viernes, 21 de febrero de 2020

Cerca de Tierra Blanca Veracruz





 Hace tiempo visitamos una comunidad Mazateca que habitaba un conjunto de pequeñas Islas en Veracruz muy cerca de Tierra Blanca.  Queríamos aproximarnos a diversas formas de entender al cuerpoEntre  ritos, mitos e historias acompañadas de  extraños acontecimientos y masajes, experimentar diversos sentidos de la  salud y  de la enfermedad; sentidos articulados con nuestras formas  de existencia y el mundo que habitamos. 



La Isla, habitada por un guardián de saber milenario, sus dos esposas y sus hijos, era muy hermosa. Había unos cuartos de madera  separados y no muy grandes con suelo de tierra. Uno de estos cuartos estaba destinado para atender a los enfermos. Había un dormitorio para la esposa de mayor edad y otro para la esposa más joven y sus hijos. Había una cocina comunal con una gran mesa de madera,  estufa de barro, los anaqueles de madera llenos con utensilios de cocina, donde preparaban los pescados recién sacados de la presa. No había servicio de luz, ni sanitario, no había refrigerador o aire acondicionado, había letrinas y cubetas que llenaban con agua de la presa para bañarse. Había un establo con pollos y gallinas,  afuera una vaca, y a lo lejos varías cabezas de ganado.
Aquel espacio abría una forma de correr el tiempo distinto, habitado por los ritmos de la tierra, cálida por las mañanas, atravesada por fuertes vientos y lluvias por las tardes, el fluir del agua de la presa, el arrullo de múltiples insectos y pájaros.
Entre risas de niños jugando, el tono sereno de la lengua mazateca y las oraciones entrelazadas con los ritmos de la Isla, se desbordaba el espacio inundando los sentidos.  Ritmos que decían al cuerpo, cómo esa pequeña comunidad no era pobre, que la pobreza también  es una experiencia articulada con las formas de riqueza que se suponen y se persiguen. Risas que tocaban al vientre preñándolo de prosperidad, de un contagio excesivo, de un movimiento que abría al ser de lo sensible; certeza de ser risa; certeza de ser oración que abría la percepción del misterio de estar vivos. Ese espacio tan íntimo, el de la sensibilidad que despertó con la fuerza de las plantas,  emergía como un campo de fuerzas y de sentido capaz de escapar a todo sentido de finalidad, de proyecto y más aún de objeto conocido.  Movimiento que inundaba todo, como una multiplicidad productora de una misma realidad sin agotarla. Abría a un instante de cuerpos permeables y fluidos, mostraba  al ser de lo sensible como uno y a su vez distinto que abría diversos sentidos de   la vida y de  la muerte. 

Una noche, todo parecía en paz y tranquilo, no sabía hasta que punto daba por  hecho que habitamos un cosmos que también nos habita; de lo extraño que es el sentido de orden, de continuidad de los ciclos, de la diversidad de seres presentes que hacen posible a esta forma de vida. No daba cuenta, pues la más de las veces, me ocupaban una serie de obsesiones con las que saturaba al tiempo, pesaba sobre mi pecho una tristeza a la que ya me hallaba acostumbrada desde hacía mucho, como esas tristezas que nos habitan sin cuestión ni argumento, pero que se extienden entrecerrando la garganta y oprimiendo al pecho.

Esa noche, recostada en el piso de tierra,  un hormigueo recorrió la piel penetrando al cuerpo que se disolvía en ese ritmo adormecedor  que la tierra hundía y devoraba, abriendo un instante de oscuridad suspendida y sin forma, de la que emergió un flujo desbordante de realidades, como el pasar de un sueño tras otro, entre despertares y olvidos. Así, de uno de esos sueños vividos apareció el sentimiento de ser planta cuya sensibilidad se extendía a todas las direcciones imaginadas, como una danza, suave, de gozo extremo, ilimitado. 
Entre sueños  que abrían a otros sueños, a otros cuerpos y espacios inimaginables, volvía un cierto sentido del recuerdo de mi misma, apenas como el trazo de una línea tendida, como si fuera uno de los trazos que simultáneamente conformaban el espacio que emergía, como un fragmento de ser isla, más, sin poder de movimiento ni de palabra, la noche parecía detenerse, nada fluía, nada pasaba, era la visión de la ausencia de movimiento absoluto, la noche parecía fuera del tiempo, y el espacio emergía apenas como el sentido de un fragmento suspendido, de nada y para nada posible, el terror inundó esos extraños sentidos sin cuerpo organizado que presentía la risa aterradora del absurdo. Era la percepción desplazada, detenida o fluida, movimientos parecidos al de los sueños, más, con un sentido más vívido. 
De vuelta a esta vida mía,  con la certeza de no haber agotado ninguna experiencia, ninguna forma de pregunta o de respuesta posible, una cosa era segura, la tristeza y la opresión con la que tanto tiempo había conformado parte de mi acervo identitario se había disuelto como terrón de azúcar en el agua que fluye; los sentidos avivados, más despiertos y fluidos. Sí, algo abrió aquella extraña y desbordada memoria, la posibilidad de encarnar el movimiento excesivo de flujos vivos en lo que pareciera antes insignificante, trivial y rutinario   de la percepción habituada. 

