre fuerza y palabra, imaginación e impulsos … manifestación que pueden ser bienaventurada, o no, emergiendo entre múltiples fuerzas, voluntades, deseos afirmados o impuestos; es decir, entre devenires de fuerzas activas y pasivas. En este sentido, como lo afirma Gilles Deleuze, el deseo se puede entender más al modo de una fábrica que como un teatro. El deseo es producción de flujos que serán codificados. Así, también es cierto que la experiencia medianamente consciente que del deseo se tenga, se produce a su vez desde el mundo, es decir, lo que experimentamos como deseo será también codificado.

 

Así, nuestros modos de existencia abriendo entre multiplicidades de paisajes, algunos ya existentes, otros más por emerger, o, por ser creadores, pero poseen una sola cara de flujos infinitamente territorializables, el cuerpo, o, cuerpo sin órganos. Flujos de la tierra corporizándose, moldeando sedimentaciones variables, en constante movimiento; algunos visibles, otros que no los son. Flujos codificados o aun por codificar.

Vivimos un tiempo presente, presente que es ya pasado y futuro, y otra forma del tiempo: el devenir; de ahí que más que tener un cuerpo, más que sólo ser un cuerpo, nos corporeizamos a cada aliento vital.

Por lo anterior, no será lo mismo un modo que un estado existencial. Pues los estados existenciales quedan dominados por la primera forma de tiempo, renunciando al devenir, en otras palabras, renunciando a singularizarse. Un estado existencial, estará dominado por puntos de subjetivación determinados, (como los llama Deleuze) que operan como anclajes haciendo encallar las barcas, bajo el supuesto de:

-        “así son las cosas, por lo que así seguirán siendo” “así me tocó vivir” “así soy yo”, se trata de los puntos en los que ha quedado fija la conciencia de sí. 

 

 

https://images-blogger-opensocial.googleusercontent.com/gadgets/proxy?url=http%3A%2F%2F1.bp.blogspot.com%2F-HjfJRmshgCs%2FUgMIf2h47rI%2FAAAAAAAAAvk%2FY5Zf26JW7Jw%2Fs1600%2Fpdelexito.jpg&container=blogger&gadget=a&rewriteMime=image%2F*

En la película “Precio del Éxito” de Woody Allen se presenta un estado existencial consumido por el apremio, el apuro y la necesidad del éxito que, sin saberlo, se quiere frustrado, siempre acompañado de alguna mujer desencantada, castrante y misógina.

En la película “Zelig” de Woody Allen, Zelig es un personaje muy peculiar. Él encarna a un hombre cuya constante es la de ser radicalmente lo determinable. Nos dice, el narrador de la película: determinado a vive una existencia inexistente. Sin embargo, Zelig, puede, sin saber cómo lo hace, simular una infinidad de existencias posibles. Esto es así, porque su mayor defensa contra la vida, consiste en ausentarse. Es decir, Zelig, no ejerce una voluntad propia. No quiere ser amenazante a nadie, cree que es débil.  Entonces se ausenta, se ausenta de sí mismo y a sí mismo. Así, él se vuelve invisible, simplemente no resiste. No ejerce ningún tipo de resistencia. Desde su ser pasivo, permite que otras fuerzas lo habiten y él simplemente les sirve de espejo, las simula, las imita, pero viéndose llevado a ello.

 En contraparte, el poema, Los Amorosos, de Jaime Sabines, de una manera muy bella, nos da a pensar un cierto modo existencial: existencia sostenida en la búsqueda del amor. Nos lleva a imaginar la multiplicidad de amar a través de la palabra, y diferentes modos de la afirmar y de negar la vida misma.

Así, puesto en juego algún sentido, un modo, o un estado existencial, constituye un monto de fuerza afirmándose. Afirmación que como muestra Nietzsche, puede ser activa o puede ser reactiva. En cualquier caso, nuestras elecciones emergen entre campos de fuerzas variables, que, una vez afirmándolos Uno, constituyen montos de fuerzas queriéndose, como una apuesta de vida, que incluso, pudiera ser olvidada conscientemente, sin por ello dejar de hacer sentir sus efectos inconscientes.

Las voluntades manifiestas en estos modos de existencia pudiendo abrir y formar múltiples caminos, siendo ellos mismos palabra, visión posible, clara o en tinieblas; bien pueden no manifestarse plenas de no dar cuenta del acontecer de múltiples fuerzas y el pensar como una multiplicidad que es el cuerpo, y el cuerpo siempre es el cuerpo presente o ausente, así como también es el cuerpo del devenir con sus múltiples resistencias. El cuerpo nunca es un islote a no ser que abortemos el mundo y la vida que lo sostiene y nutre, pero, también lo desafía.

