martes, 27 de agosto de 2024

Apatía

 


Asfixiada, la vida se escurre entre barrotes, que vigilan los guardias y policías del pensamiento.

Desciende la apatía embelesada de su falta de estremecimiento. Desprecia el cuerpo, desprecia sus intersticios. De puntitas camina la apatía para no ensuciarse; incapaz se ha vuelto de salir del laberinto, para explorar sus superficies sin agotarlas; incapaz de acariciar los nudos de las fibras más sensibles; queda el cuerpo adormecido y un viento frío penetra las entrañas.

En ausencia del fuego interior, el deseo aparece como acto figurado, sólo figurado. Reina la apatía en ausencia de movimiento vivo.

Constriñe y seca la apatía; enmascarando los vacíos con su adormecedor susurro: “nada importa”. 

Sigo sus hilos a medio tejer, más allá de estos resguardos policiales; invocando el tiempo que vuelva fluidos y vibrantes los espacios. Tal como hacer fluir una escena literaria, fílmica o musical. 

Y afuera, llueve y se humedece la tierra; Elohim, irrupción del instante capaz de dar a luz voluptuosidades silenciosas, voy a la caza de sus signos figurales, más que solo figurativos, intensivos, más que solo discursivos. Sopla el viento, Elohim, capaz de disolver los laberintos y los enredos.

   Despierta la sensibilidad medio encendida de los paisajes tras las sombras de estos teatros privados. Pierdo el respeto a las formas de expresión vueltas hacia un lento y tortuoso suicidio. Como personajes de una pesadilla sin rastro de vida interior; a la espera, siempre a la espera. Pero, por esto mismo, personajes apagados, vaciados, con los que la eternidad puede sorprender, como si de un medicamento homeopático se tratara, movimientos tortuosos y devenires, entre ritmos vitales de variable intensidad, sí, "no importa, nada importa”. Nada importa, y un estremecimiento de inmensidad atraviesa mis entrañas.  

Lo mismo en el teatro que en la vida misma, interpretar no es cosa opcional; lo es asumir y jugar con los relatos que nos cuentan qué nos contamos. 

Voy a la caza de los bloqueos y las líneas de fuga. Aligerar el propio cuerpo; cuerpo que sabe ligero, que sabe soltando, asimilando, sintiendo, siendo cuerpo Elohim, cuerpo de lluvia eterna. Pues, ¿qué escenificación, qué tejido de espacio y de tiempo que la inmensidad no disuelva generosa?

Despierta, despierta desde cualquier umbral, desde cualquier sentir o punto de enunciación, más allá de los tejidos de enunciación, el árbol de las vidas y del conocimiento. 

Dibujo de Isaac Martinez 

domingo, 18 de agosto de 2024

Hacer tierra



 ¿Qué significa hacer tierra, hacerse uno con la tierra?

Me cuentan que los elefantes caminan grandes distancias; que sus patas, especialmente  las de los más viejos, son muy sensibles, redondas y rugosas, que como unos tímpanos pueden sentir a la distancia el vibrante golpeteo de las gotas de lluvia en la tierra. Entonces, los elefantes al mando saben cómo orientar sus pasos y guiar a su manada para calmar su sed.

También sabemos que los perros son fieles compañeros. Su fino olfato, de tan receptivo puede distinguir, entre una gran gama de  olores, los de diferentes estados anímicos de sus humanos compañeros, de quienes perciben  hasta su ausencia. 

Conocemos los mitos del chihuahua y el xoloitzcuintle de tierras tan ancestrales, que pueden descender a los inframundos.

Sabemos que los gatos, compañeros de las brujas, ensueñan; ligeros, ágiles y flexibles saben descargar y transformar las energías; y que los orangutanes conocen las plantas con las que preparar emplastes para curar sus heridas. 

No es un secreto que las bandadas de  gansos,  al alinearse en V, en el aire, convierten al viento en su aliado para volar  veloces y ligeros.

Los pulpos son conocidos por ser grandes estrategas; pero cuando están muy mal heridos saben encontrar algún refugio oscuro para descender a un sueño  profundo, cercano a la muerte para sanar.

Aprendimos que las hojas de las plantas pueden moverse en dirección del sol para alimentarse; y que los órganos reproductivos de los árboles, en las flores, se encuentren expuestos, abarcando lo más alto de sus copas, sensibilizando toda su superficie. Me pregunto ¿cómo se sentiría la propia piel, deviniendo árbol en flor?

Si eso que llamo hacer tierra no me lleva a ser más que yo misma, sino penetra y me saca de mis resguardos discursivos. ¿ Entonces de qué teatro estaría hablando? ¿De reciclados discursos al servicio de las nuevas religiones; de ser Terra amiguis, ambientalista conscientemente culposo de la nueva moral. 

Me gustaría más devenir animal y preguntar a los árboles como sembrar raíces. 

Bueno, ya le pregunté a tres, con mis manos y, ¡Pasumadre! que  sí responden.

martes, 13 de agosto de 2024

De viejos dioses que cantan

 



De viejos dioses que cantan

Caía la noche cálida y húmeda. Lejos de la cuidad, un arrullo de cielo abierto y estrellado penetraba la oscuridad del establo alumbrado por algunas linternas y veladoras, intensificando los ritmos de aquella Isla habitada por antiguos dioses que cantan. 

Cuentan que, una vez cada tanto, al completarse algún ciclo, estos dioses descienden para exceder las órbitas de los ritmos humanamente conocidos, deslizándose entre plantas, elementos y animales, abriendo musicales círculos, suaves pero intensos, capaz de desenvolver los contornos sensibles de los cuerpos, hasta alcanzar lo ilimitado de ser de la noche que baila. 

Quedando sumergida toda realidad hacia lo abierto de una hendidura sin tiempo; inquietante e inmóvil a la vez; aparición sin tiempo que hace de nuestra historia un paraje, una isla que cae en un arrullador olvido del que despiertan imposibles mitos.

 Oscuridad eterna de la que brotan sueños. 

