viernes, 12 de abril de 2024

De diferentes sentidos de placer y de deseo (primera parte)

 



Foucault (2011) hace una historia de la producción de los placeres y de las formas de subjetivación respectiva a los dominios de saber poder que los conforman. Es decir, no parte de suponer un cuerpo natural, un saber biológico, un sexo puro que no esté de algún modo atravesado por estratos de saber poder que conforman nuestra experiencia en tanto conforman al cuerpo. En sus propios términos: El cuerpo es histórico. El sexo no estaría del lado de lo real[1], ni los dispositivos de poder de la sexualidad dentro del orden represor. La sexualidad es un dispositivo de saber y de poder que produce efectos en lo real (Foucault, 2011, pág. 142-143), en el caso de la modernidad, sirvió para la producción de una determinada población; para la producción de determinadas formas de individualización, para la producción del sexo como elemento constitutivo: oculto y, a su vez, como lo más deseable (Foucault, 2011, pág. 147). Es decir, el dispositivo general de sexualidad convirtió al sexo en aquello que individualiza a los sujetos, ligándolos con la verdad de sí (Foucault, 2011, pág. 64-65).

 En términos generales, no se trata de decir que dentro del dispositivo de la sexualidad no han existido elementos represivos, sino que lo determinante de los dispositivos de la sexualidad no recae en dichos elementos. Es decir, no existe una sexualidad natural sobre la cual simplemente recaen fuerzas represoras, sino que la sexualidad es constituida como elemento positivo, constitutivo de los placeres, de los deseos, de los cuerpos y las formas de subjetivación. (Foucault, 2011, pág. 145, 147-148) Por esto va a afirmar: "Contra el dispositivo de la sexualidad, el punto de contraataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres.” (Foucault, 20011, pág. 148)

 Nuestra cultura ha explorado poco las antiguas prácticas de arte erótico, y las más de las veces, cuando nos aproximamos a ellas, inevitablemente nos acercamos partiendo de los supuestos subyacentes de nuestra propia sexualidad occidentalizada. Prácticas provenientes del Tíbet, India o China, o las experiencias místicas vinculadas al erotismo de origen cristiano o hebreo son vistas a través del filtro de nuestros prejuicios.

Más no se trata aquí de explorar a profundidad la especificidad de dichas prácticas, sino de conocer estos supuestos que conforman o que codifican a la sexualidad a la que pertenecemos y de contrastar diferentes sentidos de placer y de deseo.

 La intención es reflexionar sobre prácticas diseñadas como vías de experimentación que hacen que los modos de sentir placer desplieguen su multiplicidad, al punto de ser fuente de experiencias irreductibles a lo que se conoce como sexualidad. Donde el placer no es una meta, sino vía de múltiples sentidos de trasfiguración o despliegue de fuerzas del cuerpo, del espíritu, del alma, de nuestro ser tierra.  

 “Ha habido históricamente dos grandes procedimientos para producir la verdad del sexo.

Por un lado, las sociedades que fueron numerosas: China, Japón, India, Roma, las sociedades árabes musulmanas, sociedades que se dotaron de un ars erotica. En el arte erótico, la verdad es extraída del placer mismo, tomado como práctica y recogido como experiencia: el placer no es tenido en cuenta en relación con una ley absoluta de lo permitido y de lo prohibido, ni con un criterio de utilidad, sino que, primero y ante todo, es tenido en cuenta en relación consigo mismo; debe ser conocido como placer, por lo tanto según su intensidad, su calidad específica, su duración, su reverberación en el cuerpo y el alma. Más aún ese saber debe ser revertido sobre la práctica sexual, para trabajarla desde el interior y amplificar sus efectos. Así se constituye un saber que debe permanecer secreto, pero no por una sospecha de infamia que mancharía a su objeto… Es pues fundamental la relación con el maestro poseedor de los secretos… Los efectos de ese arte magistral, mucho más generosos de lo que dejaría suponer la sequedad de sus recetas, debe transfigurar al que recibe sus privilegios” (Foucault, 2011, págs. 55- 56).

 “Nuestra civilización, a primera vista al menos, no posee ningún ars erotica. … Es la única en practicar una scientia sexuales. O mejor, es la única que ha desarrollado durante siglos, para decir la verdad del sexo, procedimientos que en lo esencial corresponden a una forma de saber rigurosamente opuesta al arte de las iniciaciones y al secreto magistral: se trata de la confesión… La confesión de la verdad se inscribió en el corazón de los procedimientos de individualización por parte del poder.” (Foucault, 2011, Págs. 56-57)

 Como señala Foucault: 

