viernes, 31 de julio de 2020

Reflexión en torno a “Así habló Zaratustra “ comentario y audio libro en proceso





La filosofía expresada poéticamente es la apuesta por desencadenar una multiplicidad de sentido. Hace del pensamiento un proceso vivo. Pensamiento que no busca el perpetuo reflejo de sí mismo, ni el reciclado de felices fórmulas que llevan a la conciencia a reencontrarse consigo misma, a interiorizarse en la voz que se esculpe, sólo, discursivamente.


En algunos apartados de"Así Habló Zaratustra", Nietzsche le presta su voz al ser de la tierra, encarnando los sentidos de ser tierra. 

Lo que me lleva a pregunta: ¿cómo  devenir tierra, si de entrada se la tiene por objeto de apropiación, como medio de extracción para alimentar nuestra voracidad, o, como simple escenario de fondo? ¿Cómo prestar oídos a aquellas fuerzas que, si bien, sostienen nuestros pasos, alimentan nuestro cuerpo, nos reconstruyen, también, son fuerzas de aniquilamiento? 

Sentir las fuerzas de ser de la tierra, dar cuenta de su violencia. Lo que no quiere decir abrirse de cualquier modo ni de cualquier manera. Esta es, en parte, mi lectura para pensar la enfermedad, o eso que Nietzsche llamó la gran salud. 

Un buen amigo, decía “y ¿por qué no experimentar lo enfermo en uno como sagrado?” 

Sagrado, del latín sacer: puede interpretarse como aquello que tiene que hacerse. Sagradas, eran las potencias que violentaban todo sentido de orden, que por esto se distingue de lo divino. 


Lo sagrado pone en juego a la creación, el devenir corporizante de ser de la tierra, que por lo tanto excede el concepto de naturaleza. 

Las fuerzas aniquiladoras de la vida, se tengan por sagradas o no, deshacen para dar paso a la vida misma a partir de una gran diversidad de procesos que no dejan, también, de afirmar la muerte. 
En otras palabras, no puede verse ni sentirse algo, que no se había visibilizado, sin que nos afecte con su potencia. Así, como tampoco puede amarse, realmente amarse lo que no se ve ni se siente. 

Y, bajo cierto umbral de este devenir, sentir la potencia capaz de arrasar en mí lo arrasable  como una manera de abrir a más de lo que soy en el instante de la cima de mi propia ruina. Y, no cabe romanticismo alguno en esta afirmación (para la que desconozco fórmulas y recetas).

Más, entre humanos, no sentimos igual ni del mismo modo  y habría que partir de esta diferencia.

 En palabras de Foucault, de cómo sea el ejercicio de la fuerza sobre sí, en la búsqueda de nuevos modos de gobierno de sí en tanto ser singular. 

Pero igual,  pensando que hoy, y quizá hasta esté de moda la idea de aniquilar valores para crear unos nuevos, crear sentidos de lo sano y de lo enfermo, lo que entendemos tanto de Foucault, como de Nietzsche, es que nada puede crearse si uno no recoge de su herencia histórica y personal, al modo de un arqueólogo o de una genealogía el ser de su propia herencia, afirmando todo lo que en uno ha sido importado, impuesto, tomado y deseado. Nietzsche, más radical, afirmando un juego que incluye el azar, la fatalidad, en la mesa de los dioses; amando y odiando la vida en juego, la vida que se  presenta como regalo, la vida que se nos escapa, la vida que ha sido emparedada a cielo abierto, la vida que duele y desquicia, la vida como bálsamo y como voluptuosidad desbordante. 

Se habla mucho de la crítica de Nietzsche al cristianismo y al judaísmo. Se hace énfasis en el tránsito entre el camello y el león. Del paso entre estar sometidos por el <<tú debes>> a contraponer el <<yo quiero>>. Es decir, la afirmación de la voluntad. Pero en este punto creo que hay que hilar fino. Pues lo que sea la voluntad tampoco parece tan evidente. Y creo que en esa confusión se terminan mezclando muchas cosas. Así pues, el paso del león al niño es imprescindible. Pues, lo que entendemos, es que sólo el niño, no el león, es capaz de crear. Y, crear se asimila a un juego en el que se ha podido afirmar la vida toda. No cualquier juego, “se trata de un juego donde lo que se juega es la propia vida.”

