La culpa
Acechando, trazo el mapa intensivo que la culpa dibuja desde mi cuerpo. Siento emerger su núcleo desde lo profundo de mi plexo solar; fijo, apretado como corsé que envolviendo a mis riñones irradian un pulso acelerado, afilado y duro que se extiende haciendo nudos en mi garganta. En mí, la culpa se alía con la ansiedad que borbotea hasta la parte posterior de mis brazos y piernas como balde de agua fría revuelta, que me despierte, invariablemente a las tres con tres de la madrugada, insomne.
No creo que la culpa sólo sea una trampa, pero sí que está entrampada. Escucho la multiplicidad de voces que parecieran surgir de mi cabeza. Las voces del mundo que importo, de entretejidos argumentos que envuelven un sentido certero de exigencia; de algún “¡debiste!”, “¡deberías!”… pero… de algo que solo subsiste en el ocultamiento, ensombrecido. Y que, miente, porque se presiente a medio camino detenido, deshilado, inadecuado, sin saber bien a bien por qué y de qué.
La culpa no prendería sin este presentimiento de amenaza, que no es lo mismo, que de peligro.
Amenaza, quizá, frente a una incumplida promesa, una transgresión, una deuda sin saldar, un gravísimo error, un reclamo. La culpa pide y exige respuestas. Más, algo decisivo ocurre al lanzar la culpa por fuera, importando poco si en su lugar aparece algún culpable, un otro, o, si me creo a solas culpable, más, sin ahondar en ese sentimiento.
Podría persistir esta culpa de no sentir que estoy sujeta a juicio? Ese que pone en entredichos nuestra vida ¿Podría persistir sin este sentimiento omnipresente de sentirme mirada por otro? Ese sentir el peso de la mirada crítica. Y, parafraseando el curso de “Don Juan” de Bojutojú de Telegram: “¿Tendría algún poder la culpa, si acaso le respondiere, como al llamado de unos signos por descifrar desde la vida propia? Más no ya desde los argumentos del mundo que he importado, porque me han importado y fijado en su crudeza. Aún cuando se evidencie que a nadie en verdad le importa. Y ¿si dejase de importar esta luz refleja, espejeante, entretejida de múltiples importancias personales?” Pero ¿cómo?
Evocando las palabras del curso “Árbol de las vidas 2024”de Bojutojú de Telegram: “Duele, duele adentrarse porque el adentro no preexiste a estos movimientos por los que pueda adentrar la luz, fundadora de toda interioridad de la carne. Duele desasir las alianzas, los pactos de uniformidades familiares.
Pero, hay una inteligencia muda y milenaria en la culpa, aún, en lo más profundo. Movediza y esquiva; flexible como serpiente venenosa que sabe doblegar a las manifestaciones divinas; pues que de la culpa no se origina un bien, sino una forma de servidumbre. Esa a la que Luzbel respondió “Non serviam”.” (Curso Árbol de las vidas 2024)
Pero la culpa, más humana que demoníaca sirve al sometimiento del dios que todo hombre está llamado a dar a luz desde sus enmarañadas y oscuras entrañas.
La culpa enmarañada es el sello de la forma humana en su fijeza, en su equilibrio, cuando no es su forma de enmudecer la propia vida, anclada en la negación y el resentimiento.
Más, el punto más escurridizo de la culpa, divinizado, es ese lugar del cual nos parece surgir el equilibrio, (lugar de donde surge la ley), simbolizado por la balanza. La culpa como unidad de medida del equilibrio.
La culpa se alza así, imperecedera cuando no cree necesitar justificación, pues que ella misma se coloca como exigencia y soporte de toda justificación culposa. “¡Usted no es culpable por esto o por aquello, usted es culpable por el hecho de estar vivo! Humanamente vivo. Usted nació, sin saberlo, endeudado.” Es verdad. En un punto no hay fisuras en el
argumento pactado.
Pero, quizá, para estar vivo, realmente vivo, como nos recuerda Bojutojú, se requiera afirmar todo el mal posible. Y responder, responder, además, con todo el cuerpo. Adentrarse en la culpa y responder. Es decir, más allá de estas fijezas discursivas que detienen los sentidos culposos y su despliegue, su más completa revelación, es decir, de su manifestación viva en la creación.
La culpa irradia, primero que nada, como sensaciones condensadas, mezcladas, trampeadas desde un laberíntico espejo que oculta lo más oscuro de su reveladora luz corpórea. Afirmó pues mi ceguera, bajando a lo más oscuro de la caverna. Aprendiendo a ver en la oscuridad como un ciego acéfalo y sin palabras.
La culpa como signo, va revelando desde las entrañas su esplendor, por un lado: presagio por descifrar. La amenaza esconde un peligro inminente, aún, si este fuera imaginario, o, se concretase, por una deuda no saldada, por un reclamo, una transgresión, o, simplemente, como signo cercano a la muerte. “Como signo de una muerte anunciada” diría el poeta. Pero quizá, y por esto mismo, cercana al llamado de la acción creadora, como desafiante respuesta de desasimiento, despertando la rebeldía más profunda. Y, también, como antesala de nada. No pide mas que entrar, y poseernos, para por fin , poder poseerse a sí misma. “No resistas al mal” nos recuerda el texto sagrado.
Se habré la raja, como la nombró Don Juan Matus, al ser poseído intensamente; esa por donde se nos escapa la vida, y que es la misma con la que nacemos. Los filamentos de la culpa se descomponen y un gozo profundo se despliega al atravesar todas las resistencias al dolor, a la vergüenza. El pulso, antes amenazador, cambia, y la culpa se sabe a sí misma ascendiendo hacia la luz, viviente; abriendo caminos se conoce, cosmiza con los ritmos que no sabía, se deshace.
Renace primero, como ritmo, como movimiento que danza, como visión figural. “Deslizamiento al filo de la fascinación” (Curso Árbol de las vidas 2024). Borde peligroso sin duda. Felicidad extrema al caerse el telón del tiempo. Un peligro aún más hondo, se abre un abismo. Más, de ese mismo desasimiento renace el deseo, la esperanza centelleante y el peligro inminente de seguir vivo. Vuelve el quicio al preguntar, que se sabe inacabado por la palabra lograda que sabe surcar las distancias sin anularlas.
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