Y, de entre visiones de ensueño, la danza de ser tierra, una vida imaginada despertando el sentido de una voluntad arrasadora, un rotundo sí a esta vida toda, a esta existencia que es también azar.

 

 

De la oscuridad 

En el principio todo es oscuridad. Ella abre las puertas al paso de sueños mudos, imposibles laberintos entre mundos, desdibuja las certezas y devuelve a la piel su propiedad de amante flujo. Embriagadora contemplación, embriagadora voluntad de un impulso que danza. Inmanencia de la voluptuosidad, movimiento sin objeto, corporeidad rasgada en esa excesiva danza de deseo. Cómo seguir los pasos de esa excesiva violencia dionisíaca, amante de todas las formas imposibles. Cómo no querer su eterno nacimiento. Cómo no querer besar al olvido y acordar de todo, con todo a un tiempo, en un instante de labios suspendidos, la vida toda excesiva, amorosa. 

 

 

Pensamiento

No puedo sino pensar “ahí” donde me coloca el pensamiento que no empieza ni termina en mí. Es delirante, cuanto evoca el pálido reflejo de otros espacios y mundos vividos; cuya presencia más viva podría sacarme de mis cercos. Y si no me saca, al menos pone de manifiesto los límites de mis resguardos. Como despertar en medio de la noche más oscura que se alumbra al hablar, sin lo cual, el pensamiento sería evanescencia pura. Pues nada humanamente sería sin el habla, o, sin todo lo que aviva la palabra y que es la antesala de todo hablar. Como el vacío por el que el lenguaje desfallece cercano al movimiento más oscuro al que la noche sirve de horizonte. Como el torrente de emoción y de pasión que alumbra al tiempo que incinera. Como el deseo que es enceguecida voluntad. Como la centelleante desnudez. Como la muerte que no deja de inquietar; como ese otro siempre impar.

 

 

Del amor 

El amor no es ciego, soy yo quien no ve que el amor ve en mí, a través y a pesar mío que el amor no es lo contrario a la locura; que lo que ciega es su ausencia; que lo terrible, por miserable, no sería la locura sino su falta que desespera. Que la locura no se confunde con actuar sin pensar. Prueba de esto es el pensamiento soberano que alcanza el instante de la cima de su ruina. En ella mi enfermedad es un bálsamo sin dejar de ser una espada afilada. Mi debilidad murmullo dé cigarras, sin metáfora.

 

Qué es sino el deseo de delirio lo que despierta cada mañana, pensamiento que, si se sabe delirante, acogería algo más que los sueños de la razón, los sueños de todas las épocas, los mitos. 

Que lejano me parece este sueño domesticado presto para la acción útil (tan necesaria), preciso en cada uno de sus juicios, del amor. Pensamiento que si tan solo se sabe delirante ¿elevaría acaso al ser domesticado a la cima de su ruina donde por fin afirmarse?  

Útero palpitante


Multitud de voces palpitan entre sombras.
Componen esta arritmia de cuerpo flotante, de vibrante histeria de palabras anhelantes de sol. 
Y, el viento que al oído acaricia, en su impaciencia en vez devora, desterrando fatalmente la vida en favor de esta multitud de rebaño sanguinario,
sediento de sentido común. 
Devoradores sin amor o en nombre del amor sin tierra. 
 
Trazo a trazo me escribes, útero palpitante, tu destierro, bebiendo tristezas desvelos y resentimientos. Los transmutas en vino que al verter asciende ligero, tan suave, hasta tocar el viento, acariciar al sol y, sin palabras componer ritmos traviesos entre corazones y el mundo y, entre esto indefinido que me parece luz de estrellas.
 
Yo te afirmo útero palpitante 
De puerta sagrada 
De movimiento expansivo entre lujuria y desenfreno 
De cavernas y ríos inexplorados 
De deseo irreductible al sexo que transmutas en juego, entre lo sagrado y el terror que despierta. 
Entre abismos por los que desciende sensible tu devenir mundo.
 Haciendo temblar los muros del pensamiento que, al poseer la luz, ensimismado y fijo, devorador es devorado  por el deseo que persigue huyendo de sí, de su vacío, de su ser sol, de su ser viento.

Los abismos del cuerpo

 


Los abismos del cuerpo 


¿Los abismos, los inframundos de los que nos hablan los mitos prehispánicos, son equivalentes con el infierno cristiano? 

 Pensamos que los abismos señalan umbrales de sensibilidad que hacen posible el devenir entre cuerpos.

Abismos oscuros, terriblemente oscuros como terriblemente luminosos; que se encuentran al límite de esas franjas sombreadas del cuerpo ya como territorio organizado por el mundo imaginario y simbólico, para crear puertas y ventanas, para los sentidos adormecidos y a veces enfermos. 

Así, toda experiencia interior, abismal, no preexiste a su despliegue y recorrido. Los abismos son lo maquínicamente perverso del cuerpo. Franjas de producción de lo visible; recorridos atópicos de lo imposible. 

Esta experiencia, viscosa, voraz, obesa, asesina, al devenir, como en los sueños se vuelve fluida. Intempestivo descender la propia tumba a los inframundos. 

Vientre abismal de la tierra en nuestros cuerpos. Emergiendo de la inmundicia de las entrañas que la tierra consume y consuma para un nuevo renacer.

De lava hirviente emana el vapor envolvente y la oscuridad que desciende para ver con renovados ojos. 

En la oscuridad, el calor hace salir a las superficies lo oculto. Lo que nos resistimos a ver. El sufrimiento, el dolor fluyen como flujos consumados como la leña con el abrazador fuego.  

Morimos y renacemos con el fuego

Algo de la madre tierra se infiltra, se cuela y penetra sembrando una llama tremendamente viva, como semilla que brota de la oscuridad, de lo más profundo, de esa fuerza que aquí llamábamos Tonanzin que, también es Maria y Myriam. 

Gozo demencial, brotando oscuro de ser amante tierra. Oscuridad que crece en la medida que disuelve. 

Desciende certera la luz del día, y, la luz oscura que alumbra de noche nuestra tierra madre. Madre de las viejas curanderas, continente para la lubricidad de las brujas.