 “la sexualidad nunca ha tenido un sentido más inmediatamente natural y no ha conocido sin duda una “felicidad de expresión” tan grande como en el mundo cristiano de los cuerpos caídos y el pecado. Toda una mística, toda una espiritualidad lo prueban, que no sabían separar las formas continuas del deseo, de la embriaguez, de la penetración, del éxtasis, del desahogo que desmaya; sentían que todos estos movimientos se proseguían, sin interrupción ni límite, hasta el corazón de un amor divino del que eran la última expansión y la fuente misma también. Lo que caracteriza a la sexualidad moderna no es haber encontrado, de Sade a Freud, el lenguaje de su razón o de su naturaleza, sino el haber sido, y mediante la violencia de sus discursos, “desnaturalizada” – arrojada a un espacio vacío en el que no encuentra sino la forma delgada del límite, y donde no tiene más allá ni prolongamiento sino en el frenesí que la rompe. No hemos liberado la sexualidad, sino que la hemos llevado, exactamente, hasta el límite: límite de nuestra conciencia, ya que ella dicta finalmente la única lectura posible, para nuestra conciencia, de nuestra inconsciencia; límite de la ley, ya que aparece como el único contenido absolutamente universal de lo prohibido; límite de nuestro lenguaje: designa la línea de espuma de lo que se puede alcanzar apenas sobre la arena del silencio” (Foucault, 1963, pág. 1)

Gilles Deleuze y Félix Guattari, señalan cómo en el caso de las prácticas taoístas, “el deseo es planteado como puro proceso (Deleuze, 1997) ¨, se trata de liberar los flujos de placer del orgasmo, concentrado tan solo en la zona genital, y que es experimentado como un fin, o como una interrupción. En cambio, con las prácticas taoístas, se intenta experimentar con los flujos de placer como movimientos continuos de una multiplicidad de flujos de intensidades y cualidades variables irreductible a los órganos sexuales. Multiplicidad de placer vinculada al esquema de la llamada energía vital.

 Partiendo de series de ejercicios, la energía liberada de los dispositivos de la sexualidad puede desplegar una multiplicidad de umbrales de ser de lo sensible capaz de desbordar nuestras memorias del cuerpo y sus placeres. Más que seguir la imagen de un movimiento, se trata de explorar la inmanencia de los flujos intensivos de deseo que llenan y desbordan al ser de lo sensible hasta encarnar nuevos modos de afectación de la fuerza sobre sí misma. Deshabituar la propia sensibilidad al experimentar con el despliegue de flujos de movimiento de profundidad y cualidad insospechadas. Haciendo posible el uso de la propia energía erótica, para la propia salud física y espiritual que en esencia no estarían separadas.

¿Cómo se diferencia este sentido erótico de lo que se suele llamar sexo? ¿En qué sentido es transgresor respecto de los dispositivos de la sexualidad occidentalizada?

En las prácticas taoístas, el  placer no está subordinado al sentido de una meta por alcanzar, es decir, se vuelve irreductible del sentido de descarga. Tampoco la intensificación del placer es subordinada a una finalidad sexual aplazable, es más bien, la apertura a sentidos distintos de placer y por esto se experimenta una continuidad, o, unidad entre placer y deseo. Apertura también entre otros flujos irreductibles de las prácticas sexuales. Es decir, hay encuentro y comunicación entre flujos de placer y flujos de otros tipos, como flujos de dolor que pueden ser aliviados, <<y en cierto sentido dirigidos>>. Se trata de la experimentación y más aún, de la producción de flujos de fuerzas que hacen posible el gobierno de sí, ya que están ligados con la encarnación del propio cuerpo, y, con procurar la claridad de espíritu y de pensamiento.

Se experimenta con múltiples fuentes de placer irreductibles a la noción de órgano ya que habría que articular a los canales o flujos de energía, cuyo fluir afecta directamente el funcionamiento de cada órgano o sistema orgánico. La energía erótica es capaz de desplegar movimientos ascendentes y descendentes, expansivos, explosivos o implosivos que entrelazan a la sensibilidad la sabiduría como continuo proceso entre distintos sentidos de lo sano y de lo enfermo. Y, tales movimientos son, en profundidad, ligados con los pulsos de todo el cuerpo, que en este sistema operan como signos intensivos de las funciones orgánicas en su totalidad, inseparables de flujos de alimentación, flujos climáticos, flujos de ánimo y de aliento; fluir continuo de sensaciones que desterritorializa las formas de la sexualidad, ampliando los límites de nuestra percepción.

Hay ejercicios que nos ayudan a reconocer el despliegue o repliegue, la concentración o la dispersión, la saturación o los vacíos como distintos sentidos de las fuerzas que somos. Fuerzas que como explica Deleuze de la voluntad de poder en Nietzsche: “La voluntad de poder pueden tener dos tonalidades, la afirmación y la negación, las fuerzas pueden tener dos cualidades, la acción y la reacción” (Deleuze, 1996, pág. 161).

