Pensando desde lo que escribe María Zambrano en el
apartado (La envidia, el mal sagrado, 2012):
El sentimiento de semejanza es algo muy profundo en el ser humano, no es como la
idea que podemos hacernos de cualquier otro tipo de realidad o cosa. Por esto, el sentimiento de semejanza se produce en un ámbito distinto del de la percepción. La semejanza se produce por la
condición del ser humano de necesitar ser visto para poder verse a sí mismo, de la
necesidad de ser acogido para liberar la vida de lo sensible en él.
Podemos sin duda semejarnos. Más, ¿Somos en verdad
semejantes?
“Nuestra existencia es una existencia recibida… La
visión del prójimo es espejo de la vida propia; nos vemos al verle. Y la visión
del semejante es necesaria precisamente porque el hombre busca verse… De la
soledad, de la angustia no se sale a la existencia en un acto solitario, sino a
la inversa, de la comunidad en la que estoy sumergido, salgo a mi realidad a
través de alguien en quien me veo, en quien veo mi ser… Todo ver a otro es
verse vivir en otro. En la vida humana no se está solo sino en instantes en los
que la soledad se hace, se crea. La soledad es una conquista metafísica, porque
nadie nace solo, sino que ha de llegar a hacer la soledad dentro de sí, en
momentos en que es necesario para nuestro crecimiento” (Zambrano, 2012, págs. 286-287).
La autora agrega que “en la visión del semejante va implicada la
interioridad, el dentro que es nuestro espacio, al cual nos retiramos y que nos
confiere la suprema distinción. Cómo nos sintamos en ese verdadero espacio
vital está relacionado con la visión del prójimo, con la comunidad; con el
logro de ser individuo de la especie humana en soledad y comunión.” (Ibídem: 284)
En este sentido, la soledad se vuelve necesaria
para la conquista de libertad, como una especie de desanudamiento de los lazos de semejanza.
La soledad despeja los espacios, los crea y hace posible un segundo nacimiento, a través de dar a luz a cierto sentido de identidad, como unidad irreductible de
la idea de semejanza. El ser humano tiene que dar a luz a “la visión de sí
mismo” en soledad (Ibídem 286-287). Sentido de unidad que es más que la identidad
personal o yoica, pues, se refiere al ser capaz de afirmar en sí la diferencia,
la alteridad que es en sí mismo, como unidad viviente más allá de ser
sólo pasivos frente a las pasiones, “libres de ser simples pacientes de lo que
nos pasa” (Zambrano, 2012, pág. 288-289). “Pero si la visión no es
directa sino refleja, a través de un semejante la libertad es adquirida por
medio de otro. Somos pues por otro y con él” (Ibídem: 288).
Así las cosas, ¿Cuál sería el problema con el sentimiento de semejanza, bajo qué condiciones se vuelve necesario el desanudamiento? Si bien, el mimetismo es parte de los procesos que nos permiten hacernos conscientes para poder participar de ciertos modos de ser de nuestro mundo, y, con el mimetismo se vuelve posible la idea de semejanza, también, se vuelve posible un cierto ámbito no diferenciado, las imágenes se confunden, se mezclan, se fragmentan, se emplazan. Da lugar al infierno posible, de la envidia, (Ibídem: 292) del resentimiento, que no son sentimientos ni pasiones, son respuestas del ser en la encrucijada entre el deseo de identidad y libertad. (Ibídem: 289).
Así, Nos recuerda María Zambrano, que respuestas como
la envidia sólo puede sentirla aquel que se sabe visto por otro a quien supone
su semejante. Semejante que abre a la figuración de un doble: de otro que mira
y juzga en él sin distinguir plenamente que es él mismo el que juzga entre
fragmentos.
Es así que el envidioso nunca logra estar solo,
puesto que ha sustantivado a “el otro” en sí mismo (Ibídem: 281); “se ve a sí
mismo vivir en él” (Ibídem: 283) “Verse vivir en otro, sentir al otro de sí mismo
sin poderlo apartar” (Ibídem: 283) haciendo imposible “la soledad necesaria para
ser uno mismo. Pues en verdad, la identidad personal nace de la soledad, de esa
“soledad que es como espacio vacío necesario que establece la discontinuidad " (Ibídem: 283).