 Y cuantos sacrificios por abrir, necesariamente abrir, pues que abierto estaba un saber sagrado, a quienes huimos de experimentar nuestros infiernos y recorrer nuestros 

abismos. 


Nota


1] “Uno de los intereses profundos de los libros de Castaneda, bajo la influencia de la droga o de otras cosas, y del cambio de atmósfera, es precisamente el mostrar como el indio llega a combatir los mecanismos de interpretación para instaurar en su discípulo una semiótica presignificante o incluso un diagrama asignificante: ¡Para! ¡Me fatigas! ¡Experimenta en lugar de significar de interpretar! ¡Encuentra tú mismo tus lugares, tus territorialidades, tus desterritorializaciones, tu régimen, tus líneas de fuga! ¡Semiotiza tú mismo en vez de buscar en tu infancia prefabricada y en tu semiología de occidental…! “Don Juan afirma que para ver necesariamente hay que detener el mundo. Detener el mundo expresa perfectamente ciertos estados de consciencia en el curso de los cuales la realidad de la vida cotidiana es modificada, y esos sucede precisamente porque la corriente de interpretaciones, de ordinario continua, es interrumpida por un conjunto de circunstancias extrañas a esa corriente”. 



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 Deleuze G., Guattari F. 

Mil Mesetas, capitalismo y esquizofrenia, Ed. Pre-textos. 2002 (P.141-142)

viernes, 12 de abril de 2024

De diferentes sentidos de placer y de deseo (segunda parte)

 


Deleuze y Foucault coinciden en la importancia de pensar diferentes modos de experimentación para encontrar nuevos sentidos de placer y de deseo. Para Foucault, la ética se volverá una vía. Mientras que para Deleuze y Guattari las vías serán los acontecimientos de desterritorialización y la producción de líneas de fuga creativas. Pero ambos coinciden en la importancia de conocer las formas de placer y de deseo que nos constituyen históricamente.

En “Historia de la sexualidad” Volumen 2-el uso de los placeres, Foucault, detalla las diferencias entre el deseo como es concebido en la antigua Grecia, del deseo en el cristianismo según diferentes momentos de su historia.

 

Nos dice:

 

 Los griegos no contaban con una noción equivalente a la nuestra de “sexualidad”, ni al de "los placeres de la carne". Hablaban de “las aphrodisia”, o, de “las obras” - “los actos de Afrodita” (Foucault,1998, pág. 37).

 Estas obras eran objeto de interés respecto de una moralidad de la templanza, más específicamente para los hombres libres. Templanza asociada con cierta dinámica de los placeres, y no, a su morfología como es el caso del cristianismo (Foucault, 1998, pág. 41); placeres que no se estructurarían respecto de una ley de lo permitido y lo prohibido; que no se subsumían a una ley universal igual para todos.

“Esta dinámica queda definida por el movimiento que une a las aphrodisia, el placer que se les asocia y el deseo que suscitan. La atracción ejercida por el placer y la fuerza de deseo que llevan a él constituyen con el acto mismo de las aphrodisia, una unidad sólida. Tal será por consiguiente uno de los rasgos fundamentales de la ética de la carne y del concepto de sexualidad: la disociación -aunque sea parcial- de este conjunto. Esta disociación se distinguirá, por un lado, por cierta “elisión” del placer (desvalorización moral por la prescripción dada en la pastoral cristiana a no buscar la voluptuosidad como fin de la práctica sexual; desvalorización teórica que se traduce en la extrema dificultad de dar su lugar al placer en la concepción de la sexualidad); igualmente se distinguirá por una problemática cada vez más intensa del deseo (en el que se verá la señal original de la naturaleza caída en el pecado o la estructura propia del ser humano). Al contrario, en la experiencia de las aphrodisia, acto, deseo, y placer forman un conjunto cuyos elementos, desde luego, pueden distinguirse, pero están fuertemente ligados unos a otros.” (Foucault, 1998, pág. 42)

Para los griegos, como Aristóteles, la naturaleza dispuso que el objeto de deseo sea lo agradable (Foucault, 1998, pág. 42). Es el placer el que despierta al deseo. Es verdad que Platón precisa que, si bien el placer despierta al deseo, el deseo existe gracias a la privación o carencia de la cosa deseada. De modo que Platón opera una división: mientras que el placer es propio del cuerpo, el deseo pertenece al alma, ya que sólo mediante la representación de aquello de lo que carecemos es que se despierta el deseo. “Es el alma y sólo el alma la que puede por el recuerdo hacer presente lo que se desea y así suscitar la epithymia.” (Foucault, 1998, pág. 42) …

“La cuestión ética que se plantean los griegos es… ¿con qué fuerza nos dejamos “llevar por los placeres y los deseos”?” (Pág. 42) Se trata de una ética de los excesos respecto de una naturaleza de la necesidad entendida como justa medida; del conocimiento del buen tiempo o de los tiempos propicios respecto de un régimen de salud y de fuerza que contempla las diferencias entre los individuos; se trata de preferir ser activo y no ser pasivo, es decir, de ser viril, y así, corresponder a un ejercicio de mando y de poder. Se trata de ejercer un dominio sobre otros, pero también sobre sí mismo, es decir sobre las propias pasiones y deseos. 

“En otros términos, para construirse como sujeto virtuoso y temperante en el uso qué hay que hacer de los placeres, el individuo debe instaurar una relación con sigo mismo que pertenece al tipo “dominación-obediencia”, “Manzo-sumisión”, “señorío-docilidad” (y no, como será el caso de la espiritualidad cristiana, una revolución del tipo “elucidación-renuncia”, desciframiento-purificación”). Esto es lo que podríamos llamar la estructura “heautocrática” del sujeto moral de los placeres” (Foucault, 1998, págs. 68-69)

"Seguramente, sería necesario dar cuenta de diversas elaboraciones teóricas que han sido propuestas de esta diferenciación entre una parte de uno mismo que que debe combatir y aquella que debe ser combatida: ¿partes del alma que deberían respetar entre sí cierta relación jerárquica? ¿Cuerpo y alma entendidos como dos realidades de origen distinto y donde una debe buscar liberarse de la otra? ¿Fuerzas que buscan metas diferentes y se oponen una a la otra como los dos caballos de un tiro?" (Foucault, 1998, pág. 66)

Foucault también hace todo un análisis del deseo tal como fue entendido por el cristianismo y por las teorías de la sexualidad. Es decir, según las teorías de la sexualidad, como algo reprimido, mientras que el cristianismo concebía al deseo como lo que conlleva algo oculto, algo ontológicamente extraño que remite a algún tipo de falta. 