El placer, como signo de un despliegue creciente de flujos de energía, puede señalar el proceso de refinamiento de la energía erótica y de deseo, hasta encarnar los sentidos del amor, entendidos como fuerzas irreductibles del ámbito discursivo; como acontecimiento, son manifestación de la afirmación de ser de lo sensible de la tierra, del cosmos y del mundo que nos habita y que habitamos con otros seres vivos. Es decir, como voluntad de poder que a su vez tiene que ser afirmada con todo lo que somos, consciencia y alma. Esta diferencia es clave, pues no es la misma manifestación de placer, aquella que colma, hasta volvernos presente intensivo de ritmos casi inseparables del deseo, pero que despliega el deseo para el despertar de los sentidos y la corporalidad como gobierno de sí, muy distinto del placer experimentado sólo como descarga. Modos de relación de la fuerza consigo misma, dónde lo que se corporiza son los movimientos de fuerzas ancestrales, nuestro sentir como campo entre fuerzas inagotables de nuestro ser tierra. No será lo mismo que el placer que experimentamos entre acciones y reacciones que nos son profundamente inconscientes. Sujetas a la voluntad de poder de la negación entre fuerzas más bien reactivas.

 

 

 

Bibliografía

Deleuze, G. (1996). El misterio de Ariadna según Nietzsche. En G. Deleuze, Crítica y clínica (pág. 161). Barcelona: Anagrama.

Deleuze, G. (1997). Audio libros y fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis: https://www.youtube.com/watch?v=EkHqPsAOzXE&list=PLLtBKw_B8yQA61V5aBgHKQU4YektdeKF0&index=10&t=7s

Deleuze, G. (2024). Audio libros y fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis: https://www.youtube.com/watch?v=_gTcTNLPccA

Foucault, M. (1963). Prefacio a la Transgresión. Critique n° 195-196, 751-769. Obtenido de https://grupomartesweb.com.ar/textos/1834941870/foucault-michel-prefacio-a-la-transgresion

Foucault, M. (1984). Hermenéutica del sujeto. Argentina: Altamira.

Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad, volumen 2, el uso de los placeres. México: siglo XXI.

Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad volumen I. En M. Foucault. México: Siglo XXI.

 

 



[1] Al final del primer volumen de historia de la sexualidad, Foucault, dice que son más reales los efectos de los dispositivos de la sexualidad sobre los cuerpos y sobre las subjetividades, que el sexo como es concebido en nuestra cultura. La idea es estudiar cómo es esa concepción y qué es lo que se confunde con una realidad independiente de dichos dispositivos. En ese sentido, dice: no se trata de liberar a la sexualidad, ni de producir un infinito de identidades sexuales, sino de conocer cómo operan. 

Por ejemplo, en el apartado de “Tecnologías del yo”, en el libro de “Los Anormales” y en el de “Los placeres de la carne”, encontramos estudios de cómo han existido técnicas, como la confesión a lo largo, especialmente, de la historia del mundo cristiano, católico y protestante que fueron cambiando la relación de uno con sigo mismo respecto a los sentidos de la voluptuosidad articulada al pecado de concupiscencia de la carne, afectando el devenir de las sensibilidades. Más, lo que queremos resaltar es cómo: La consciencia de sí iría encontrando su especificidad, su verdad y la forma de su individualidad en el elemento discursivo. De ¿Cómo se irá produciendo una modalidad de inconsciencia y de cómo la conciencia de sí quedará sujetada a los sentidos de obediencia y de autoridad? Reconociendo que el tema es muy amplio y los matices no son simples. 

“La obligación de confesar nos llega ahora de tantos puntos diferentes, está tan profundamente incorporada a nosotros, que no la percibimos ya como el efecto de un poder que nos constriñe; al contrario, nos parece que la verdad, en lo más secreto de nosotros mismos,  sólo “pide” salir a la luz; que si no lo hace es porque una coerción   la retiene, porque la violencia de un poder pesa sobre ella, y no podría articularse al fin sino al precio de una especie de liberación. . La confesión manumite, el poder reduce al silencio. La verdad no pertenece al orden del poder y en cambio posee un parentesco originario con la libertad: otros tantos temas tradicionales en la filosofía, a los que una “historia política de la verdad” debería dar la vuelta mostrando que ésta no es libre por naturaleza, ni siervo el error, sino que su producción está toda entera atravesada por relaciones de poder. La confesión es un ejemplo.” (Foucault, 2011, Págs. 58-59)

También, en “Los anormales” va a explicar cómo la noción de instinto se volvió eje de articulación entre las prácticas penales y la psiquiatría médica, que constituyeron toda una serie de medidas de control y prevención social, junto con los saberes pedagógicos y psicológicos, que recaían sobre las familias; al tiempo que las familias exigían al saber médico y psicológico el conocimiento para tratar con los problemas que enfrentaban; en tanto la familia, en sentido reducido, se volvió la encargada de la producción de sujetos normales y adaptados. La confesión sería una de las formas en la que se interrogaría a los sujetos para la producción de la verdad de sí: el interrogatorio médico, la dirección entre maestros y alumnos, padres e hijos. La noción de instinto sería aquello inaccesible y oculto sobre lo que habría que velar su potencial peligro.

 Sin embargo, hoy en día la problemática no sólo recae en la producción de sujetos adaptados y normales, cosa que Foucault señala. 

 

 


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