La avidez en la envidia tan sólo señala la
inquietud del ser a medias nacido (Ibídem: 282), pero, lo esencial de
la envidia no radica en alguna carencia o necesidad. La envidia es una forma de responder de forma pasiva frente al propio deseo de libertad sujeto de la ilusión de semejanza. No es producto de una percepción objetiva,
no es un sentimiento, ni dominio de la consciencia, o del alma. Nace
entre sombras; como deseo de la libertad de otro convertido en sombra que
resulta de haber huido de sí (Ibídem: 295), de haber huido
de la más radical soledad, de ver, de vivir la propia diferencia por la que
podríamos ganar libertad. El envidioso rehúye de la luz a las tinieblas. Huye a
ver, huye de ser; de ser radical más allá de toda semejanza posible. (Ibídem: 295)
“Soledad que no es ni aislamiento, ni incomunicación, ni desamparo”, pero que al huir de ella queda como atrincherado, respondiendo pasivamente frente a su deseo de libertad. Queda así, anhelando la libertad de otro, el atrevimiento de otro a quien admira al tiempo que desea su ruina . Pues no tolera el reflejo de quien al envidiar aparece como negación de sí mismo (Castellanos, 2023) .
Como lo explica María Zambrano, envidia sólo
podemos sentir de un semejante, prueba de ello es que jamás sentimos envidia de
un animal (Ibídem:284). Pues, la semejanza que se produce con la
mimesis abre de esa forma de interioridad muy cercana a la imaginación que
permite que el otro aparezca en mí como yo mismo. Pero el envidioso al ser “ un
ensimismado … Mira y ve a otro no afuera, no allí donde el otro realmente está,
sino en un abismal adentro, en un dentro alucinatorio donde no encuentra el
secreto que hace sentirse uno mismo, en confundible soledad” (Ibídem:284)
Así, la cuestión es ¿Cómo aparece "el otro" dentro de ese abismal adentro? El envidiado aparece entre sombras agazapado y al asecho del envidioso. Envidia que solo puede sostenerse en la medida de no ver, ver radicalmente al ser desde su más radical soledad, desde su diferencia y discontinuidad propia. Pues su mirada está como vuelta sobre sí, produciendo una forma de interioridad en la que el otro se confunde, como proyección de su deseo de libertad. (pág. 289) Deseo que esta trampeado por la lógica de la carencia, al interior del ámbito de la representación imaginaria (en cierto sentido inconsciente), de modo que pareciera que, el propio ser no puede afirmarse más que mediando la lógica de la negación.
La envidia incorporal se corporiza. No es
metafórico que se alojará en el hígado; que vacía al corazón helando los
nervios y la sangre. Efectivamente, la envidia consume, consume lo real. Más lo que
pueda ser la realidad con el otro, es justo lo que se construye, es decir se
vuelve real. Y como toda realidad, crea las fronteras entre lo que creo ser y
no ser.
La envidia podría disolverse, si, el otro,
a quien miro al envidiarle, “pudiera reflejar su más radical soledad, y no la
espera de la incesante confirmación de ser”; “de existencias que se ven y miran
vivir la una en la otra, en la esperanza de encontrar la imagen que necesitan
de sí mismas; ambigüedad azarosísima de la participación”. (Ibídem:288) Revelando cómo la envidia emerge “del torcido
ensimismamiento, donde la mirada se desvía ante el equívoco espejo” (Ibídem:291)
No ver, no reconocer la diferencia más radical es,
también, lo que sostiene al déspota para imponer alguna moral endurecida con la
que se permite sentir, hablar y pensar por otro sin verle; determinar cuáles
han de ser sus deseos y pensamientos sin escucharle; o adivinar lo que le haría
bien o no, lo que le haría libre, sano o enfermo sin conocerle. La mimesis
puede ser el soporte interior por el que prende irreflexiva toda normalidad
como eje estándar de comparaciones y valor como medidas de control o de
dominio; sosteniendo y sostenida por la consciencia de semejanza; ya que “ver a
un semejante es ver vivir a alguien que vive como yo, que está en la vida a mi
manera” (Ibídem:284).
