lunes, 25 de marzo de 2024

La envidia

 



 

Pensando desde lo que escribe María Zambrano en el apartado (La envidia, el mal sagrado, 2012):

El sentimiento de semejanza es algo muy profundo en el ser humano, no es como la idea que podemos hacernos de cualquier otro tipo de realidad o cosa. Por esto, el sentimiento de semejanza se produce en un ámbito distinto del de la percepción. La semejanza se produce por la condición del ser humano de necesitar ser visto para poder verse a sí mismo, de la necesidad de ser acogido para liberar la vida de lo sensible en él.

Podemos sin duda semejarnos. Más, ¿Somos en verdad semejantes?

“Nuestra existencia es una existencia recibida… La visión del prójimo es espejo de la vida propia; nos vemos al verle. Y la visión del semejante es necesaria precisamente porque el hombre busca verse… De la soledad, de la angustia no se sale a la existencia en un acto solitario, sino a la inversa, de la comunidad en la que estoy sumergido, salgo a mi realidad a través de alguien en quien me veo, en quien veo mi ser… Todo ver a otro es verse vivir en otro. En la vida humana no se está solo sino en instantes en los que la soledad se hace, se crea. La soledad es una conquista metafísica, porque nadie nace solo, sino que ha de llegar a hacer la soledad dentro de sí, en momentos en que es necesario para nuestro crecimiento” (Zambrano, 2012, págs. 286-287).

 La autora agrega que “en la visión del semejante va implicada la interioridad, el dentro que es nuestro espacio, al cual nos retiramos y que nos confiere la suprema distinción. Cómo nos sintamos en ese verdadero espacio vital está relacionado con la visión del prójimo, con la comunidad; con el logro de ser individuo de la especie humana en soledad y comunión.” (Ibídem: 284)

En este sentido, la soledad se vuelve necesaria para la conquista de libertad, como una especie de desanudamiento de los lazos de semejanza. La soledad despeja los espacios, los crea y hace posible un segundo nacimiento, a través de dar a luz a cierto sentido de identidad, como unidad irreductible de la idea de semejanza. El ser humano tiene que dar a luz a “la visión de sí mismo” en soledad (Ibídem 286-287). Sentido de unidad que es más que la identidad personal o yoica, pues, se refiere al ser capaz de afirmar en sí la diferencia, la alteridad que es en sí mismo, como unidad viviente  más allá de ser sólo pasivos frente a las pasiones, “libres de ser simples pacientes de lo que nos pasa” (Zambrano, 2012, pág. 288-289).  “Pero si la visión no es directa sino refleja, a través de un semejante la libertad es adquirida por medio de otro. Somos pues por otro y con él” (Ibídem: 288).

Así las cosas, ¿Cuál sería el problema con el sentimiento de semejanza, bajo qué condiciones se vuelve necesario el desanudamiento? Si bien, el mimetismo es parte de los procesos que nos permiten  hacernos conscientes para poder participar de ciertos modos de ser de nuestro mundo, y, con el mimetismo se vuelve posible la idea de semejanza, también,  se vuelve posible un cierto ámbito no diferenciado, las imágenes se confunden, se mezclan, se fragmentan, se emplazan. Da lugar al infierno posible, de la envidia, (Ibídem: 292) del resentimiento, que no son sentimientos ni pasiones, son respuestas del ser en la encrucijada entre el deseo de identidad y libertad. (Ibídem: 289).

Así, Nos recuerda María Zambrano, que respuestas como la envidia sólo puede sentirla aquel que se sabe visto por otro a quien supone su semejante. Semejante que abre a la figuración de un doble: de otro que mira y juzga en él sin distinguir plenamente que es él mismo el que juzga entre fragmentos.

Es así que el envidioso nunca logra estar solo, puesto que ha sustantivado a “el otro” en sí mismo (Ibídem: 281); “se ve a sí mismo vivir en él” (Ibídem: 283) “Verse vivir en otro, sentir al otro de sí mismo sin poderlo apartar” (Ibídem: 283) haciendo imposible “la soledad necesaria para ser uno mismo. Pues en verdad, la identidad personal nace de la soledad, de esa “soledad que es como espacio vacío necesario que establece la discontinuidad " (Ibídem: 283).