Entonces, qué implica decir: - “Así son las cosas”, cuando de la propia existencia se trata. Tal vez, implique el olvido de los modos de existencia que había sembrado, que elijo sin dar cuenta ya de las voluntades implicadas a cada instante.  Pues, es cierto que somos habitados y que expresamos voluntades también ajenas; es cierto que somos pensados y poseídos al elegir y ser sujetos de repliegue de las fuerzas que somos, dejando al cuerpo ser sólo nicho de otros pájaros.

Así, en uno mismo siempre convergen múltiples modos de existencias, pues pensar es justo excederse por el ámbito de lo posible. Pero, entre más fijo sea el pensamiento, aquello que pueda manifestar en el tiempo parecerá agotarse entre dominios, estados de ser excluyentes entre sí.

Nuestras fuerzas, nuestros impulsos replegados se manifiestan  fluyentes cuando los afirmamos, afirmando el querer  y el poder que nos habita fatalmente, dando cuenta de él, de su multiplicidad, afirmándolo y manifestándolo en exceso y, en ese sentido, viviendo; de modo que el monto de fuerzas no se repliegue, por ejemplo, en espera de un ideal futuro jamás presente, o se agote a la espera de algún pasado mejor, y, más bien, que los sentidos se excedan intensivamente, abriendo desde su centro, su devenir, al tiempo, muriendo al sujeto condicionado, sublimado; viviendo la muerte.

Lo que Nietzsche nos propone, es revivir al sembrador más cercano al silencio, a la música, que a los imperativos y a los discursos. Todo estado de existencia contiene algo que escapa, que siempre escapa al pensamiento, algo de naturaleza intensiva, maleable, movediza, enraizado al cuerpo, que emerge en el cuerpo, que es el cuerpo.

 

"No busco el placer en la certidumbre, sino en la incertidumbre, en vez de <<causas>> y <<efectos>> creación continua; no en la voluntad de conservarse sino de dominar; no más esta humilde locución: << ¡todo es subjetivo! >>, sino esta afirmación: << ¡todo es también obra nuestra! ¡estamos orgullosos de ello! >>" (voluntad de poder, libro iv, 235)

“Vosotros hombres superiores, ¿qué os parece? ¿soy un adivino? ¿un soñador? ¿un borracho? ¿un intérprete de sueños? ¿una campana de medianoche? ¿una gota de rocío? ¿un vapor y perfume de la eternidad? ¿no lo oís? ¿no lo oléis? En este instante se ha vuelto perfecto mi mundo, la medianoche es también mediodía, - el dolor es también placer, la maldición es también bendición, la noche es también sol. –idos o aprendéis: un sabio es también un necio.”

“¿Habéis dicho si alguna vez a un solo placer? Oh amigos míos, entonces dijisteis sí también a todo dolor. Todas las cosas están encadenadas, trabadas, enamoradas. (Así hablo Zaratustra F. Nietzsche.)”

 

  

martes, 17 de diciembre de 2024

Los sentidos de ser de la tierra


La filosofía expresada poéticamente desencadena una multiplicidad de sentido, hace del pensamiento un proceso vivo. Pensamiento que no busca el perpetuo reflejo de sí mismo, ni el reciclado de felices fórmulas que llevan a la conciencia a interiorizarse en la voz que se esculpe, sólo, discursivamente.

En algunos apartados de “Así Habló Zaratustra", Nietzsche presta su voz al ser de la tierra, y así, encarna los sentidos de ser de la tierra. 

 Más, ¿Cómo  encarnar los sentidos de ser de la tierra, si de entrada se la tiene por objeto de apropiación, como medio de extracción para alimentar nuestra voracidad? ¿Cómo prestar oídos a aquellas fuerzas que, si bien, sostienen nuestros pasos, alimentan nuestro cuerpo, también irrumpen como fuerzas que experimentamos aniquilantes? 

Sagrado, del latín sacer: puede interpretarse como aquello que tiene que hacerse. Sagradas, eran las potencias que violentaban nuestro sentido de orden, que por esto se distingue de lo divino. Lo sagrado , por lo tanto, excede el concepto de naturaleza. 

Pero igual,  pensando que hoy, y quizá hasta esté de moda la idea de aniquilar valores para crear unos nuevos, lo que entendemos tanto de Foucault, como de Nietzsche, es que nada puede crearse si uno no recoge de su herencia histórica y personal, al modo de un arqueólogo o de una genealogía el ser de su propia herencia, afirmando todo lo que en uno ha sido impuesto, tomado y deseado. Nietzsche, nos invita a afirmar  el azar, la fatalidad, la vida en juego, la vida que se  presenta como regalo, la vida que se nos escapa, la vida que ha sido emparedada a cielo abierto, la vida que duele y desquicia, la vida como bálsamo y como voluptuosidad desbordante. 

Se habla mucho de la crítica de Nietzsche al cristianismo y al judaísmo. Se hace énfasis en el tránsito entre el camello y el león. Del paso entre estar sometidos por el <<tú debes>> a contraponer el <<yo quiero>>. Es decir, la afirmación de la voluntad. Pero, lo que sea la voluntad tampoco nos suele ser tan evidente. Y, en esa confusión se terminan mezclando muchas cosas. 