Envidia que se encuentra en la encrucijada de los designios de la propiedad privada que moldea nuestras subjetividades atravesadas por la lógica de la negación. Pues, dentro de los Estados Modernos, la libertad fue comprendida al amparo de la propiedad privada, y en ese sentido, la libertad queda definida más por aquello que queda excluido, o por lo que se busca evitar (Castellanos, 2023). Por ejemplo, con el pretexto de evitar “la dependencia de la voluntad ajena” (Macpherson, 2005, pág.150), se postularon dos objetos que constituyen la libertad: por una parte, la propiedad privada y por otra el trabajo como objeto susceptible de alienación. Es decir, los dos objetos con los que se constituye la libertad están conceptualizados como mercancías que se pueden vender, sujetos de las leyes de mercado (Ibídem:150). Y, en este sentido, pensadores como Tomas Hobbes pudieron observar que en nuestras sociedades uno no vale por lo que cree ser. Es decir, no importa que tanto usted se valore a sí mismo, pues, en verdad usted vale por lo que otros estarían dispuestos a dar a cambio de poder hacer uso de sus capacidades o habilidades, en la medida que otros necesiten de éstas.
En otras palabras, nuestras cualidades,
capacidades y habilidades físicas y mentales valen según sean valoradas por una
red social de mercado (Ibídem:46), competitivo y
utilitarista. Por eso, también, el deseo nos parece fruto de la
carencia. De ahí que se articule con el sentimiento común de que la envidia y
la consciencia de miseria dependan de algún objeto, cualidad o circunstancia de
la que se carece, y que, para que unos sujetos tengan poder, riquezas u lo que
pueda considerarse de valor, es necesario y determinado en la medida que otros
carezcan. Como si en toda forma de poder estuviera ya implícito el robo de unos
a otros, el predominio de unos seres por encima de otros.
Fruto de la carencia, no sólo porque el valor se
sujeta a la opinión de otros; otros, que en realidad se refiere a las
relaciones sociales de mercado y competencia, sino porque el ser aparece, bajo
la lógica de la carencia, como aquel que por medio de la negación se afirma. Afirmación
que aparece subordinada a la carencia cuando excluye la afirmación del campo de
inmanencia productivo de deseo, de la singularidad de fuerzas que nos habitan y
que somos. Es la afirmación subordinada a la negación como se
construye el deseo de poseer sólo para sí al objeto figurado de su envidia,
envidia que queda emparentada con la mezquindad.
Más, como dice María Zambrano, la envidia consiste
en responder pasivamente frente al propio deseo de ser. De ser singularmente. Pasividad
que es un modo de afectación de sí, un modo de afectación de la fuerza consigo
misma. Pasividad que nos deja a merced de todo tipo de reacciones difíciles de
admitir como propias; pues al huir de sí, del encuentro con lo que nos excede,
el propio deseo retorna enmascarado.
No obstante, la envidia, como efecto de una voluntad de
poder negativa, producto del devenir entre fuerzas reactivas, no anda tan lejos
del amor, aparece, como su Némesis. “Es la envidia la que convierte al
semejante en “el otro” (Zambrano, 2012, pág. 289) que, a través del espejo de
semejanza, el ser aparece fragmentado, atado y enredado con su semejante. De
ese modo nunca se está en soledad, aparece siempre siendo juzgado por "otro";
“otro” que necesita pero a la vez niega, “otro” en torno al cual se forma un
círculo de tumba al envidiarle, quedando apartado de la luz.
“El sí mismo viviente, ¿podría serlo sin el otro? Amor y envidia son
intentos de vivir en el otro. De vivir del otro. La intención es la misma, sólo
les separa la diferencia que va del mimetismo al afán de ser realmente. El que
ama se engendra a sí mismo a cada instante.” (Zambrano,
2012, pág. 295)
“la historia nos muestra a los que de verdad amaron sumergidos en una
especial soledad; soledad hasta física, retiro al desierto que ha precedido a
la manifestación de las grandes vocaciones amorosas. Porque el amor nace de la
soledad del ser en sus tinieblas, que fía en el logro final; nace de la fe
ciega. La envidia rehúye las tinieblas que a toda criatura se presentan y se
fija en una imagen que proyecta: una imagen nacida de las tinieblas, una
sombra…” (Zambrano, 2012, pág. 295)
Castellanos, B. (27 de abril de 2023). Filosofía con Flow. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=Irv2nqAI8sY
Macpherson, C. (2005). La teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke. Trotta.
Zambrano, M. (2012). El hombre y lo divino. México: Fondo de Cultura Económica.
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