 
   Las plantas sagradas abren a modos de percibir distinto; a la posibilidad de entrelazar  diversos modos de sentir y percibir desafiantes como herramientas. Las plantas son una puerta, nos muestran lo ilimitado de las formas de lo sensible y de lo perceptible. Mostrando así, un campo a explorar más allá del uso de las plantas en sí, es decir, muestran  un trabajo posible de lo cotidiano. 
  
Así, por el deseo, el cultivo o el uso de los medios que se elijan podemos sentir al cuerpo como una multiplicidad de experiencia inagotable, abierto; y, en cierto sentido, distintos si vivimos en ciudades, que en el campo, o en zonas rurales. Formas que no son fijas, pues las miradas pueden tender puentes y exceder el dominio de sus posibilidades. "Pues no se necesita de un tiempo infinito para explorar un infinito de posibilidades, basta con que el espacio sea infinitamente subdivisible" (Deleuze). La forma de los propios malestares no es ajena a la economía de consumo que nos atraviesa, por ejemplo, en la conformación de cuerpos rutinariamente cansados. Pero, más que culpar al mundo o a uno mismo, el saber de las plantas entretejidas a lo sagrado mostraban el intento de abrir en uno al ser del mundo. No al mundo en general, no sólo analíticamente. Así, partir de experimentar con lo que en uno se presente sintomático, abrir su multiplicidad, que es la multiplicidad que somos y que conforma los cursos posibles de lo sano y de lo enfermo. 



sábado, 28 de diciembre de 2019

Nuestra tierra, anzuelo de viejos dioses


Caía la noche cálida y húmeda. Lejos de la cuidad, un arrullo de cielo abierto y estrellado penetraba la oscuridad del establo alumbrado por algunas linternas y veladoras, intensificando los ritmos  de esta Isla habitada por antiguos dioses que cantan. 
 Cuentan que, una vez cada tanto, al completarse algún ciclo, estos dioses descienden para exceder las órbitas de los ritmos humanamente conocidos, deslizándose entre plantas, elementos y animales, abriendo musicales círculos , suaves pero intensos capaz de desenvolver los  contornos  sensibles de los cuerpos hasta alcanzar lo ilimitado de ser de la noche que danza. Quedando sumergida toda realidad hacia lo abierto de una hendidura sin tiempo; inquietante e inmóvil a la vez; aparición  sin tiempo que hace de nuestra historia un paraje, una isla que cae en un arrullador olvido del que despiertan imposibles mitos: 
Antes del principio todo es oscuridad. La tierra abriendo las puertas al paso de sueños mudos, imposibles laberintos entre mundos, desdibuja las certezas y devuelve a la piel su propiedad de amante flujo. Embriagadora contemplación,  embriagadora voluntad de un impulso que danza. Inmanencia de la voluptuosidad, movimiento sin objeto,  corporeidad rasgada en esa excesiva danza de deseo. Cómo seguir los pasos de esa excesiva violencia dionisíaca, amante de todas las formas imposibles. Cómo no querer su  eterno nacimiento. Cómo no querer besar al olvido y acordar de todo, con todo a un tiempo, en un instante de labios suspendidos, la vida toda excesiva, amorosa. 
Oscuridad eterna de la que brotan sueños. 
Y, de entre visiones de ensueño, la danza de ser tierra, una vida imaginada despertando el sentido de una voluntad arrasadora, un rotundo sí a esta vida toda, a esta existencia que es también azar. 
Más que humana, emanación pura, pensamiento intensivo. 
Imaginar imposible  abriendo la palabra de una oscuridad eterna; de noche que encara afirmando el anzuelo de deseo imposible, de entrañable contradicción, de terrible ausencia de pregunta implacable. 
Pero, más que sólo eso,  volviendo a despertar prendida de ser tierra entrelazando la existencia a lo desconocido. 