 El niño tal como lo describe Nietzsche: “un santo decir sí a la vida: el espíritu quiere ahora su voluntad.” 

La voluntad no es del ámbito del yo. Hay algo de la voluntad irreductible al ámbito del lenguaje y de la conciencia discursiva. Y, el espíritu es algo más profundo y complejo que el yo, o que la consciencia discursiva. Eso entendemos cuando Nietzsche describe al espíritu como un yunque, como las memorias del cuerpo por las que habitan las memorias de un mundo, de un tiempo o de una historia. Pero también, porque en otras ocasiones connota fuerza, la vida de la sangre y del pensamiento, indisolubles.

Y cuando dice: “el retirado del mundo conquista ahora su mundo”, refiriéndose al niño. Se trata pues del desafío del mundo actual, pues que no se trataría de pensar los siglos pasados sin implicar la actualidad que es uno. 

Inocencia es el niño, y un olvido ¿cómo podría entonces anidar el resentimiento? 

“Un nuevo comienzo, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. En otras palabras, el niño ha hecho de sus venenos su bálsamo, ha lanzado la flecha de su anhelo por encima de sí”.

El niño no es un producto acabado; no  se alimenta del poder de otros; de otros que le cedan su poder. Y más aún, el niño no es tan sólo, ni principalmente, el tiempo que transcurre, el tiempo sucesivo, ni el aquí y el ahora. Es presente y más que presente, juega y excede la tiempo. “Si la humanidad cayó al tiempo, el niño vuelve a caer, cae del tiempo, es por eso eterno retorno.”


jueves, 30 de julio de 2020

Cine y filosofía “La Mujer del Puerto", una lectura desde la perspectiva de "El sueño Creador"

(advertencia: spoilers)


Siguiendo el hilo entre “El sueño creador” y el cine: (advertencia: spoilers)





“La Mujer del Puerto” es un film de 1934, escrito por Guy de Maupassant y protagonizada por Andrea Palma. Trata la vida de una mujer joven, llena de vida e ingenua, llamada Rosario. Dicha joven sufrirá el desengaño, cuando, el padre de la joven, viejo y enfermo, en un intento por vengar el honor de su hija es acecinado por su joven amante.

La primera parte de la película transcurre en Córdoba, Veracruz; un pequeño pueblo donde todos se conoces y donde la conducta sexual de las mujeres es juzgada con la severidad de aquellas buenas costumbres. Por ello, cuando muere su padre, Rosario se encontrara marginada y sujeta a un constante desprecio y humillación. El dolor, la desesperación y la miseria van a marcar su vida. Situación que aprovecha el jefe de su padre, un explotador consumado, para sugerir una solución que los beneficie a ambos. Más, ella no acepta venderle su cuerpo. 

Sin embargo, en la segunda parte de la película, una vez pasado el tiempo, volvemos a ver a Rosario, ahora, como una mujer que va de puerto en puerto, de poblado en poblado, vendiendo placer a los hombres.

Esta historia podría contarse como una concatenación de eventos causales que no tendría más salida que la desventura. Sin embargo, esa linealidad y concatenación de eventos causales, que sería el tiempo de un sujeto, o de un sujeto a las circunstancias, sujeto a su historia, se ve desmoldado, a través del ejercicio de la libertad de Rosario; que podemos explicar por el poder de afirmación de que ella es capaz, en la segunda parte de la historia.

Sabido es que el tiempo humano no es principalmente determinación, sino un medio para la libertad. Nuestra protagonista con todo y su pasado trágico, no cae en la prostitución. Ella deviene prostituta. Ella hace parte de la construcción de su mundo. El mundo “dado” no es simplemente “lo dado” para Rosario en la medida que afirma su destino, afirmando su desolación y su tristeza puede ser más que pura determinación. Es así que no vemos rastro ni de resentimiento, ni de cinismo, ni de venganza en su acción, ciertamente liberadora respecto del mundo que habitaba. Es ella quien, cada noche, escoge a su amante con quien  gozar, y no permite que sólo la escojan a ella . Aquí el tiempo aparece como suspendido pero alargado por la duración (escena en el bar), por su capacidad de observación y la afirmación que consuma por las fuerzas de deseo de las que hace uso. Así, pues, ella afirma lo que es, afirma su vida y en ese sentido se constituye como persona, pues, la afirmación de la vida es la afirmación de su sentido. Sentido que emerge del entrecruce entre las fuerzas que irremediablemente la habitan y el ejercicio de su voluntad. Voluntad que podemos leer en la expresividad de su porte, en la acción de su gesto, en lo certero de las acciones de su cuerpo, en la simple acción de elegir, es decir, de a quien elegir y gozar.