La avidez en la envidia tan sólo señala la inquietud del ser a medias nacido (Ibídem: 282), pero, lo esencial de la envidia no radica en alguna carencia o necesidad. La envidia es una forma de responder de forma pasiva frente al propio deseo de libertad sujeto de la ilusión de semejanzaNo es producto de una percepción objetiva, no es un sentimiento, ni dominio de la consciencia, o del alma.  Nace entre sombras; como deseo de la libertad de otro convertido en sombra que resulta de haber huido de sí (Ibídem: 295), de haber huido de la más radical soledad, de ver, de vivir la propia diferencia por la que podríamos ganar libertad. El envidioso rehúye de la luz a las tinieblas. Huye a ver, huye de ser; de ser radical más allá de toda semejanza posible. (Ibídem: 295)

“Soledad que no es ni aislamiento, ni incomunicación, ni desamparo”, pero que al huir de ella queda como atrincherado, respondiendo pasivamente frente a su deseo de libertad. Queda así, anhelando la libertad de otro, el atrevimiento de otro a quien admira al tiempo que desea su ruina Pues no tolera el reflejo de quien al envidiar aparece como negación de sí mismo (Castellanos, 2023) .

Como lo explica María Zambrano, envidia sólo podemos sentir de un semejante, prueba de ello es que jamás sentimos envidia de un animal (Ibídem:284). Pues, la semejanza que se produce con la mimesis abre de esa forma de interioridad muy cercana a la imaginación que permite que el otro aparezca en mí como yo mismo. Pero el envidioso al ser “ un ensimismado … Mira y ve a otro no afuera, no allí donde el otro realmente está, sino en un abismal adentro, en un dentro alucinatorio donde no encuentra el secreto que hace sentirse uno mismo, en confundible soledad” (Ibídem:284)

Así, la cuestión es ¿Cómo aparece "el otro" dentro de ese abismal adentro?  El envidiado aparece entre sombras agazapado y al asecho del envidiosoEnvidia que solo puede sostenerse en la medida de no ver, ver radicalmente al ser desde su más radical soledad, desde su diferencia y discontinuidad propia. Pues su mirada está como vuelta sobre sí, produciendo una forma de interioridad en la que el otro se confunde, como proyección de su deseo de libertad. (pág. 289) Deseo que esta trampeado por la lógica de la carencia, al interior del ámbito de la representación imaginaria (en cierto sentido inconsciente), de modo que pareciera que, el propio ser no puede afirmarse más que mediando la lógica de la negación.

La envidia incorporal se corporiza. No es metafórico que se alojará en el hígado; que vacía al corazón helando los nervios y la sangre. Efectivamente, la envidia consume, consume lo real. Más lo que pueda ser la realidad con el otro, es justo lo que se construye, es decir se vuelve real. Y como toda realidad, crea las fronteras entre lo que creo ser y no ser.

La envidia podría disolverse, si, el otro, a quien miro al envidiarle, “pudiera reflejar su más radical soledad, y no la espera de la incesante confirmación de ser”; “de existencias que se ven y miran vivir la una en la otra, en la esperanza de encontrar la imagen que necesitan de sí mismas; ambigüedad azarosísima de la participación”. (Ibídem:288)    Revelando cómo la envidia emerge “del torcido ensimismamiento, donde la mirada se desvía ante el equívoco espejo” (Ibídem:291)

No ver, no reconocer la diferencia más radical es, también, lo que sostiene al déspota para imponer alguna moral endurecida con la que se permite sentir, hablar y pensar por otro sin verle; determinar cuáles han de ser sus deseos y pensamientos sin escucharle; o adivinar lo que le haría bien o no, lo que le haría libre, sano o enfermo sin conocerle. La mimesis puede ser el soporte interior por el que prende irreflexiva toda normalidad como eje estándar de comparaciones y valor como medidas de control o de dominio; sosteniendo y sostenida por la consciencia de semejanza; ya que “ver a un semejante es ver vivir a alguien que vive como yo, que está en la vida a mi manera” (Ibídem:284).