Así, es el sentidos de deseo articulados por la carencia o la falta, deseo que se supone,  principal y únicamente objeto de represión, deseo que nos incita a hablar, a confesar, al que, Foucault se refiere cuando afirma que el deseo no debería ser considerado como punto de experimentación y de contraataque de los dispositivos de sexualidad, pues forma parte de la misma dinámica que constituye a dicha sexualidad.

Mientras que Deleuze analiza el sentido del placer propio de las teorías psicoanalíticas. Que reducen el sentido del placer a una descarga; placer, como unidad de medida de la carencia en el deseo y del gozo imposible, negando, así, el plano de inmanencia de deseo que propone. Muy distinto, se entiende, del sentido del placer y de los placeres del cuerpo que Foucault propone como vía de experimentación.

Foucault, tanto como Deleuze, hacen estudios de diferentes producciones de placer y de deseo. Es por eso que ni para Foucault, ni para Deleuze estas palabras: placer y deseo, poder y deseo, connotan un sentido trascendente. Se trata, siempre de describir procesos. 

Para Deleuze, lo mismo que para Foucault (lo vemos cuando analiza el deseo de la antigua Grecia y de las diferentes artes eróticas) el deseo va a tener, también, un sentido positivo, la palabra deseo no implica, por sí misma, a la falta, como tampoco es conceptualizado en el sentido de un dato natural. Para Deleuze, el deseo es puro proceso que “está vinculado a una articulación de heterogéneos que funciona; es proceso, en oposición a estructura o génesis; es afecto, en oposición a sentimiento; es hacceidad…en oposición a subjetividad; es acontecimiento, en oposición a cosa o persona. Y sobre todo implica la constitución de un plano de inmanencia o de cuerpo sin órganos que se define sólo por zonas de intensidades, de gradientes, de flujos. Este cuerpo es tanto biológico como colectivo y político; sobre él se hacen y se deshacen las articulaciones, es él quien lleva las puntas de desterritorialización de las articulaciones o las líneas de fuga. Si lo llamo cuerpo sin órganos es porque se opone a todas las estrategias de organización, al organismo, pero también a las organizaciones de poder. Es justamente el conjunto de las organizaciones del cuerpo quienes romperán el plano o el campo de inmanencia e impondrán al deseo otro tipo de “plano”, estratificando en cada ocasión el cuerpo sin órganos” (Deleuze, 2024).

Deleuze va a desarrollar un concepto de deseo que es en esencia proceso. El sentido de placer concebido tan sólo como descarga, es efecto de determinadas formas de organización y de estratificación; lo mismo pasa con el deseo que es experimentado como carencia o producto de una falta. En “Mil Mesetas” Deleuze y Guattari van a hablar de cómo el placer y el deseo pueden tener un sentido positivo a partir de otros modos de organización como, por ejemplo, en las prácticas taoístas.

Más, cabe decir, que los fenómenos de estratificación y de organización no sólo operan bloqueos, o contradicciones respecto del cuerpo sin órganos, pues es claro que también el deseo constituye a los estratos, así como no todas las líneas de fuga, respecto de algún orden determinado, es decir estratificado, necesariamente van a ser creativas, o revolucionarias. Por esto, surge la pregunta de ¿cómo liberar el deseo en tanto proceso creativo, revolucionario y en favor de la vida? Por esto no se trata de exaltar, o, de idealizar a un grupo o individuo simplemente por su condición marginal o de exclusión.  

Y, en este sentido, la pregunta de si el deseo es natural o no, no se plantea, pues, el sentido de procesos se coloca como primero respecto de cualquier distinción que por principio parte de la dicotomía sociedad o naturaleza. Así, no idealiza a ningún sentido de deseo, y más bien, advierte de los peligros inmanentes a toda forma de experimentación y de transgresión. Es decir, de proceder siempre con cierta prudencia, cuidado y sobriedad, aún si se trata de experimentar mediante las llamadas plantas de poder.

Deleuze irá contrastando el sentido del deseo carencia-gozo imposible, con distintas producciones de deseo como campo de inmanencia. Y Foucault va a hablar del placer, en tanto constituido mediante relaciones de saber poder, pero también, como vía de experimentación de los cuerpos. Y tanto para Deleuze como para Foucault los modos de experimentación pueden volverse irreductibles de los dispositivos sexuales, de los dispositivos de poder y de represión.

Estas diferencias responden a problemáticas distintas tanto para Foucault como para Deleuze. Deleuze se preguntaba, respecto de lo que Foucault plantea en Historia de la sexualidad: si como afirma Foucault, el poder, “si los dispositivos de poder, si el poder o las relaciones de poder, son constituyentes respecto de las subjetividades y las formas de verdad, sólo puede haber contra los poderes, fenómenos de resistencia, pero, entonces ¿Qué estatuto podrían tener estos fenómenos de resistencia? ¿Cómo serían posibles las contra - estrategias frente al poder?” (Deleuze, 2024)

Para Deleuze, este no es un problema ya que él coloca, no a los dispositivos de poder, no al poder, sino al deseo, al plano de inmanencia de deseo como constituyente, habiendo dicho que el deseo no es una realidad natural, mucho menos trascendente; y puesto que el deseo es proceso, las líneas de fuga son primero (nos dice: primero no en sentido cronológico) respecto de cualquier forma de organización. En este sentido, los dispositivos de poder son una de tantas articulaciones correspondientes a los estratos y a las organizaciones, y como el deseo es constituyente respecto de éstos, las formas de organización y de los estratos, serán, siempre, de un modo o de otro, atravesados por líneas de desterritorialización, o de fuga (Deleuze, 2024). Como ejemplo, de producción de líneas de fuga, existen modos de experimentación y de resistencia, pero, las líneas de fuga están más allá de los haceres de un grupo o de un individuo, pues se trata de los acontecimientos, los devenires entre flujos, los saltos afectivos, materiales, de estados de cosas o, semióticos, que hacen posible que se produzcan las condiciones para que, tales o cuales, nuevas formas de enunciación y de enunciados se vuelvan posibles. Condiciones que siempre son colectivas y no sólo individuales. En ese sentido la pregunta que se plantea Deleuze es ¿Cómo es posible que las formas más represivas, las formas que niegan la vida, las formas más autoritarias como el fascismo puedan ser en efecto deseadas?