Más, toda voluntad de vivir que confiere unidad al tiempo, estará atravesada por la atemporalidad, como en los sueños, permeando de sinsentido también a la vigilia. La persona en que nos convertimos no es nunca unidad cerrada, acabada. Y, he aquí que el azar que toda vida envuelve, va a abrir el camino a la tragedia en la vida de Rosario, al desembarca un grupo de marineros entre quienes venía su hermano, a quien no ha visto en muchos años, a quien no reconoce en uno de los bares al que llega sin ser esperado y, a quien escoge como amante de esa noche. Así, cuando las identidades son reveladas ella queda destrozada y se suicida. Instante en el que irrumpe algo de lo imposible, algo para lo cual se queda sin palabra, sin poder de significación y más aún sin sentido. ¿Qué sucede entonces con el tiempo de Rosario? ¿Qué fuerzas, que intensidades emergen e irrumpen? Intensidades que hacen imposible el fluir y el pasar del tiempo, del dolor, de la culpa. 

Para llevar una vida a este extremo, el tiempo tuvo que volverse tan intenso que, ese dolor que la atravesaba, no puede explicarse como el dolor de un suceso personal, no guarda las características de un simple y anecdótico accidente. “Aquí” y “ahora” tampoco explican nada, tampoco pueden nada. No. Ese tiempo está abierto y comprimido a la vez, hecho pedazos, ahogado, estallado. Fisura del tiempo por la que emerge: Un Único Dolor. No el dolor de este u otro suceso. Fisura, de un tiempo comprimido pero circular del que emerge todo dolor detenido como en la atemporalidad de una pesadilla. Multiplicidad de Un sólo dolor capaz de contener en sí, en su multiplicidad, todo el dolor de su nacimiento y de su muerte inminente, del desprecio y asedios mundanos, de los viejos desengaños, y, quizá, de su vida sin más; sin poder ya simbolizar lo acontecido. Es un dolor abierto y sin refugio que hace emerger a la vigilia algo propio de la substancia de los sueños. Realidad que ningún análisis por profundo que se pretendiera podría apaciguar. Sólo una apertura o un despertar de la vigilia en los sueños, en la atemporalidad propia de los sueños, llevando en sí el ser del dolor, a su vez, como vía para descender al propio infierno sería capaz de liberarla. Pues en sueños, así, es posible entrar en la muerte, y, en verdad morir, diluirse en tanto personaje del destino; morir en tanto personaje de una tragedia sin autor; desentrañar la fatalidad bajando a su inframundo; ese que porta su ser y que es su propio ser y, que de atravesar, la muerte liberaría el círculo que la fatalidad había abierto, haciendo posible un renacer, un dar a luz al propio ser, que de otro modo no puede sino manifestarse como un fragmento de realidad inconciliable, por tanto, como suicidio, como vemos al final de la película.


 

viernes, 17 de julio de 2020

Audiolibro "El sueño creador"

   





             

“El sueño creador” es un texto revelador de la psicología humana, que trata a fondo el problema de la libertad humana.

María Zambrano nos dice que despertamos del sueño a la vida por ello los sueños son parte intrínseca de nuestro ser, pero lo son de un modo muy peculiar. Son algo así como la materia obscura de nuestra sustancia. Pero quizá lo más revelador de los sueños al analizar su forma, su lugar y su materia, a través de una fenomenología de los sueños, es lo que tienen que decir respecto al ser que somos en vigilia. Y es por eso que existen diferentes tipos de sueño: los sueños de la psique, los sueños de la persona y los sueños creadores.