 La existencia volvía entrelazada a lo desconocido; cuerpo permeado por movimientos apenas aprehensibles, sin referentes ni palabras. ¿Cómo no olvidar?  Eternidad envuelta por el recuento tan sólo anecdótico. Se imponen los ritmos de una percepción cotidiana, a la medida de los tiempos que corren. .



 En el libro El Sueño Creador, María Zambrano, nos dice: Los seres humanos nos encontramos en esta peculiar situación: nos es dado un cuerpo, un mundo, un espacio y un tiempo,  es decir, la posibilidad de ser; al par, nos es dado imaginar la propia vida, apropiarla, tomarla o no. El tiempo es así un medio, una abertura que ira moldeando al ser que somos, pero por la cual también se abre camino a toda libertad posible[1]. Se vuelve posible experimentar distintas versiones de lo primeramente dado.
  La libertad emerge, se revela, se pierde,  vuelve a abrir y se construye entre desafíos que nos muestran la posibilidad de no sólo dejarnos llevar confiados en la espontaneidad de lo dado, de lo dado como pasado y como realidad, al punto casi de confundirlos, incapaces de concebir otras realidades. En ese sentido existe un modo de existencia fijo del pasado, “pasado que insiste, que no termina de pasar, es decir, de perecer”[2].
Hacer parte de la construcción del tiempo propio, afirmando el tiempo, también, si se trata de un mal tiempo, pues, pueden emerger fuerzas inconmensurables, abismales, sin sentido; o historias discursivas huecas y sin fuerza. Estas formas de darse una existencia llevan en sí sus posibles trampas, como la de quedar sometido por el sentido de alguna fuerza como puede ser la apatía. Así, cuando emerge el sentimiento de algún presagio, tendido como argumento sin sujeto, como historia ya dada, como trampa que la vigilia se impone sin mayor cuestión, entonces la vigilia no parecerá distinta de la forma del sueño dominado por los imaginarios y los discursos reinantes.   Historias que también nos habitan, también nos corporizan. Más, es por lo inconmensurable de las fuerzas que nos habitan, por lo imposible de ser enunciado, encasillado, figurado, del ser de lo sensible, del acontecimiento, que las historias no son conclusivas, finales, acabadas. A menos que hipotequemos el devenir de nuestras fuerzas. Se trata de distintas perspectivas y formas de darse una existencia. De no volverse insensible a los tiempos que corren. Más, no perdernos entre historias que nos cuentan, al tiempo que consumen nuestra vida. Pero tampoco de carecer de argumento, de sentido propio. Fuerzas de las que es posible beber al corporizar su sentido, y, exceder lo humano de su sentido, volver a encontrar los caminos de producción de los cuerpos, de lo que pasa, de lo que emerge entre seres sintientes cuando quieren también lo imposible, excediendo incluso, los sentido de finalidad.
Abrir la diferencia en sí, la diferencia en uno, lo que necesariamente implicaría ver, dar cuenta de otras formas de querer, de sentir, de amar. Dar cuenta de la diferencia en uno mismo, es abrir a los sentidos de la tierra, abrir a los sentidos de otros seres sintientes y de una multiplicidad de fuerzas y de dominios, pues son estos encuentros lo que va produciendo esa diferencia al tiempo que somos capaz de afirmarla. Lo que vuelve a plantear, siempre una pregunta, siempre abierta de un sentido ético. Pensamiento ético que no esté separado de la afirmación de los sentidos del cuerpo, del deseo, de experimentar las formas posibles de placer, de dolor, de salud y de enfermedad capaz de cimbrar ésta realidad que vivimos.  



















[1] El Sueño Creador, María Zambrno, ed. Club Internacional del Libro, 1998
[2] Ibidem P.86















sábado, 12 de octubre de 2019

"Joker": Síntoma de un Cuerpo Social.



