Foucault (2011) hace una
historia de la producción de los placeres y de las formas de
subjetivación respectiva a los dominios de saber poder que los conforman.
Es decir, no parte de suponer un cuerpo natural, un saber biológico, un sexo
puro que no esté de algún modo atravesado por estratos de saber poder que conforman
nuestra experiencia en tanto conforman al cuerpo. En sus propios términos: El
cuerpo es histórico. El sexo no estaría del lado de lo real[1], ni los dispositivos de
poder de la sexualidad dentro del orden represor. La
sexualidad es un dispositivo de saber y de poder que produce
efectos en lo real (Foucault, 2011, pág. 142-143), en el caso de la
modernidad, sirvió para la producción de una determinada población; para
la producción de determinadas formas de individualización, para la
producción del sexo como elemento constitutivo: oculto y, a su vez, como lo más
deseable (Foucault, 2011, pág. 147). Es decir, el dispositivo general de
sexualidad convirtió al sexo en aquello que individualiza a los sujetos,
ligándolos con la verdad de sí (Foucault, 2011, pág. 64-65).
En términos generales, no se
trata de decir que dentro del dispositivo de la sexualidad no han existido
elementos represivos, sino que lo determinante de los dispositivos de la
sexualidad no recae en dichos elementos. Es decir, no existe una sexualidad
natural sobre la cual simplemente recaen fuerzas represoras, sino que la
sexualidad es constituida como elemento positivo, constitutivo de los placeres,
de los deseos, de los cuerpos y las formas de subjetivación. (Foucault,
2011, pág. 145, 147-148) Por esto va a afirmar:
"Contra el dispositivo de la sexualidad, el punto de contraataque no debe
ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres.” (Foucault, 20011, pág.
148)
Nuestra cultura ha explorado poco
las antiguas prácticas de arte erótico, y las más de las veces, cuando nos
aproximamos a ellas, inevitablemente nos acercamos partiendo de los supuestos
subyacentes de nuestra propia sexualidad occidentalizada. Prácticas
provenientes del Tíbet, India o China, o las experiencias místicas vinculadas
al erotismo de origen cristiano o hebreo son vistas a través del filtro de
nuestros prejuicios.
Más no se trata aquí de explorar a
profundidad la especificidad de dichas prácticas, sino de conocer estos
supuestos que conforman o que codifican a la sexualidad a la que pertenecemos y
de contrastar diferentes sentidos de placer y de deseo.
La intención es reflexionar sobre
prácticas diseñadas como vías de experimentación
que hacen que los modos de sentir placer desplieguen su
multiplicidad, al punto de ser fuente de experiencias irreductibles a lo
que se conoce como sexualidad. Donde el placer no es una
meta, sino vía de múltiples sentidos de trasfiguración o despliegue de
fuerzas del cuerpo, del espíritu, del alma, de nuestro ser
tierra.
“Ha habido históricamente dos
grandes procedimientos para producir la verdad del sexo.
Por un lado, las sociedades que fueron
numerosas: China, Japón, India, Roma, las sociedades árabes musulmanas,
sociedades que se dotaron de un ars erotica. En el arte
erótico, la verdad es extraída del placer mismo, tomado como práctica y
recogido como experiencia: el placer no es tenido en cuenta en relación con una
ley absoluta de lo permitido y de lo prohibido, ni con un criterio de utilidad,
sino que, primero y ante todo, es tenido en cuenta en relación consigo mismo;
debe ser conocido como placer, por lo tanto según su intensidad, su calidad
específica, su duración, su reverberación en el cuerpo y el alma. Más aún ese
saber debe ser revertido sobre la práctica sexual, para trabajarla desde el
interior y amplificar sus efectos. Así se constituye un saber que debe
permanecer secreto, pero no por una sospecha de infamia que mancharía a su objeto…
Es pues fundamental la relación con el maestro poseedor de los secretos… Los
efectos de ese arte magistral, mucho más generosos de lo que dejaría suponer la
sequedad de sus recetas, debe transfigurar al que recibe sus privilegios”
(Foucault, 2011, págs. 55- 56).