El paso del león al niño es imprescindible. Pues,  sólo el niño, no el león, es capaz de crear. Y, crear se asimila a un juego en el que se ha podido afirmar la vida toda. No cualquier juego, “se trata de un juego donde lo que se juega es la propia vida".

 El niño tal como lo describe Nietzsche: “un santo decir sí a la vida: el espíritu quiere ahora su voluntad.” (F. Nietzsche, Así habló Zaratustra)

La voluntad no es del ámbito del yo. Hay algo de la voluntad irreductible al ámbito del lenguaje y de la conciencia discursiva. Y, el espíritu es algo más profundo y complejo que el yo, o que la consciencia discursiva. Eso entendemos cuando Nietzsche describe al Espíritu como un yunque, como las memorias del cuerpo que encarnan las memorias del mundo, de un tiempo o de una historia. Pero, Espíritu, en otros pasajes, también connota fuerza, la vida de la sangre y del pensamiento indisolubles.

Y cuando escribe: “el retirado del mundo conquista ahora su mundo” (F. Nietzsche), refiriéndose al niño. Para nosotros, se trataría del desafío del mundo actual, pues que no se trataría de pensar los siglos pasados sin implicar la actualidad que es uno. 

Inocencia es el niño, y un olvido ¿cómo podría entonces anidar el resentimiento? 

“Un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. En otras palabras, el niño ha hecho de sus venenos su bálsamo, ha lanzado la flecha de su anhelo por encima de sí” (F. Nietzsche) , se " ha rendido" a los sentidos de ser de la tierra, de ser  tierra.

El niño, no es un producto acabado; no  se alimenta del poder de otros, no busca que otros le cedan su poder. Y más aún, el niño no es tan sólo, ni principalmente, el tiempo que transcurre, el tiempo sucesivo, ni el aquí y el ahora. Es presente y más que presente, juega y excede al tiempo. “Si la humanidad cayó al tiempo, el niño vuelve a caer, cae del tiempo, es por eso eterno retorno.” ( Bojutojú, Curso Arból de las vidas)

Devenir planta, devenir animal

 




Cuentan, que los elefantes caminan grandes distancias; que sus patas, especialmente  las de los más viejos, son muy sensibles, redondas y rugosas, que como unos tímpanos pueden sentir a la distancia el vibrante golpeteo de las gotas de lluvia en la tierra. Entonces, los elefantes al mando saben cómo orientar sus pasos y guiar a su manada para calmar su sed [1].

También sabemos que los perros son fieles compañeros. Su fino olfato, de tan receptivo puede distinguir, entre una gran gama de  olores, como los de diferentes estados anímicos de sus humanos compañeros, de quienes perciben  hasta su ausencia. 

Conocemos los mitos del chihuahua y el xoloitzcuintle de tierras tan ancestrales, que pueden descender a los inframundos.

Sabemos que los gatos, compañeros de las brujas, ensueñan; ligeros, ágiles y flexibles saben descargar y transformar las energías; y que los orangutanes conocen las plantas con las que preparar emplastes para curar sus heridas. 

No es un secreto que las bandadas de  gansos,  al alinearse en V, en el aire, convierten al viento en su aliado para volar  veloces y ligeros.

Los pulpos son conocidos por ser grandes estrategas; cuando están muy mal heridos saben encontrar algún refugio oscuro para descender a un sueño  profundo, cercano a la muerte para sanar.

"Aprendimos que las hojas de las plantas pueden moverse en dirección del sol para alimentarse; y que los órganos reproductivos de los árboles, en las flores, se encuentren expuestos, abarcando lo más alto de sus copas, sensibilizando toda su superficie. Nos preguntamos ¿cómo se sentiría la propia piel, deviniendo árbol en flor?" [2]

[1] "Curso Árbol de las vidas" Bojutojú (2024-2025)

[2] Ibidem


Despierta


 

Asfixiada, la vida de las entrañas endurecidas, duerme.

Desciende la apatía, se arrastra, incapaz de de salir del laberinto. 

En ausencia de fuego interior, el deseo aparece como acto figurado, sólo figurado. Reina la apatía en ausencia de movimiento vivo. Adormecidas,  un viento frío penetra las entrañas, constreñidas y secas, que, predicen: “nada importa” (Bojutojú). 

Más, vuelve la lluvia a humedecer la tierra encarcelada. Elohim, irrupción capaz de dar a luz voluptuosidades silenciosas, de signos figurales, e intensivos. 

Sopla el viento, Elohim, capaz de disolver los laberintos y los enredos; de lluvia tus manos, humedeciendo los hilos a medio tejer. Invocación, del instante que vuelva fluidas y vibrantes toda laberintica entraña. 