Envidia que se encuentra en la encrucijada de los designios de la propiedad privada que moldea nuestras subjetividades atravesadas por la lógica de la negación. Pues, dentro de  los Estados Modernos, la libertad fue comprendida al amparo de la propiedad privada, y en ese sentido, la libertad queda definida más por aquello que queda excluido, o por lo que se busca evitar (Castellanos, 2023). Por ejemplo, con el pretexto de evitar  “la dependencia de la voluntad ajena” (Macpherson, 2005, pág.150),  se postularon dos objetos que constituyen la libertad: por una parte, la propiedad privada y por otra el trabajo como objeto susceptible de alienación. Es decir, los dos objetos con los que se constituye la libertad están conceptualizados como mercancías que se pueden vender, sujetos de las leyes de mercado (Ibídem:150).  Y, en este sentido, pensadores como Tomas Hobbes pudieron observar que en nuestras sociedades uno no vale por lo que cree ser. Es decir, no importa que tanto usted se valore a sí mismo, pues, en verdad usted vale por lo que otros estarían dispuestos a dar  a cambio de poder hacer uso de sus capacidades o habilidades, en la medida que otros necesiten de éstas. 

En otras palabras, nuestras cualidades, capacidades y habilidades físicas y mentales valen según sean valoradas por una red social de mercado (Ibídem:46), competitivo y utilitaristaPor eso, también, el deseo nos parece fruto de la carencia. De ahí que se articule con el sentimiento común de que la envidia y la consciencia de miseria dependan de algún objeto, cualidad o circunstancia de la que se carece, y que, para que unos sujetos tengan poder, riquezas u lo que pueda considerarse de valor, es necesario y determinado en la medida que otros carezcan. Como si en toda forma de poder estuviera ya implícito el robo de unos a otros, el predominio de unos seres por encima de otros.

Fruto de la carencia, no sólo porque el valor se sujeta a la opinión de otros; otros, que en realidad se refiere a las relaciones sociales de mercado y competencia, sino porque el ser aparece, bajo la lógica de la carencia, como aquel que por medio de la negación se afirmaAfirmación que aparece subordinada a la carencia cuando excluye la afirmación del campo de inmanencia productivo de deseo, de la singularidad de fuerzas que nos habitan y que somos. Es la afirmación subordinada a la negación como se construye el deseo de poseer sólo para sí al objeto figurado de su envidia, envidia que queda emparentada con  la mezquindad.  

Más, como dice María Zambrano, la envidia consiste en responder pasivamente frente al propio deseo de ser. De ser singularmentePasividad que es un modo de afectación de sí, un modo de afectación de la fuerza consigo misma. Pasividad que nos deja a merced de todo tipo de reacciones difíciles de admitir como propias; pues al huir de sí, del encuentro con lo que nos excede, el propio deseo retorna enmascarado.

No obstante, la envidia, como efecto de una voluntad de poder negativa, producto del devenir entre fuerzas reactivas, no anda tan lejos del amor, aparece, como su Némesis. “Es la envidia la que convierte al semejante en “el otro” (Zambrano, 2012, pág. 289) que, a través del espejo de semejanza, el ser aparece fragmentado, atado y enredado con su semejante. De ese modo nunca se está en soledad, aparece siempre siendo juzgado por "otro"; “otro” que necesita pero a la vez niega, “otro” en torno al cual se forma un círculo de tumba al envidiarle, quedando apartado de la luz.