“Nuestra civilización, a primera
vista al menos, no posee ningún ars erotica. … Es la única en
practicar una scientia sexuales. O mejor, es la única que ha
desarrollado durante siglos, para decir la verdad del sexo, procedimientos que
en lo esencial corresponden a una forma de saber rigurosamente opuesta al arte
de las iniciaciones y al secreto magistral: se trata de la confesión… La
confesión de la verdad se inscribió en el corazón de los procedimientos de
individualización por parte del poder.” (Foucault, 2011, Págs. 56-57)
Como señala Foucault:
“la sexualidad nunca ha tenido un
sentido más inmediatamente natural y no ha conocido sin duda una “felicidad de
expresión” tan grande como en el mundo cristiano de los cuerpos caídos y el
pecado. Toda una mística, toda una espiritualidad lo prueban, que no sabían
separar las formas continuas del deseo, de la embriaguez, de la penetración,
del éxtasis, del desahogo que desmaya; sentían que todos estos movimientos se
proseguían, sin interrupción ni límite, hasta el corazón de un amor divino del
que eran la última expansión y la fuente misma también. Lo que caracteriza a la
sexualidad moderna no es haber encontrado, de Sade a Freud, el lenguaje de su
razón o de su naturaleza, sino el haber sido, y mediante la violencia de sus
discursos, “desnaturalizada” – arrojada a un espacio vacío en el que no
encuentra sino la forma delgada del límite, y donde no tiene más allá ni
prolongamiento sino en el frenesí que la rompe. No hemos liberado
la sexualidad, sino que la hemos llevado, exactamente, hasta el límite:
límite de nuestra conciencia, ya que ella dicta finalmente la única lectura
posible, para nuestra conciencia, de nuestra inconsciencia; límite de la ley,
ya que aparece como el único contenido absolutamente universal de lo prohibido;
límite de nuestro lenguaje: designa la línea de espuma de lo que se puede
alcanzar apenas sobre la arena del silencio” (Foucault,
1963, pág. 1)
Gilles Deleuze y
Félix Guattari, señalan cómo en el caso de las
prácticas taoístas, “el deseo es planteado como puro proceso (Deleuze,
1997) ¨, se trata de liberar los flujos de placer del orgasmo,
concentrado tan solo en la zona genital, y que es experimentado como un fin, o
como una interrupción. En cambio, con las prácticas taoístas, se intenta
experimentar con los flujos de placer como movimientos continuos de una
multiplicidad de flujos de intensidades y cualidades variables irreductible a
los órganos sexuales. Multiplicidad de placer vinculada al esquema de la
llamada energía vital.
Partiendo
de series de ejercicios, la energía liberada de los dispositivos de la
sexualidad puede desplegar una multiplicidad de umbrales de ser de lo sensible
capaz de desbordar nuestras memorias del cuerpo y sus placeres. Más que seguir
la imagen de un movimiento, se trata de explorar la inmanencia de los flujos
intensivos de deseo que llenan y desbordan al ser de lo sensible hasta encarnar
nuevos modos de afectación de la fuerza sobre sí misma. Deshabituar la propia
sensibilidad al experimentar con el despliegue de flujos de movimiento de
profundidad y cualidad insospechadas. Haciendo posible el uso de la propia
energía erótica, para la propia salud física y espiritual que en esencia no
estarían separadas.
¿Cómo
se diferencia este sentido erótico de lo que se suele llamar sexo? ¿En qué
sentido es transgresor respecto de los dispositivos de la sexualidad
occidentalizada?
En
las prácticas taoístas, el placer no está subordinado al sentido de
una meta por alcanzar, es decir, se vuelve irreductible del sentido de
descarga. Tampoco la intensificación del placer es subordinada a una finalidad
sexual aplazable, es más bien, la apertura a sentidos distintos de
placer y por esto se experimenta una continuidad, o, unidad entre placer y
deseo. Apertura también entre otros flujos irreductibles de las prácticas
sexuales. Es decir, hay encuentro y comunicación entre flujos de placer y
flujos de otros tipos, como flujos de dolor que pueden ser aliviados, <<y
en cierto sentido dirigidos>>. Se trata de la experimentación y más aún,
de la producción de flujos de fuerzas que hacen posible el gobierno de sí, ya
que están ligados con la encarnación del propio cuerpo, y, con procurar la
claridad de espíritu y de pensamiento.
Se
experimenta con múltiples fuentes de placer irreductibles a la noción de órgano
ya que habría que articular a los canales o flujos de energía, cuyo fluir
afecta directamente el funcionamiento de cada órgano o sistema orgánico. La
energía erótica es capaz de desplegar movimientos ascendentes y descendentes, expansivos,
explosivos o implosivos que entrelazan a la sensibilidad la sabiduría como
continuo proceso entre distintos sentidos de lo sano y de lo enfermo. Y, tales
movimientos son, en profundidad, ligados con los pulsos de todo el cuerpo, que
en este sistema operan como signos intensivos de las funciones orgánicas en su
totalidad, inseparables de flujos de alimentación, flujos climáticos, flujos de
ánimo y de aliento; fluir continuo de sensaciones que desterritorializa las
formas de la sexualidad, ampliando los límites de nuestra percepción.
Hay
ejercicios que nos ayudan a reconocer el despliegue o repliegue, la
concentración o la dispersión, la saturación o los vacíos como distintos
sentidos de las fuerzas que somos. Fuerzas que como explica Deleuze de la
voluntad de poder en Nietzsche: “La voluntad de poder pueden tener dos
tonalidades, la afirmación y la negación, las fuerzas pueden tener dos
cualidades, la acción y la reacción” (Deleuze, 1996, pág. 161).