   Despierta, la sensibilidad medio encendida de antiguos paisajes tras las sombras de estos teatros privados, perdiendo el respeto a las formas de expresión vueltas hacia un lento y tortuoso suicidio. Como personajes de una pesadilla sin rastro de vida interior, a la espera, siempre a la espera. Pero, por esto mismo, personajes apagados, vaciados, con los que la eternidad puede sorprender, como si de un medicamento homeopático se tratara, movimientos tortuosos y sus devenires, entre ritmos vitales de variable intensidad, sí, "no importa, nada importa”. Nada importa, y un estremecimiento de inmensidad atraviesa a estas entrañas, a la caza de los bloqueos y de las líneas de fuga. 

Aligeras los senntidos, Elohim, cuerpo de lluvia eterna

¿qué escenificación, qué hechizo o brujería, qué tejido de espacio y de tiempo que, la lluvia no disuelva generosa?

Despierta, despierta desde cualquier umbral, desde cualquier sentir o punto de enunciación, más allá de los tejidos de enunciación, el árbol de las vidas y del conocimiento. 


Más que humano. "Palestina Libre"


Más que humano es el vaivén abrazador de los grillos, y el rocío al son de la luna llena que, generosa adormece a los sentidos. 

A la distancia, un vuelo de pájaros incendiados, encienden los pies que se descalzan. Ser incandescente, Allah y esta piedra danzarina hasta las estrellas. 

Pero ellos jamás serán testigo. Ellos de encumbrada sordera, enfermos de desprecio, borrachos de sí mismo.  

"Ciegos de celos sintiendo germinar las semillas de antiguas tierras. Asesinos de niños y de los dioses que hoy resucitan a la tierra de su sangre fecundada hasta su centro, invisible" (Bojutojú “curso Árbol de las vidas). Pues, "tan humano se volvió su temor de ser devorados". (Ibidem)

Dicen afirmar la diferencia, pero llaman diferencia a todo lo que no pertenece a su cerco amurallado.

Mas, es tan humano fijar y resguardarse, como lo es que los sueños despierten a la vigilia, y poder imaginar y crear nuevos mundos. Pero, tan humano se volvió desdeñar sentir y soñar, temieron a los augurios de la noche, y a pensar la locura y vivirla. 

Y tan natural preocuparse y victimizarse y lamentarse y compadecerse. Y tan natural ceder el poder del gobierno, del sentido y de los sentidos al normalizar los pequeños placeres y antes que nada desconfiar y rechazar a lo desconocido. 

Fijarona sus dioses, los embalsamron, los amoldaron, los cristalizaron. 

Y tan perdidizo el deseo en el cansancio al pasar el tiempo; tiempo del mundo que ha perdido su vacío, y su centro creador. 

Quién se cree justificado en su desprecio.


Imagen “Bojutojú”

La imaginación

 La imaginación, en su andar despertando en el tiempo, se asemeja a ese despertar del ámbito de los sueños cada mañana. Algo se guarda, algo se quiere, algo parece detenerse y sólo queda la sensación de un puro brotar deseante, oscuro, luminoso, excesivo, un algo que tiene que ver con inciertos parajes para nuestra razón; pero que no por ello se contradice con el orden, con lo diferenciado, sino que hace del orden mismo un exceso, una provocación. Imaginación corporizándose, dando cuenta de sí como si fuera el germen de múltiples memorias o, más allá, como si las memorias mismas se desplegaran. Breve instante que siempre revela un comienzo, un despertar donde parece dibujarse una mirada, un querer; principio discernible, pero en juego que parece esfumarse al transitar, sin más, por las rutinas del día a día. Rutinas que cuando son gobernadas por la compulsión de llenar los huecos, saturar el vacío, hacen posible un pensamiento que ya no puede más que atraparse, repetir y repetirse hasta agotarse.  


Así, el resentimiento, esa fuerza reactiva que podemos ser como efecto de fijar ciertos afectos y, por tanto, fijarse y repetirse uno mismo. Sustantivamos el vacío y nos separamos de él, lo ponemos fuera sin dar cuenta que en este acto también lanzamos afuera nuestros afectos, lo que los vuelve ajenos, es decir, no nos reconocemos en ellos, perdemos el sentido de devenir de las fuerzas singulares que nos atraviesan, perdemos el sentido mismo de deseo que habita todo afecto como un verdadero proceso productivo. Mas lo que hemos lanzado fuera retorna como impuesto: íntimo y ajeno a la vez y se produce una manera de sentir o, mejor dicho, un sentimiento esencialmente reactivo. Sentimientos y afectos que al manifestarse reactivos nos poseen entretejiendo el olvido de su vital maquinación; Reducidos a alimentar los ritmos imaginarios que son ya gestos, posturas, cortes y flujos atrapados al interior de una escena teatral que debilita.  