“El sí mismo viviente, ¿podría serlo sin el otro? Amor y envidia son intentos de vivir en el otro. De vivir del otro. La intención es la misma, sólo les separa la diferencia que va del mimetismo al afán de ser realmente. El que ama se engendra a sí mismo a cada instante.” (Zambrano, 2012, pág. 295)  

“la historia nos muestra a los que de verdad amaron sumergidos en una especial soledad; soledad hasta física, retiro al desierto que ha precedido a la manifestación de las grandes vocaciones amorosas. Porque el amor nace de la soledad del ser en sus tinieblas, que fía en el logro final; nace de la fe ciega. La envidia rehúye las tinieblas que a toda criatura se presentan y se fija en una imagen que proyecta: una imagen nacida de las tinieblas, una sombra…” (Zambrano, 2012, pág. 295)

Bibliografía
Castellanos, B. (27 de abril de 2023). Filosofía con Flow. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=Irv2nqAI8sY
Macpherson, C. (2005). La teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke. Trotta.
Zambrano, M. (2012). El hombre y lo divino. México: Fondo de Cultura Económica. 

 


viernes, 5 de enero de 2024

De brujos y monstruos

 


 


Dedicado a los hijos de Adán y Naamá 


Hoy la luna se encuentra más cerca que nunca. Al son del ritmo de un blanco imposible. Imposible también su cercanía. Alrededor de ella todo parece incertidumbre. Podría la Luna devolverlo todo a la nada. Asombro y miedo, lumbreras del espíritu. 

 

Visibles, bajo el dominio imaginario, los temores se apresurarán a tomar formas de brujos, demonios y monstruos. Imaginación sumisa, a veces rebelde, al amparo de viejos y renovadores mitos.

 

Los fantasmas van y vienen, sucumbiendo cada vez más ante la mirada que rige la norma. Extraño destino de aquello que latía sin corazón. Temores plegados a través del relato capaz de enmudecer lo inconmensurable. Creaciones humanas. ¿Creaciones humanas?

 

Los temores, acallados, convertidos en malos sueños o fantasías. Convencidos de ser solo eso pues sólo es real lo que tus ojos pueden ver. Cómo si a mis ojos sólo les fuera lícito ver lo que dictan y editan las palabras. Palabras de un ser que, llevado por el mundo, olvida. Olvida lo que sus ojos habían podido entrever en los tiempos en los que la oscuridad no era tan solo ausencia de luz. Ni dominio exclusivo de los sueños. 


Palabras que tonifican, abriendo claros e hilvanando los tejidos que, cuando niños e imaginando no cesaban de extender sus horizontes. O cuando el sentido de ellas se manifiesta pleno, pues se quiere fuerza encendida de inquietantes ritmos derramados. 


Más los hijos de la tierra no han olvidado, aún cuando sus memorias hayan sido reducidas a nada; La Nada ha sido su imposible resguardo. Ahora, de “la nada”, sensaciones profundas desafían las franjas de producción de lo visible. Oscuridad de la tierra y de sus raíces, guardiana de los tiempos milenarios; matriz de todas las imágenes y sostén de todas las palabras y de los sueños. 

 


Sueños que en hoy despiertan, atravesando a las brechas del olvido, desafiando a las resistencias a sentir más allá de las máscaras, al monstruo enmascarado, que gime sin mediación y sin tiempo, pues a medias nacido agonizaba en nuestros sueños. 


Protegidos nos creemos de lo monstruoso, profundamente negado, bajo los supuestos con los que teñimos a lo desconocido y extraño. Pues, violentos pueden volverse los impulsos en las tinieblas entretejidos. Impulsos que pueden volverse contra uno mismo, cuando en vez de saber lo entramado de nuestras fibras sintientes, historias y mitos, y, en apariencia ajenos o enajenantes monstruos, tan solo negamos, cerrando, clausurando su manifestación, tal y como es su naturaleza esplendorosa. 


Resguardados de aquello que pueda excedernos, damos paso a la formación de pensamientos y sentimientos inconscientes, que poco, o, en nada se asemeja a nuestra naturaleza; es así, como ha podido ser expropiada y explotada hasta el agotamiento de sus fuerzas. 


Naturaleza inexplorada, acotada en su concepto científico, “que hace del misticismo una trampa, en tanto, este nos parezca insondable, innombrable, casi etéreo espíritu de algunos pocos elegidos celestes, sin verdadera relación con esta tierra, con esta otra naturaleza del día a día mundano.