Así las cosas, para Foucault, el problema principal no se plantea en estos términos. Foucault no reduce el sentido de poder a ninguna estructura política. Y distingue entre estados de dominación y relaciones de poder.

 Nos dice: “El poder está siempre presente: en cualquier tipo de relación en la que uno intenta dirigir la conducta de otro” (Foucault, 1984, pág. 110) … Continúa, estas relaciones las encontramos en distintas situaciones y de distintas formas …  “son relaciones móviles, es decir, pueden modificarse, no están determinadas de una vez por todas… son reversibles, inestables. Y es preciso subrayar que no pueden existir relaciones de poder más que en la medida en que los sujetos sean libres. Si uno de los dos estuviera a disposición de otro y se convirtiera en una cosa suya, en un objeto sobre el que se puede ejercer una violencia infinita, no existirían relaciones de poder… Incluso cuando la relación de poder está completamente desequilibrada… en las relaciones de poder existe necesariamente posibilidades de resistencia… Así, si existen relaciones de poder a través de todo el campo social, es porque existen posibilidades de libertad en todas partes.” (Foucault, 1984, págs. 110-111)

Con lo anterior, se entiende que los estados de dominación a los que responden diferentes dispositivos de poder como pueden ser formas determinadas de la represión o de la confesión, son fenómenos en los que las relaciones de poder se pueden volver más o menos fijas; en las que "las relaciones pueden ser perpetuamente disiméticas y, donde los márgenes de libertad se vuelven extremadamente limitados" (Foucault, 1984, pág. 111).  

En este sentido, los saberes, los juegos de verdad, aun si están ligados, o, atravesados por relaciones de poder, nos dice Foucault: “no quiero decir de ningún modo que los juegos de verdad no sean más que relaciones de poder-eso sería una caricatura terrible-… no podemos decir que los juegos de verdad no son más que juegos de poder” (Foucault, 1984, pág. 117-118) “Algunos han deducido que yo he dicho, que no existe nada: me han hecho decir, que la locura no existía, precisamente cuando se trataba de un problema totalmente inverso…(Foucault, 1984, pág. 119)”

 Las relaciones de poder que atraviesan a los juegos de verdad, no suponen que la verdad no existe, que la verdad sólo sea determinada por el poder y que sea tan sólo efecto de los dominios de poder. “Ello significa no ver que las relaciones de poder no son en sí mismas algo malo, algo de lo que es necesario liberarse… El poder no es malo, el poder son juegos estratégicos… abiertos en el que las cosas podrán invertirse, esto no es el mal, esto forma parte del amor, de la pasión, del placer sexual… no veo en qué consiste el mal en la práctica de alguien que, en un juego de verdad dado y sabiendo más que otro, le dice lo que hay que hacer, le enseña, le transmite un saber y le comunica determinadas técnicas” (Foucault, 1984, pág. 121) … el problema está en cómo evitar los efectos de dominación que pueden llevar a un sometimiento arbitrario, inútil bajo cualquier forma de autoridad. (Foucault, 1984, pág. 121)

Se entiende que para Foucault el poder no es una noción trascendente, de hecho, todo el tiempo se refiere a él en términos de procesos y de efectos de relaciones entre distintas fuerzas. Habla de placer, o de experimentar con los placeres del cuerpo para referir a relaciones de poder, o, fuerzas en juego capaz de resistir a determinados dispositivos de poder. Pero resistir no sólo es en principio, oponerse, huir, negar, también es devenir estratégico. Es desde las relaciones de poder, las relaciones entre fuerzas que podemos devenir experimental. En ese sentido, el placer del cuerpo se puede volver una vía de experimentación. Así, define a la ética como el ámbito de afectación de la fuerza sobre sí misma; de como un se afecta a sí mismo: mediante qué supuestos, qué prácticas, qué estrategias.

Esta relación, de la fuerza sobre sí misma, nos coloca más allá de la dicotomía: sujeto constituido y dispositivos de poder constituyentes, o, del tradicional sujeto constituyente. Pues se trata de cómo cada sujeto, si bien actúa sobre sí mismo, lo puede hacer mediante el ejercicio de tal o cual práctica que pliega a las subjetividades como modos de ser que siempre son colectivos, a la vez que siempre se particularizan o, mejor, se singularizan. 

Podemos pensar en abstracto, los modos en los que ciertas fuerzas se constituyen, por ejemplo, dentro del mundo católico que condena la voluptuosidad en el deseo, o, que concibe al deseo como el mal, orientando un sentido, articulando cierta experiencia del placer en la medida en la que el cuerpo se torna objeto de control; o, cómo, sobre el pensamiento recae una instancia de vigilancia constante; de resistencias respecto de la propia sensibilidad y sobre el pensamiento. Foucault, da muchas herramientas para pensar cómo se producen diferentes sentidos de placer a través de los diferentes dominios de saber y de poder que son la articulación de formaciones discursivas y formaciones no discursivas, implicando, estrategias y técnicas que operan a diferentes escalas del orden social. Sin embargo, si distinguimos que “lo que somos”, lo que sentimos y podemos pensar es irreductible de cualquier dispositivo y forma de saber abstracto, si reconocemos los modos en que uno se afecta a sí mismo y devenimos estratégicos, nos colocamos en un ámbito de relaciones de poder distinto, en el mejor de los casos liberador, o, creativo.