El pensamiento como proceso, por el contrario, puede fluir excesiva y mortalmente en una danza, un serpentear entre materias y afectos, entre vacío y deseo, revelando la multiplicidad de  de la que no nos sabíamos; inaprensible a una realidad dada que tiende al exceso; de aquello que es continuo devenir, y que nos desafía justo donde más resistimos. 


María Zambrano nos recuerda que el vacío, hace posible el fluir del presente, la irrupción del devenir. Los imaginarios, son brotes de deseo, construcción de parajes, de decretos, de relatos,   de historias. Más cuando queda obturado el vacío, se producen sentimientos y pensamientos que evitan explorar parajes excesivos; se fabrica ese ámbito en que el no-ser queda recluido en las galeras del puro horror, de la locura, de la perdición. Y el saber múltiple, sólo será lanzado a la inconsciencia.  


Y para quien despierta, apenas el presentimiento de algo que pudiera excederle es pronto suprimido. Pero, en la esfera viva de la imaginación se trata no sólo de reconocerse en aquello ya formado, sino también en aquellos procesos de formación o, incluso, de deformación. Luz o intensidad que hiere, fisuras del orden esperado. Es el dolor tanto como el placer un cierto umbral que vuelve visible lo invisible: el cuerpo. Muestra según su intensidad los excesos por los que el ser que somos se desborda y se produce, o bien, aquellas avenidas que hemos replegado; o los nichos ahuecados secos y rígidos por los que ya nada puede circular fluyente. Queda el cuerpo invidente queriendo arrobar a la imaginación sus ojos, queriendo abrir, de cada herida, una puerta única a sus sentidos, singular, como un fuego que afecta lo que a su paso encuentre, devorando quizá el propio cuerpo; fuerzas, impulsos simplemente inevitables e ineludibles, fuerzas que han de manifestarse en algún sentido, pues que es también el sentido de su querer. Más el dolor atrapado en el ámbito de ciertos imaginarios,  en el ámbito de ciertas disciplinas sólo señala un camino posible: la enfermedad, la neurosis. Y el sujeto que padece, la más de las veces, queda atrapado en un sinfín de relaciones de poder y relaciones de saber que lo separan de su propia experiencia del dolor. 


Si bien el cuerpo, la experiencia sensible o perceptible que tenemos de él, se moldea a partir del mundo que habitamos, es cierto, también, que podemos experimentarlo de otra manera cuando nos abrimos al fluir de la imaginación y del sentir más vivo. La imaginación despierta vivamente nuestras fibras sintientes, nuestros acuerdos, más cercanos al poder de sentir. Cuando ella se despliega, se fractura el tiempo, irrumpe en él y nos muestra otros rostros, más intempestivos, más cercanos al devenir, al ritmo de los cuerpos. No organiza paradas, sino que introduce en ellas el devenir y abre paso a la experiencia de lo figural que no es el fluir sin más de los cuerpos, sino fluyentes destellos de visibilidad entre cuerpos: destellos permeables y penetrables que muestran la porosidad, los pliegues, los intersticios que trazan los flujos en esa su movimiento. Movimiento ligada con los afectos y los efectos que se producen entre cuerpos y sus encuentros y desencuentros. Visibilidad irreductible al campo que llamamos visual. Cuerpo irreductible a un campo organizado.  


Así, al imaginar se despiertan las memorias, memorias del cuerpo, que si bien pueden ser interpretadas, nos abren a un mar de ritmos, a un sentir maleable, y múltiple. Multiplicidad de fuerzas aún demasiado maleables. Imaginar tan cercano al palpitar creador. Querer que cosmiza y manifiesta cosmos, que es también cosmos. Apertura donde confluye lo ilimitado de múltiples fuerzas con el cuerpo emergente, siempre emergente, en continuo movimiento, por ello, fuerzas que el cuerpo ha de saber. ¡Y cuántos sentidos de saber! Pues que no se trata de objetos, cosas o conceptos sino de sentidos y de cursos sin referente a una totalidad cerrada sino a aquella otra entre materias y fuerzas reactivas y activas; acciones y pasiones, pensamientos y voluntades en juego.  


Imaginar, desafío para cualquier imaginario reinante, pues en ello se despliega la fuerza y el deseo de experimentar; abertura por la cual la “visión” se encarna sintiente; pensar que muerde la existencia y algo más; emergencia de flujos de ensueños que bailan haciéndose cuerpo y que, de ser preciso, se precipitan, se fijan o devienen signo. Cuan furtivas y superficiales serán las memorias al sólo fijarse, mas no imposible evocar los flujos, mas no imposible el deseo de no perderlos, que es lo mismo que no querer perderse. Memorias de trazos apenas aprehensibles, ni figuras fantasmales ni representaciones de cosas. Intensidades y flujos, flujos materiales que avivan al cuerpo, a las memorias del cuerpo.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Placer, culpa y castración




 

 La figura del diablo sigue siendo muy contemporánea, no porque creamos o no en él; eso es secundario, sino por cómo la vivencia de placer se fue entramando con la de la culpa, especialmente con el catolicismo y con las versiones del protestantismo que, seamos o no religiosos, penetraron a lo largo y ancho de nuestra cultura. 