Como ha sido el caso de Naamá, madre de los demonios caídos, que cuenta cómo es demonizado el néctar de los sentidos.”(1)


Ella es la seducción que invita a probar la apertura creadora del instante. Voluptuosidad primera, y siempre virgen; capaz de despertar a los antiguos Dioses y adormecidos demonios. Despertar de las lenguas sagradas, por las que ascienda a la piel, su néctar de Luna sabor plata, su delicado saber deshacer los nudos endurecidos de esta férrea necedad a sentir, simplemente sentir la permeabilidad de la piel, apertura entre tiempos y más allá de los tiempos, su arena viajera, su tierra fértil. Sentir, demonizado, en tanto no se vislumbre su terrible esplendor interior, que pertenece a la tierra de quien somos hijos y alimento eterno. 


Naamá, guardiana de los caminos al reino prometido, Yerushalaim.  Al reino que no es un Estado, ni un lugar, ni un estado mental. Es el reino que llama, y que, al principio, aparecía solo enigmático entre los sueños. 


 La Paz nos llama en medio de la guerra, o, acaso más bien, ¿no la hemos llamado también nosotros? Guerra de cerrazón senil, de estrecho corazón, de imperialismo inflamado, de opresión enfermiza. 


“Yerushalaim, tierra de paz, o, donde ofrendamos a La Paz, el propio cuerpo, tierra de despertar de saberes milenarios.” (2)


(1) Curso “El Árbol de las vidas” 2024. 

(2) Ibidem 


 


De una confesión trasnochada

 

 


Anhelo furioso 

expectante de paraísos;

Paradas

gurús abismales y laberintos vacíos.

Procesos sin fin 

apuesta a un circular olvido; 

distribuciones fijas y afiladas entre lo sagrado y lo profano, lo sano y lo enfermo.

Voluntad de razón y bunker de la verdad,

nichos para la culpa instituyendo la debilidad, 

cultos de la carencia y de la muerte,

pequeña parcela prometida,

 coto de poder;

voluntad abrazadora de los celos,

 sanguijuela y rémora de expectativas viscosas. 

Éxtasis.

Receta para la felicidad

paz sin asomo de violencia 

catarsis de la oscuridad primera y sordera permanente.

Ascetismo militante

negación sectaria de la diferencia

virulencia discursiva

fascinación

inteligencia anonadada.

Templos vestigios de ansiedades;

entre fragmentos el ruido, el ruido

inyectando el veneno de las serpiente. 

Vuelven los ritos frente al olvido. 

¿son los discursos los pilares de un templo, lo los simulacros?

Los vientos soplan en todas direcciones, barriendo y 

deshaciendo las casas que no han querido ser habitadas.

Asoma la noche entre ruinas y despojos, entregando su luz 

de sombras y de luna, llenando  los vacíos sin condiciones, 

su bienaventurado ser mundo. 


jueves, 4 de enero de 2024

De la embriaguez



Si es posible excluir de la consciencia pensamientos intensivos hasta volverlos inaccesibles, es debido al  interdicto que atraviesa a toda represión: no podrás actuar sobre la base de una potencia que pueda arrasarte a la descodificación.

Esto es así, en tanto vamos ganando realidad, habitamos los espacios, los hacemos nuestros, nos sentimos seguros. 

Más, habituar la propia sensibilidad a los moldes de la percepción tiene sus riesgos, por ejemplo, cuando nos habituamos a  ciertos sentimientos; sentimiento: participio pasivo del verbo sentir;  entonces, reactivo, domesticable, edipizante. 


 Cuando la sensibilidad ha sido domesticada  y el tiempo subordinado al tiempo sucesivo la realidad parece gobernada por las circunstancias, lo qué pasa es lo que pesa; así, también, la ley, sea de utilidad, o bien, hoy más que nunca por la ley de goce.

Se sabe que la sensibilidad, de algún modo se produce, no sólo las cosas, también los cuerpos y las miradas, las formas de espacializar, de temporalizar. 