Así, Foucault señala que no todo poder es político, distinguiendo a los estados de dominación, de las relaciones de poder; en los primeros: las relaciones de poder se han vuelto fijas, la posibilidad de cambio es, más bien, bloqueada. Mientras que habría relaciones de poder que permiten el uso de estrategias que posibilitan cambios. Es por esto que hay que distinguir entre los llamados a la liberación, de las prácticas de libertad, puesto que no necesariamente confluyen, ya que implican desafíos de naturaleza distinta. (Foucault, 1984, pág. 97)

Pensar distintas prácticas de la libertad se vuelven una cuestión, necesaria para Foucault, ya que, dichos estados de dominación, y de poder no están sobrepuestos sobre una realidad de deseo o de ser libre, no ocultan una naturaleza, o una verdad en sí misma del deseo o de lo que significaría ser en libertad. Si así fuera, nos dice Foucault, bastaría con quitar los cerrojos, con deshacernos de lo que nos reprime y oprime, y, aunque, esto pueda ser importante en un momento dado, de ahí no necesariamente se sigue que nos volvemos más libres. (Foucault, 1984. pág. 95)

En este sentido, para Deleuze, el deseo tampoco es en sí mismo una naturaleza libre, porque no hay un en sí del deseo. Hay procesos deseantes que no es lo mismo.  Y los modos en que la fuerza se afecta a sí misma, también es comprendida más allá de los esquemas que colocan por principio un sujeto ideal constituyente, o a un estado de cosas constituyente del sujeto.

¿Se trata entonces del tiempo que vivimos, nos atraviesa y moldea, o mejor, de los distintos modos de ser del tiempo y, el afuera? 

“El pensamiento como afecto de sí por sí, en el sentido de lo que está más lejos que todo el mundo exterior deviene más cercano que todo el mundo interior, y que se produce entonces por eso una alteración, es decir una afectación del pensamiento por sí mismo en tanto que viene del afuera. A esta afectación del pensamiento por sí mismo es precisamente a lo que hay que llamar, me parece, el tiempo... El tiempo como afecto de sí por sí, mientras que el espacio es siempre el afecto de sí por otra cosa.
Y si vuelvo a mi esquema, la línea del afuera, que se definía por velocidades moleculares, y que además se pliega para constituir seres lentos, zonas de subjetivación es exactamente este conjunto: la fuerza se pliega sobre sí, es decir se afecta a sí misma. Es a todo el movimiento de la línea del afuera en tanto que se pliega y constituye un adentro coextensivo al afuera, a lo que habrá que llamar el tiempo. Es por eso que decía hace un momento que en la co-actividad del adentro con el afuera, el adentro condensa todo el pasado -y vimos que la subjetivación era la absoluta memoria- y el afuera, la línea de muerte, la línea a toda velocidad, hace advenir todo el futuro. En este sentido, diría que es ahí donde hay una puesta en práctica de una temporalidad propia a Foucault.” 
(Deleuze, 2015, pág. 204)

 

 

Bibliografía

 

Deleuze, G. (2024). Audio libros y fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis: https://www.youtube.com/watch?v=_gTcTNLPccA

Deleuze, G. (2015) La subjetivación: curso sobre Foucault III,Buenos Aires. Cactus 

Foucault, M. (1984). Hermenéutica del sujeto. Argentina: Altamira.

Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad, volumen 2, el uso de los placeres. México: siglo XXI.fr


De diferentes sentidos de placer y de deseo (primera parte)

 



Foucault (2011) hace una historia de la producción de los placeres y de las formas de subjetivación respectiva a los dominios de saber poder que los conforman. Es decir, no parte de suponer un cuerpo natural, un saber biológico, un sexo puro que no esté de algún modo atravesado por estratos de saber poder que conforman nuestra experiencia en tanto conforman al cuerpo. En sus propios términos: El cuerpo es histórico. El sexo no estaría del lado de lo real[1], ni los dispositivos de poder de la sexualidad dentro del orden represor. La sexualidad es un dispositivo de saber y de poder que produce efectos en lo real (Foucault, 2011, pág. 142-143), en el caso de la modernidad, sirvió para la producción de una determinada población; para la producción de determinadas formas de individualización, para la producción del sexo como elemento constitutivo: oculto y, a su vez, como lo más deseable (Foucault, 2011, pág. 147). Es decir, el dispositivo general de sexualidad convirtió al sexo en aquello que individualiza a los sujetos, ligándolos con la verdad de sí (Foucault, 2011, pág. 64-65).

 En términos generales, no se trata de decir que dentro del dispositivo de la sexualidad no han existido elementos represivos, sino que lo determinante de los dispositivos de la sexualidad no recae en dichos elementos. Es decir, no existe una sexualidad natural sobre la cual simplemente recaen fuerzas represoras, sino que la sexualidad es constituida como elemento positivo, constitutivo de los placeres, de los deseos, de los cuerpos y las formas de subjetivación. (Foucault, 2011, pág. 145, 147-148) Por esto va a afirmar: "Contra el dispositivo de la sexualidad, el punto de contraataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres.” (Foucault, 20011, pág. 148)

 Nuestra cultura ha explorado poco las antiguas prácticas de arte erótico, y las más de las veces, cuando nos aproximamos a ellas, inevitablemente nos acercamos partiendo de los supuestos subyacentes de nuestra propia sexualidad occidentalizada. Prácticas provenientes del Tíbet, India o China, o las experiencias místicas vinculadas al erotismo de origen cristiano o hebreo son vistas a través del filtro de nuestros prejuicios.

Más no se trata aquí de explorar a profundidad la especificidad de dichas prácticas, sino de conocer estos supuestos que conforman o que codifican a la sexualidad a la que pertenecemos y de contrastar diferentes sentidos de placer y de deseo.

 La intención es reflexionar sobre prácticas diseñadas como vías de experimentación que hacen que los modos de sentir placer desplieguen su multiplicidad, al punto de ser fuente de experiencias irreductibles a lo que se conoce como sexualidad. Donde el placer no es una meta, sino vía de múltiples sentidos de trasfiguración o despliegue de fuerzas del cuerpo, del espíritu, del alma, de nuestro ser tierra.  