 Foucault nos recuerda que, con el pensamiento de San Agustín, se desplazarían los límites entre lo virtuoso y lo corruptible de la sexualidad, en ese entonces, llamada, los placeres de la carne. 

 Para San Agustín, debido al pecado original, los hombres fuimos castigados en función de la desobediencia, con la separación de nuestra voluntad. Es decir, lo que perdimos al caer del paraíso, al quedar separados de Dios y caer al tiempo, fue la propia voluntad, o voluntad divina asimilada con la voluntad de Dios. 

 Según el obispo de Hipona, la pérdida de la voluntad se hace evidente cuando, el cuerpo se ve llevado por la voluptuosidad, visible en los movimientos involuntarios, convulsos o frenéticos del acto carnal.

 Regresar a Dios, implicaba, según esta interpretación, volver a obedecer al mandato divino. 

 Sin embargo, el placer de la carne quedó plenamente demonizado en el momento en el que, se decretó que el mandato divino consistía en que los placeres de la carne serían acordes con la voluntad divina a través del sacramento del matrimonio y con el solo fin de la procreación. Cualquier otra manifestación del placer de la carne era considerada una trampa: la trampa del demonio que podía actuar dentro de uno mismo, como otro, y dominar mediante la voluptuosidad y el placer a nuestros sentidos, nuestros sentimientos y emociones, vueltos concupiscentes. Así, el cuerpo y los sentidos terrenales fueron demonizados. 

 Si bien, en un primer momento había que dominar al propio cuerpo, a sus impulsos, mediante la exaltación de la vía confesional, la vigilancia de uno sobre sí mismo, se extendería al propio pensamiento. Pues, se creía que la voluptuosidad puede despertarse no solo con los sentidos corporales, también con los recuerdos capaces de someter a la voluntad a los placeres corruptibles. 

 Max Weber nos explica que, para el protestantismo, se trataba de no volverse esclavos de los placeres, sino, sujetos morales del mundo, como parte de la labor que lo sostiene en tanto orden moral, supuestamente divino, pero en estricto sentido jamás experimentado como tal, en la medida en la que toda experiencia interior de la divinidad, todo sentimiento de arrobo, de penetración y permeabilidad de lo divino había quedado proscrito, negado, maldecido. 

 Desde luego, con lo que sigue, no hago alusión a ningún enunciado de liberación sexual de los que sabemos existen desde hace más de un siglo; sino, a algo mucho más inconsciente y persistente. 

 A partir de ciertos cursos de Deleuze, podemos pensar que cuando Freud tuvo la necesidad de conceptualizar las derivas de la pulsión, separando y sometiendo la existencia de unas pulsiones parciales, a una energía libidinal yoica y de objeto, culminando en una suerte de de desexualización de las pulsiones por la sublimación, fue en la medida en que pareciera dominar una suerte de totalitarismo, primacía de los esquemas de la racionalidad, de sometimiento a unos límites que se suponen infranqueables y que operan en toda estructura neurótica y psíquica, afectando, directamente la experiencia de placer, de gozo, ulteriormente, a todo impulso. 

 Pues, finalmente, el yo “termina” estructurándose “con la salida del Edipo”, es decir, con la castración. Entonces, no se trata de límites naturales, biológicos, sino de cómo, en nuestra cultura nos vamos humanizando; identificándonos en tanto hombres o mujeres, padres o hijos. Y, en su sentido más profundo, humanizarse quiere decir, la posibilidad de desenvolvernos éticamente en el mundo. Razón que es muy cuestionable, pues lo que se ve, en el mundo, con la salida del Edipo es, más bien, adaptación y, tal vez, grados de ser obedientes y funcionales. 

 Más bien, existe un tope, una tapa, un sello, un corte, un de aquí no pasas, no sea que tal o cual intensidad, tal o cual impulso se vuelva inmanejable. No sea que se te ocurra decir, o, actuar apartado del buen sentido, del sentido común, o, (de lo que es más profundo) de lo que pueda ser aceptado por los Designios del Significante, el orden del lenguaje y de los Discursos Dominantes, en buen castellano. 

 ¿Qué hacer con el cuerpo, con sus impulsos inconscientes, reprimirlos, controlarlos, sublimarlos?

 No sea que la pulsión de muerte te domine… No sea que… un exceso de narcisismo… No sea que te dé por sentirte dios…

 Ya desde principios de la psiquiatría, los impulsos eran el peligro latente para la sociabilidad; eran considerados, nada menos, que el origen de las enfermedades mentales, la inadaptación y la criminalidad. 

