Dedicado a los hijos de Adán y Naamá
Hoy la luna se encuentra más cerca que nunca. Al son del ritmo de un blanco imposible. Imposible también su cercanía. Alrededor de ella todo parece incertidumbre. Podría la Luna devolverlo todo a la nada. Asombro y miedo, lumbreras del espíritu.
Visibles, bajo el dominio imaginario, los temores se apresurarán a tomar formas de brujos, demonios y monstruos. Imaginación sumisa, a veces rebelde, al amparo de viejos y renovadores mitos.
Los fantasmas van y vienen, sucumbiendo cada vez más ante la mirada que rige la norma. Extraño destino de aquello que latía sin corazón. Temores plegados a través del relato capaz de enmudecer lo inconmensurable. Creaciones humanas. ¿Creaciones humanas?
Los temores, acallados, convertidos en malos sueños o fantasías. Convencidos de ser solo eso pues sólo es real lo que tus ojos pueden ver. Cómo si a mis ojos sólo les fuera lícito ver lo que dictan y editan las palabras. Palabras de un ser que, llevado por el mundo, olvida. Olvida lo que sus ojos habían podido entrever en los tiempos en los que la oscuridad no era tan solo ausencia de luz. Ni dominio exclusivo de los sueños.
Palabras que tonifican, abriendo claros e hilvanando los tejidos que, cuando niños e imaginando no cesaban de extender sus horizontes. O cuando el sentido de ellas se manifiesta pleno, pues se quiere fuerza encendida de inquietantes ritmos derramados.
…
Más los hijos de la tierra no han olvidado, aún cuando sus memorias hayan sido reducidas a nada; La Nada ha sido su imposible resguardo. Ahora, de “la nada”, sensaciones profundas desafían las franjas de producción de lo visible. Oscuridad de la tierra y de sus raíces, guardiana de los tiempos milenarios; matriz de todas las imágenes y sostén de todas las palabras y de los sueños.
Sueños que en hoy despiertan, atravesando a las brechas del olvido, desafiando a las resistencias a sentir más allá de las máscaras, al monstruo enmascarado, que gime sin mediación y sin tiempo, pues a medias nacido agonizaba en nuestros sueños.
Protegidos nos creemos de lo monstruoso, profundamente negado, bajo los supuestos con los que teñimos a lo desconocido y extraño. Pues, violentos pueden volverse los impulsos en las tinieblas entretejidos. Impulsos que pueden volverse contra uno mismo, cuando en vez de saber lo entramado de nuestras fibras sintientes, historias y mitos, y, en apariencia ajenos o enajenantes monstruos, tan solo negamos, cerrando, clausurando su manifestación, tal y como es su naturaleza esplendorosa.
Resguardados de aquello que pueda excedernos, damos paso a la formación de pensamientos y sentimientos inconscientes, que poco, o, en nada se asemeja a nuestra naturaleza; es así, como ha podido ser expropiada y explotada hasta el agotamiento de sus fuerzas.
Naturaleza inexplorada, acotada en su concepto científico, “que hace del misticismo una trampa, en tanto, este nos parezca insondable, innombrable, casi etéreo espíritu de algunos pocos elegidos celestes, sin verdadera relación con esta tierra, con esta otra naturaleza del día a día mundano.
Como ha sido el caso de Naamá, madre de los demonios caídos, que cuenta cómo es demonizado el néctar de los sentidos.”(1)
Ella es la seducción que invita a probar la apertura creadora del instante. Voluptuosidad primera, y siempre virgen; capaz de despertar a los antiguos Dioses y adormecidos demonios. Despertar de las lenguas sagradas, por las que ascienda a la piel, su néctar de Luna sabor plata, su delicado saber deshacer los nudos endurecidos de esta férrea necedad a sentir, simplemente sentir la permeabilidad de la piel, apertura entre tiempos y más allá de los tiempos, su arena viajera, su tierra fértil. Sentir, demonizado, en tanto no se vislumbre su terrible esplendor interior, que pertenece a la tierra de quien somos hijos y alimento eterno.
Naamá, guardiana de los caminos al reino prometido, Yerushalaim. Al reino que no es un Estado, ni un lugar, ni un estado mental. Es el reino que llama, y que, al principio, aparecía solo enigmático entre los sueños.
La Paz nos llama en medio de la guerra, o, acaso más bien, ¿no la hemos llamado también nosotros? Guerra de cerrazón senil, de estrecho corazón, de imperialismo inflamado, de opresión enfermiza.
“Yerushalaim, tierra de paz, o, donde ofrendamos a La Paz, el propio cuerpo, tierra de despertar de saberes milenarios.” (2)
(1) Curso “El Árbol de las vidas” 2024.
(2) Ibidem
Esto es lo que llaman forclusión?
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