El
placer, como signo de un despliegue creciente de flujos de energía, puede
señalar el proceso de refinamiento de la energía erótica y de deseo, hasta
encarnar los sentidos del amor, entendidos como fuerzas irreductibles del
ámbito discursivo; como acontecimiento, son manifestación de la afirmación de ser
de lo sensible de la tierra, del cosmos y del mundo que nos habita y que
habitamos con otros seres vivos. Es decir, como voluntad de poder que a su vez
tiene que ser afirmada con todo lo que somos, consciencia y alma. Esta
diferencia es clave, pues no es la misma manifestación de placer, aquella que
colma, hasta volvernos presente intensivo de ritmos casi inseparables del
deseo, pero que despliega el deseo para el despertar de los sentidos y la
corporalidad como gobierno de sí, muy distinto del placer experimentado sólo
como descarga. Modos de relación de la fuerza consigo misma, dónde lo que se
corporiza son los movimientos de fuerzas ancestrales, nuestro sentir como campo
entre fuerzas inagotables de nuestro ser tierra. No será lo mismo que el placer
que experimentamos entre acciones y reacciones que nos son profundamente
inconscientes. Sujetas a la voluntad de poder de la negación entre fuerzas más
bien reactivas.
Bibliografía
Deleuze, G. (1996). El misterio de Ariadna según
Nietzsche. En G. Deleuze, Crítica y clínica (pág. 161).
Barcelona: Anagrama.
Deleuze, G. (1997). Audio libros y
fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis:
https://www.youtube.com/watch?v=EkHqPsAOzXE&list=PLLtBKw_B8yQA61V5aBgHKQU4YektdeKF0&index=10&t=7s
Deleuze, G. (2024). Audio libros y
fragmentos de muchas voces. Obtenido de www.youtube.com/@Aisha.Sarquis:
https://www.youtube.com/watch?v=_gTcTNLPccA
Foucault, M. (1963). Prefacio a la Transgresión. Critique n°
195-196, 751-769. Obtenido de
https://grupomartesweb.com.ar/textos/1834941870/foucault-michel-prefacio-a-la-transgresion
Foucault, M. (1984). Hermenéutica del sujeto.
Argentina: Altamira.
Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad,
volumen 2, el uso de los placeres. México: siglo XXI.
Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad
volumen I. En M. Foucault. México: Siglo XXI.
[1] Al final del
primer volumen de historia de la sexualidad, Foucault, dice que son más reales
los efectos de los dispositivos de la sexualidad sobre los cuerpos y sobre las
subjetividades, que el sexo como es concebido en nuestra cultura. La idea es
estudiar cómo es esa concepción y qué es lo que se confunde con una realidad
independiente de dichos dispositivos. En ese sentido, dice: no se trata de
liberar a la sexualidad, ni de producir un infinito de
identidades sexuales, sino de conocer cómo operan.
Por ejemplo, en el apartado de “Tecnologías del yo”, en el libro de “Los
Anormales” y en el de “Los placeres de la carne”, encontramos estudios de cómo
han existido técnicas, como la confesión a lo largo, especialmente, de la
historia del mundo cristiano, católico y protestante que fueron cambiando la
relación de uno con sigo mismo respecto a los sentidos de la voluptuosidad
articulada al pecado de concupiscencia de la carne, afectando el devenir de las
sensibilidades. Más, lo que queremos resaltar es cómo: La consciencia de sí
iría encontrando su especificidad, su verdad y la forma de su individualidad en
el elemento discursivo. De ¿Cómo se irá produciendo una modalidad de
inconsciencia y de cómo la conciencia de sí quedará sujetada a los sentidos de
obediencia y de autoridad? Reconociendo que el tema es muy amplio y los matices
no son simples.
“La obligación de confesar nos llega ahora de tantos puntos diferentes,
está tan profundamente incorporada a nosotros, que no la percibimos ya como el
efecto de un poder que nos constriñe; al contrario, nos parece que la verdad,
en lo más secreto de nosotros mismos, sólo “pide” salir a la luz;
que si no lo hace es porque una coerción la retiene, porque la
violencia de un poder pesa sobre ella, y no podría articularse al fin sino al
precio de una especie de liberación. . La confesión manumite, el poder reduce
al silencio. La verdad no pertenece al orden del poder y en cambio posee un
parentesco originario con la libertad: otros tantos temas tradicionales en la
filosofía, a los que una “historia política de la verdad” debería dar la vuelta
mostrando que ésta no es libre por naturaleza, ni siervo el error, sino que su
producción está toda entera atravesada por relaciones de poder. La confesión es
un ejemplo.” (Foucault, 2011, Págs. 58-59)
También, en “Los anormales” va a explicar cómo la noción de instinto se
volvió eje de articulación entre las prácticas penales y la psiquiatría médica,
que constituyeron toda una serie de medidas de control y prevención social,
junto con los saberes pedagógicos y psicológicos, que recaían sobre las
familias; al tiempo que las familias exigían al saber médico y psicológico el
conocimiento para tratar con los problemas que enfrentaban; en tanto la
familia, en sentido reducido, se volvió la encargada de la producción de
sujetos normales y adaptados. La confesión sería una de las formas en la
que se interrogaría a los sujetos para la producción de la verdad de sí: el
interrogatorio médico, la dirección entre maestros y alumnos, padres e hijos.
La noción de instinto sería aquello inaccesible y oculto sobre lo que habría
que velar su potencial peligro.
Sin embargo,
hoy en día la problemática no sólo recae en la producción de sujetos adaptados
y normales, cosa que Foucault señala.
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