 “Ha habido históricamente dos grandes procedimientos para producir la verdad del sexo.

Por un lado, las sociedades que fueron numerosas: China, Japón, India, Roma, las sociedades árabes musulmanas, sociedades que se dotaron de un ars erotica. En el arte erótico, la verdad es extraída del placer mismo, tomado como práctica y recogido como experiencia: el placer no es tenido en cuenta en relación con una ley absoluta de lo permitido y de lo prohibido, ni con un criterio de utilidad, sino que, primero y ante todo, es tenido en cuenta en relación consigo mismo; debe ser conocido como placer, por lo tanto según su intensidad, su calidad específica, su duración, su reverberación en el cuerpo y el alma. Más aún ese saber debe ser revertido sobre la práctica sexual, para trabajarla desde el interior y amplificar sus efectos. Así se constituye un saber que debe permanecer secreto, pero no por una sospecha de infamia que mancharía a su objeto… Es pues fundamental la relación con el maestro poseedor de los secretos… Los efectos de ese arte magistral, mucho más generosos de lo que dejaría suponer la sequedad de sus recetas, debe transfigurar al que recibe sus privilegios” (Foucault, 2011, págs. 55- 56).

 “Nuestra civilización, a primera vista al menos, no posee ningún ars erotica. … Es la única en practicar una scientia sexuales. O mejor, es la única que ha desarrollado durante siglos, para decir la verdad del sexo, procedimientos que en lo esencial corresponden a una forma de saber rigurosamente opuesta al arte de las iniciaciones y al secreto magistral: se trata de la confesión… La confesión de la verdad se inscribió en el corazón de los procedimientos de individualización por parte del poder.” (Foucault, 2011, Págs. 56-57)

 Como señala Foucault: 

 “la sexualidad nunca ha tenido un sentido más inmediatamente natural y no ha conocido sin duda una “felicidad de expresión” tan grande como en el mundo cristiano de los cuerpos caídos y el pecado. Toda una mística, toda una espiritualidad lo prueban, que no sabían separar las formas continuas del deseo, de la embriaguez, de la penetración, del éxtasis, del desahogo que desmaya; sentían que todos estos movimientos se proseguían, sin interrupción ni límite, hasta el corazón de un amor divino del que eran la última expansión y la fuente misma también. Lo que caracteriza a la sexualidad moderna no es haber encontrado, de Sade a Freud, el lenguaje de su razón o de su naturaleza, sino el haber sido, y mediante la violencia de sus discursos, “desnaturalizada” – arrojada a un espacio vacío en el que no encuentra sino la forma delgada del límite, y donde no tiene más allá ni prolongamiento sino en el frenesí que la rompe. No hemos liberado la sexualidad, sino que la hemos llevado, exactamente, hasta el límite: límite de nuestra conciencia, ya que ella dicta finalmente la única lectura posible, para nuestra conciencia, de nuestra inconsciencia; límite de la ley, ya que aparece como el único contenido absolutamente universal de lo prohibido; límite de nuestro lenguaje: designa la línea de espuma de lo que se puede alcanzar apenas sobre la arena del silencio” (Foucault, 1963, pág. 1)

Gilles Deleuze y Félix Guattari, señalan cómo en el caso de las prácticas taoístas, “el deseo es planteado como puro proceso (Deleuze, 1997) ¨, se trata de liberar los flujos de placer del orgasmo, concentrado tan solo en la zona genital, y que es experimentado como un fin, o como una interrupción. En cambio, con las prácticas taoístas, se intenta experimentar con los flujos de placer como movimientos continuos de una multiplicidad de flujos de intensidades y cualidades variables irreductible a los órganos sexuales. Multiplicidad de placer vinculada al esquema de la llamada energía vital.

 Partiendo de series de ejercicios, la energía liberada de los dispositivos de la sexualidad puede desplegar una multiplicidad de umbrales de ser de lo sensible capaz de desbordar nuestras memorias del cuerpo y sus placeres. Más que seguir la imagen de un movimiento, se trata de explorar la inmanencia de los flujos intensivos de deseo que llenan y desbordan al ser de lo sensible hasta encarnar nuevos modos de afectación de la fuerza sobre sí misma. Deshabituar la propia sensibilidad al experimentar con el despliegue de flujos de movimiento de profundidad y cualidad insospechadas. Haciendo posible el uso de la propia energía erótica, para la propia salud física y espiritual que en esencia no estarían separadas.

¿Cómo se diferencia este sentido erótico de lo que se suele llamar sexo? ¿En qué sentido es transgresor respecto de los dispositivos de la sexualidad occidentalizada?

En las prácticas taoístas, el  placer no está subordinado al sentido de una meta por alcanzar, es decir, se vuelve irreductible del sentido de descarga. Tampoco la intensificación del placer es subordinada a una finalidad sexual aplazable, es más bien, la apertura a sentidos distintos de placer y por esto se experimenta una continuidad, o, unidad entre placer y deseo. Apertura también entre otros flujos irreductibles de las prácticas sexuales. Es decir, hay encuentro y comunicación entre flujos de placer y flujos de otros tipos, como flujos de dolor que pueden ser aliviados, <<y en cierto sentido dirigidos>>. Se trata de la experimentación y más aún, de la producción de flujos de fuerzas que hacen posible el gobierno de sí, ya que están ligados con la encarnación del propio cuerpo, y, con procurar la claridad de espíritu y de pensamiento.

Se experimenta con múltiples fuentes de placer irreductibles a la noción de órgano ya que habría que articular a los canales o flujos de energía, cuyo fluir afecta directamente el funcionamiento de cada órgano o sistema orgánico. La energía erótica es capaz de desplegar movimientos ascendentes y descendentes, expansivos, explosivos o implosivos que entrelazan a la sensibilidad la sabiduría como continuo proceso entre distintos sentidos de lo sano y de lo enfermo. Y, tales movimientos son, en profundidad, ligados con los pulsos de todo el cuerpo, que en este sistema operan como signos intensivos de las funciones orgánicas en su totalidad, inseparables de flujos de alimentación, flujos climáticos, flujos de ánimo y de aliento; fluir continuo de sensaciones que desterritorializa las formas de la sexualidad, ampliando los límites de nuestra percepción.