Esta película me ha llevado a pensar en la fuerza, la voluntad y el poder.
Arthur, el enfermo, asumía la forma de un ser patético, enfermedad resultado del conflicto entre las memorias de su cuerpo, inaccesibles para su consciencia y el deseo de Penny Fleck de que Arthur no existiera, más que como Happy. Sus síntomas eran sus emociones desencajadas, como su risa incontrolable; risa ambigua llena de dolor, tristeza y frustración. Risa que funcionaba como soporte de los delirios maternos que encarnaba Happy en Arthur. Happy era el pliegue que moldeaba un imaginario delirante y desencajado. Que moldeaba un ser incapaz de verse a sí mismo, de recordar los abusos y maltratos; risa, por la que se repiten interminables.
Pero esta película va todavía más lejos. Mientras Arthur se asume como Happy, cree que es y que tiene que ser bueno; aspira al reconocimiento de hombres de poder que operan como fabricantes de trampas, a su vez, hechos a imagen del éxito que funciona a costa de negar su propia perversidad. Negación implicada en pervertir los flujos sociales. Pervertir es abrir camino a flujos distintos, en este caso: flujos de contradicción, de oposición, de injusticia, de choque, de desesperación. Pese a su rareza Arthur es más cercano al común de personas de su tiempo, un ser débil lleno de frustraciones, ligado a la situación política y económica de su tiempo.
Cuando los fabricantes de etiqueta llenan los teatros del mismo modo en que los medianamente acomodados se conforman con indolencia al espectáculo presente: ciegos e indiferentes de una masa amorfa y latente de la cual se nutren, formaran parte de la trama que desdibuja los cuerpos de seres carentes de futuro. Así, cuando Arthur reacciona y se defiende, cuando asesina y se vuelve visible, Arthur encarna el despertar de un síntoma mucho más profundo, un síntoma social, un síntoma propio de la enfermedad de sus tiempos. Y un síntoma no es sin más asimilable a la enfermedad, es un intento del cuerpo y del cuerpo social de hacer visible un conflicto, de cambiar las cosas, de moverlas, de sacudirlas.
Las fuerzas reactivas emergen y serán desatadas con violencia en dos sentidos complementarios, primero cuando, Arthur, descubre las mentiras a la que se había sujetado. Hacen estallar las memorias engarzadas en él y a las que él mismo se aferraba soñando, alucinando. Se imponen los gritos de su cuerpo, los rechazos, el odio. La afirmación del mal le permite desligarse de todo lo que no es, de todo lo que lo debilitaba pero lo volvía medianamente aceptable para una mirada ajena e indolente. Es la afirmación de la voluntad en el mal, y son estos sentimientos los que ahora le dan consistencia y cohesión a su ser: la venganza, el odio, la justicia. Más la otra fuente de fuerzas reactivas, la que le hace posible encarnar a Joker es la fuerza del despertar y el desquicio de esa otra violencia: la de los inexistentes de su tiempo que hacen posible a Joker volverse más que un símbolo, una máquina de guerra.
Happy muere al par que Penny F. dando vida a Arthur, Arthur: un ser múltiple es apenas visible entre su estado enfermo Happy y Joker. A Arthur le da cohesión un deseo de justicia dónde él se cree victima de las circunstancias, pero, antes de visibilizar así su existencia, él emerge de una reacción enfurecida por salvar su vida, instante donde aflora la afirmación de sí, instante que torna la fuerza a favor de su vida; fuerza que le permite ver la perversidad intrínseca del bien que lo había negado hasta entonces, y que representan personajes como Franklin, Bruce Wayne, Randall y Penny F. Hay instantes en que Arthur tendría la posibilidad de encarnar esa fuerza múltiple y más maleable de sentido de justicia, así: cuando decide no matar a Gary, o cuando planea enfrentar a Franklin y suicidarse. Es la negación de la propia perversidad al interior del bien supuesto en personajes como Franklin; es la negación del dolor del ser de Arthur por personajes como Penny y Bruce lo que hace posible la disyunción Arthur o Joker. Sin embargo, Athur no puede distanciarse de la victimes, abrir las perspectivas o las estrategias de justicia al sólo victimizarse. La moneda está en el aire: el dolor, el dolor múltiple y moldeable de Arthur se fijara en la forma del resentimiento, ahora su risa es la afirmación de la venganza, de la ironía de la locura y el sinsentido; el cuerpo social furioso formara la matriz de fuerzas excesivas que fijaran la mirada del mal en Joker.
Una buena película es capaz de manipular con maestría las perspectivas y las posibles miradas, es capaz de llevarnos a sentir y pensar de formas y de modos distintos de los habituales. El mal, el bien y la justicia como flujos y no como figuras que se cierran sobre sí mismas. Flujos manifestando formas y conexiones múltiples. Joker es un ser maldito, sin arrepentimiento.