En los sueños de la psique reina la atemporalidad y la ilusión del movimiento. Zambrano nos dice: en ellos nuestra conciencia se sumerge, es arrastrada por un fluir incesante de fragmentos figurativos. Fragmentos por los que retornan escenas de nuestro pasado como si éste realmente no se hubiera hecho pasado; como fragmentos de las memorias que insisten y se mezclan con el presente, son sueños de deseo donde la conciencia aparece dominada por su pasado; o bien, surgen deseos invertidos, por ejemplo, ofrecemos un regalo a alguien (máscara de generosidad) a quien en realidad querríamos quitar algo que envidiamos. Son sueños en los que la consciencia asiste sin la posibilidad de extrañarse, de preguntar, ya que para preguntar se requiere de un vacío, de un distanciamiento que abre en la vigilia y que, hace posible experimentar la discontinuidad, es decir el tiempo como presente, pasado y futuro que transcurre; que abre al devenir; que abre a la posibilidad de que algo pase. El vacío es la condición de posibilidad para que podamos hacer uso del tiempo y el espacio. Extrañarse, preguntar es la condición para ser libre. Libertad que emerge en medidas, grados y formas muy distintas.

 Más los sueños aparecen como un espacio lleno, sin vacíos, sin poros, sin la posibilidad de extrañarnos, es decir, en los sueños no podemos pensar por absurdo o raro que sea lo soñado. 

La consciencia asiste en los sueños. Mientras que, en vigilia, existimos, es decir, se abre a ella el tiempo y el espacio del que podemos hacer uso. La existencia es el campo de posibilidad de toda libertad humana. Pues como nos dice Zambrano, no es lo mismo la vida, que vivir la vida, y, toda vida humana exige que sea vivida.  Vida que es el lugar de encuentro entre los seres. Por ello, por tratarse de encuentros, la vida es el lugar donde no sólo podemos ver, sino que todo ver es simultáneamente ser visto. Inclusive cuando nadie nos ve, nos sentimos de uno u otro modo mirados, lo que obliga siempre a responder de la propia vida, como sea que seamos capaz de ello. Ver y ser vistos es la condición que abre el camino al amor, a amar.


Sin embargo, podemos vivir la vida como dormidos. Emparentando nuestro vivir con los sueños de la psique. De hecho, por tratarse de nuestra sustancia, los sueños emergen y actúan más de lo que imaginamos en la vigilia. Irrumpen y emergen en el olvido, la distracción y como motor inmóvil de nuestras obsesiones y angustias más profundas. Este tipo de sueño puede incluso gobernar toda una existencia o partes de ella. Se trata de nuestra existencia cuando se da entre fragmentos que transcurren sin que nos hagamos mayor cuestión acerca de lo vivido. Existencia que no hemos hecho realmente nuestra. Y si nos aparece alguna cuestión, ésta tiene la forma de las preguntas ya habidas en tanto tienen el peso de las historias que se imponen dominantes. Se trata del peso de la herencia recibida, sin que seamos capaz de plantarle cara, es decir, de responder a la propia herencia. De ser actores de un guion recibido, sin la capacidad de una acción liberadora, de la que sólo la persona es capaz. Se trata, de la sujeción al <<tú debes>>. Se trata de ser sujeto a la fatalidad-destino. Se trata de vivir dominados por el peso de un pasado que no termina de pasar, es decir de perecer (palabras de Zambrano). Se trata de vivir dominados por deseos que son la suma de nuestros anhelos y ansiedades y de vivir amenazados bajo el latido de la angustia que anuncia una muerte segura. Se trata de hacer de la queja y de la culpa (culpar a otros) nuestro argumento predilecto. Es la existencia que experimentamos entre mascaras. Mascaras que aparecen como sustitutos, de entrada, no sabemos de qué. De un vacío, de nada, quizá. Por lo pronto esa es otra cuestión.    


                                     

jueves, 16 de julio de 2020

Audio libro "El Hombre y lo Divino" Introducción

                             




               https://www.youtube.com/playlist?                   list=PLLtBKw_B8yQD7qUEzimmh9I_y01DjDE_P
Audio libro "El Hombre y lo Divino" de María Zambrano