 Impulsos, que se podían leer en los gestos poco domesticados, en los estallidos emocionales incontrolados, en las expresiones lingüísticas más o menos inadaptadas, en el parcial o en el total desquiciamiento, hasta en la más fría criminalidad. No es poca cosa.

 En cuanto a su funcionamiento, los impulsos, pulsiones para el psicoanálisis, fueron concentrados y fijados a tal o cual región corporal, modulando su intensidad según principios mecánicos del movimiento que no reconocen más derivas que la descarga (y hablar también es descargar) encerrando su posibilidad más intensa en lo oscuro, y en lo oscurito de la alcoba; anudado su sentido más profundo a determinadas fantasías inconscientes. La cosa es, que tales cosas no son percibidas como síntomas, sino como derivas “normales” de la vida psíquica y de la sexualidad que culmina con el dominio del placer genital por encima de cualquier otra deriva considerada perversión, o cause inadecuado.

 Y, especialmente, en la medida en que los impulsos quedan domeñados mediando nuestras sacrosantas estructuras familiares, en realidad, (pues como dicen, hoy por hoy, la familia se desmorona) domesticados bajo el dominio de la ley de la castración, sea cual sea el contenido de los enunciados operantes que constituyen nuestro paso legítimo a la cultura, la sociabilidad, el mundo laboral… La vía permitida es la vía de la ligadura hacia los objetos y la sublimación. Lo que queda clausurado son los flujos que pueden arrastrar a la descodificación como ríos intempestivos, y aún eso podría ser tolerado siempre y cuando no sea contagioso, es decir, es tolerada la locura en su impotencia. 

 Y es aquí que aparece un problema. Porque se supone que lo peor de nosotros está de ese otro lado maldito, impotente, clausurado o patéticamente perverso, pero… y si, no solo… estuviera lo peor. 

Y si lo mejor también está siendo exiliado, asesinado antes siquiera de bien haber nacido.

 ¿Qué es lo castrado?

 Es difícil de decir, pues lo castrado está siendo invisibilizado, más bien, secuestrado para ser abortado, asesinado.

 Parafraseando a Foucault, el problema no es el mal, es cómo el mal es configurado al interior de diferentes procesos de luces y de sombras, entre lo visible y lo que es negado, entre lo que puede ser enunciado y lo desconocido. 

Hasta qué punto, se vive a lo sensible como receptividad pasiva, inconsciente, ciega, superficial, reactiva. 

 La castración opera en el momento en el que “el cuerpo, conciencia corporal”, (que, plenamente como consciencia y como pensamiento no se le reconoce) “lo corporeizable” sufre, acepta, se adapta a una especial división subjetiva “al mando”, que constituye una promesa, mejor dicho, un ideal:

 “ya no serás, solamente, sujeto del enunciado, desde ahora podrás convertirte en sujeto de enunciación”. 

 Deleuze explica que, la división, el corte, opera entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación.

Como decía Lacan: “soy donde no pienso y pienso donde no soy”. 

 Pero para Deleuze, este resultado, esta dualidad subjetiva, es parte de una larga tradición que podemos ubicar desde Descartes cuando afirmó: “Pienso luego soy”, luego entonces, “soy una cosa que piensa”.

 Deleuze explica que, como sujeto del enunciado me constituyo como múltiple, pero como sujeto de enunciación supongo constituirme como una unidad, pero, en estricto sentido no soy más que unidad ideal, unidad supuesta nunca alcanzada, sujeto de goce imposible. Es decir, nunca habrá identidad entre sujeto de enunciado y sujeto de enunciación, con otras palabras, entre el sujeto de placer y el sujeto de goce.

Deleuze propone varios ejemplos de esto: 

“Como hombre te entiendo, pero como policía que soy, debo acatar la ley”. 

 Y ¿cómo se produce tal división subjetiva? Aceptando que no somos completos, que no hay conciencia plena y pensamiento de lo sensible más que subordinada al orden significante, que nuestro ser no está dado en la medida en que falta el significante que signifique nuestro ser y nuestro deseo, así y sólo así, el deseo puede circular, abrirse camino en torno a los ideales del mundo. Pues, como lo expresa Deleuze, en realidad, no existen enunciados individuales. Todo enunciado se produce, surge a partir de procesos que exceden los dominios de lo individual, de lo personal y del lenguaje mismo. 

 Asumimos ser sujetos del lenguaje… quedando sujetos al lenguaje, en tanto principio y soporte de nuestro ser en falta. 

 Todo muy bien razonado, pero lo que quedó fuera y nos falta, es porque está siendo saqueado y adormecido. 

 María Zambrano va a mostrar cómo el ser, el ser consciente de sí, el pensamiento va a quedar asimilado a la forma del conocimiento. “Ser” es pensar y pensar es saber que se piensa; pensar conscientemente es conocer a través de las palabras ordenadas, estructuradas y convalidadas.