Hay ejercicios que nos ayudan a reconocer el despliegue o repliegue, la concentración o la dispersión, la saturación o los vacíos como distintos sentidos de las fuerzas que somos. Fuerzas que como explica Deleuze de la voluntad de poder en Nietzsche: “La voluntad de poder pueden tener dos tonalidades, la afirmación y la negación, las fuerzas pueden tener dos cualidades, la acción y la reacción” (Deleuze, 1996, pág. 161).

El placer, como signo de un despliegue creciente de flujos de energía, puede señalar el proceso de refinamiento de la energía erótica y de deseo, hasta encarnar los sentidos del amor, entendidos como fuerzas irreductibles del ámbito discursivo; como acontecimiento, son manifestación de la afirmación de ser de lo sensible de la tierra, del cosmos y del mundo que nos habita y que habitamos con otros seres vivos. Es decir, como voluntad de poder que a su vez tiene que ser afirmada con todo lo que somos, consciencia y alma. Esta diferencia es clave, pues no es la misma manifestación de placer, aquella que colma, hasta volvernos presente intensivo de ritmos casi inseparables del deseo, pero que despliega el deseo para el despertar de los sentidos y la corporalidad como gobierno de sí, muy distinto del placer experimentado sólo como descarga. Modos de relación de la fuerza consigo misma, dónde lo que se corporiza son los movimientos de fuerzas ancestrales, nuestro sentir como campo entre fuerzas inagotables de nuestro ser tierra. No será lo mismo que el placer que experimentamos entre acciones y reacciones que nos son profundamente inconscientes. Sujetas a la voluntad de poder de la negación entre fuerzas más bien reactivas.

 

 

 

Bibliografía

Deleuze, G. (1996). El misterio de Ariadna según Nietzsche. En G. Deleuze, Crítica y clínica (pág. 161). Barcelona: Anagrama.

Deleuze, G. (1997). Audio libros y fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis: https://www.youtube.com/watch?v=EkHqPsAOzXE&list=PLLtBKw_B8yQA61V5aBgHKQU4YektdeKF0&index=10&t=7s

Deleuze, G. (2024). Audio libros y fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis: https://www.youtube.com/watch?v=_gTcTNLPccA

Foucault, M. (1963). Prefacio a la Transgresión. Critique n° 195-196, 751-769. Obtenido de https://grupomartesweb.com.ar/textos/1834941870/foucault-michel-prefacio-a-la-transgresion

Foucault, M. (1984). Hermenéutica del sujeto. Argentina: Altamira.

Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad, volumen 2, el uso de los placeres. México: siglo XXI.

Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad volumen I. En M. Foucault. México: Siglo XXI.

 

 



[1] Al final del primer volumen de historia de la sexualidad, Foucault, dice que son más reales los efectos de los dispositivos de la sexualidad sobre los cuerpos y sobre las subjetividades, que el sexo como es concebido en nuestra cultura. La idea es estudiar cómo es esa concepción y qué es lo que se confunde con una realidad independiente de dichos dispositivos. En ese sentido, dice: no se trata de liberar a la sexualidad, ni de producir un infinito de identidades sexuales, sino de conocer cómo operan. 

Por ejemplo, en el apartado de “Tecnologías del yo”, en el libro de “Los Anormales” y en el de “Los placeres de la carne”, encontramos estudios de cómo han existido técnicas, como la confesión a lo largo, especialmente, de la historia del mundo cristiano, católico y protestante que fueron cambiando la relación de uno con sigo mismo respecto a los sentidos de la voluptuosidad articulada al pecado de concupiscencia de la carne, afectando el devenir de las sensibilidades. Más, lo que queremos resaltar es cómo: La consciencia de sí iría encontrando su especificidad, su verdad y la forma de su individualidad en el elemento discursivo. De ¿Cómo se irá produciendo una modalidad de inconsciencia y de cómo la conciencia de sí quedará sujetada a los sentidos de obediencia y de autoridad? Reconociendo que el tema es muy amplio y los matices no son simples. 

“La obligación de confesar nos llega ahora de tantos puntos diferentes, está tan profundamente incorporada a nosotros, que no la percibimos ya como el efecto de un poder que nos constriñe; al contrario, nos parece que la verdad, en lo más secreto de nosotros mismos,  sólo “pide” salir a la luz; que si no lo hace es porque una coerción   la retiene, porque la violencia de un poder pesa sobre ella, y no podría articularse al fin sino al precio de una especie de liberación. . La confesión manumite, el poder reduce al silencio. La verdad no pertenece al orden del poder y en cambio posee un parentesco originario con la libertad: otros tantos temas tradicionales en la filosofía, a los que una “historia política de la verdad” debería dar la vuelta mostrando que ésta no es libre por naturaleza, ni siervo el error, sino que su producción está toda entera atravesada por relaciones de poder. La confesión es un ejemplo.” (Foucault, 2011, Págs. 58-59)

También, en “Los anormales” va a explicar cómo la noción de instinto se volvió eje de articulación entre las prácticas penales y la psiquiatría médica, que constituyeron toda una serie de medidas de control y prevención social, junto con los saberes pedagógicos y psicológicos, que recaían sobre las familias; al tiempo que las familias exigían al saber médico y psicológico el conocimiento para tratar con los problemas que enfrentaban; en tanto la familia, en sentido reducido, se volvió la encargada de la producción de sujetos normales y adaptados. La confesión sería una de las formas en la que se interrogaría a los sujetos para la producción de la verdad de sí: el interrogatorio médico, la dirección entre maestros y alumnos, padres e hijos. La noción de instinto sería aquello inaccesible y oculto sobre lo que habría que velar su potencial peligro.

 Sin embargo, hoy en día la problemática no sólo recae en la producción de sujetos adaptados y normales, cosa que Foucault señala.