 Según Kant, explica Deleuze: 

 “Conozco no porque sé que el sol sale, conozco, cuando tengo la certeza de que el sol va a salir mañana, cuando deduzco que es probable la salida del sol para un nuevo día, o, cuando puedo suponer, que existe la remota posibilidad de que el sol dejara de existir”. 

 Vamos aceptando, ni tan conscientemente, tantos conocimientos supuestos para el bien, el bien común, no necesariamente para el bienestar. Y eso es claro si observamos las estadísticas del malestar producido por la cultura civilizadora.

 Lo castrado es, todo despertar a ser de lo sensible, toda sensación, todo pensamiento, todo dar cuenta, toda manifestación más profunda de la consciencia corporal y del alma irreductibles al orden significante. Pero es mucho más que eso, pues en la antigüedad, la palabra se concebía como poder de manifestación. 

 No hay nada más impotente que el Dios de la ilustración, el Dios del que da lo mismo si se cree o no en él. Y mejor si se cree, pues el pragmatismo es capaz de justificar su creencia. No es ya el dios de la manifestación; no son ya las divinidades que atravesaban y que poseían a los sentidos: con sus manifestaciones de poder. 

 Las experiencias místicas… sí… ahí están… toleradas, exaltadas, idealizadas, apartadas del devenir mundo, de la tierra y de la carne. 

 El problema que queremos apuntar no está en la posibilidad, muy real, de devenir menos que humanos, perderse, pirarse. 

 El problema es que, ¿y si, también somos más que humanos? No solo allá, en los cielos; no solo gracias al poder iniciático y luminoso de las Ideas y de la abstracción; o, después de muertos, algo así como, desencarnados. 

 ¿Qué no para las brujas, el útero era experimentado como sagrada? Y ¿para los practicantes del taoísmo, la vagina, no es la puerta, la raíz del cielo y de la tierra, una fuente inagotable que se derrama? O ¿vamos a creer que es pura sublimación? 

 Para unos es la raíz de la magia, para otros es vía de fuentes inagotables, fuente intensiva, que transmuta en la medida que se derrama hacia todo el cuerpo, fortaleciendo, curando, desplegando sabiduría de los espíritus que habitan cada órgano corporal. 

 Lo triste no es dejar de creer en tal o cual religión, mito o leyenda, lo terrible es dejar de vivir el misterio inacabado, dejar de experimentar. Hemos cedido tanto el poder al saber de las ciencias del cuerpo, a tantos prejuicios y decretos que, damos por dados tantos conocimientos sin jamás experimentar… 

 Más bien, y citando lo visto en el curso “El árbol de las vidas”, y dado que, ser humano no constituye ser algo absolutamente fijo, podemos ser humanos y más que humanos, por ser hijos de la tierra, experimentando nuestras sombras, atravesando nuestros inframundos, afirmando lo humano demasiado humano, desencadenando lo absolutamente silencioso de nuestros impulsos emparedados, amarrados, asfixiados, agotados, conformados, vaciados, sometidos, negados, invisibilizados, aplastados, cuajados, cristalizados, configurados, capitalizados y, los no nacidos.

 Más que humanos, liberar, afirmar, despertar lo divino y lo demoníaco inacabado.  Experimentar lo divino como tal, que nos refleja y despierta, que encarna. 

 La fuerza es algo que se siente, manifestaciones singulares, manifestaciones de poder, devenires de los astros, a través del brillo de las plantas, devenir sabiduría animal.

 Se ha querido lo divino en santa paz, se ha querido lo divino como contemplación pura, desencarnada, se ha deseado a lo demoníaco al servicio de quien sabe qué intereses charros. 

 Volviendo a citar lo dicho en el curso “El árbol de las vidas”: si pensamos en los antiguos dioses, dioses de la curación, dioses guerreros, dioses de los inframundos, dioses de la embriaguez y de la lujuria, diosas de las inmundicias y del paso por la muerte, dioses y diosas del amanecer y del atardecer, del erotismo y de la prosperidad de la tierra, llegamos a suponer que lo castrado ha sido la relación entre lo divino y la tierra, entre lo divino y nuestros cuerpos, lo divino y la vivencia de día a día. 

 María Zambrano nos recuerda que: “El hombre que no ha alcanzado la unidad verdadera conlleva difícilmente la unidad impuesta por la necesidad y aspira secretamente a ser otro en algún instante”.

Fuerzas de manifestación, de voluntades divinas, demoníacas, humanas y, y, … Movimientos, impulsos y sentidos inexplorados por descubrir, por revelar, por crear. 

 En cuanto a la dualidad subjetiva, pues que de ahí siento partir. Deleuze como otros seres dedicados al problema, no sugieren deconstruir, demoler, o, negar al yo. Más bien, conocernos, excedernos, querernos y cuidarnos, lo que nos lleva a pensar en los supuestos que atraviesan las derivas del narcisismo.