Al no poseer estas formas de producción, los cuerpos se precipitan por los segmentos más duros, o se vuelve fluidamente inquietante, se explota la imagen subordinada a la promesa de movimiento; enfermamos y estamos bien ciertos de no tener nada que ver en ello. 

Las plantas sagradas irrumpen en esa cotidianidad endurecida, en ese mirar fijamente, al excluir otros modos de ser del tiempo, otros espacios. 

Así, la embriaguez como 

“irrupción triunfal del mescal en nosotros” (diría Deleuze) y ( si con suerte le caemos bien a la planta y la tratamos con respeto) los flujos intensivos vuelven a ser desatados, despejando al ser de lo sensible, suavizando los límites dados entre cuerpo. 

Devenir vibrante tejedor de superficies. Superficies intensas y maleables. Sentir que rasga el espacio de su supuesta particularidad para quien quiera seguir su movimiento, abrazar su memoria y excederla.

De la nada

 


María Zambrano muestra la condición “viviente” de la nada. A lo largo de la historia humana, “la nada ha venido cambiando de lugar, según cambia el proyecto de ser del hombre; según que el hombre pretenda o no ser y según lo que pretenda ser y cómo. Es la sombra de Dios; la resistencia divina. La sombra de Dios que puede ser simplemente su sombra su -amparo o su vacío en las tinieblas contraria.

La nada no puede configurarse como el ser, ni articularse; dividirse en géneros y especies, ser contenido de una idea o de una definición. Pero no aparece fija; se mueve, se modula; cambia de signo; es ambigua, movediza, circunda al ser humano o entra en él; se desliza por alguna apertura de su alma. Se parece a lo posible, a la sombra y al silencio. Nunca es la misma.

No es la misma, no tiene entidad, pero es activa, sombra de la vida también. Una de sus funciones es reducir: reduce a polvo, a nada los sucesos y, sobre todo, los proyectos....

Su acción es viviente. Diríase que es la vida sin textura, sin consistencia. La vida que tiene una textura, es ya ser, aunque en la vida siempre hay más que la textura. En el hombre, la nada muestra que es más que ser, ser a la manera de las cosas, de los objetos. Por eso, en el hombre a medida que crece el ser crece la nada y entonces la nada funciona a manera de la posibilidad. La nada hace nacer.

La nada es inercia. Invita a ser y no lo tolera: es la Suprema resistencia. Por eso crea el infierno, ese infralugar donde la vida no tiene textura. Ceder a él es sumergirse en la locura, en esa locura que precede a toda enajenación.

Pues locura es enajenarse, hacerse “otro”, mas no del todo, que sería cambio, aunque inesperado, anormal. Hacerse el que no se es sin lograr serlo. Tal situación no lograda de la personalidad ha de ir precedida de un desmoronamiento de lo que es textura, ser en la vida humana. Y si eso se produce sin la destrucción total, es el infierno en que el que va a ser “loco”-a hacerse “otro”- gime, a veces toda la vida, sin llegar a ese punto qué se entiende por locura, en que aparece la completa situación de la personalidad. La locura se llamó “mal sagrado.”

María Zambrano

De la tristeza

 


Una profunda tristeza atravesaba sus ojos. De niña podía verlo, me daba miedo, desconfiaba. -” Yo soy tu abuelo feo me decía”-, y se reía como si no le importara. Había en esa mirada triste un halo de ternura y soledad. Hoy sé con toda certeza que esa tristeza que eras, Abuelo, me habita, la he llevado de siempre como un nudo profundo en la garganta y el pecho, es mía, soy tristeza y eres tú en mí, Abuelo; un acuerdo en silencio, una memoria profunda y vieja que lleva mi cuerpo entrañable, queriendo esa, esa tristeza imposible.


Como tejido de resistencias sin rostro. Ahogado por un sentimiento de ausencia. Ausencia de voz, de la acción justa o propicia, de proyecto de ser, de alguien que liberaría del ensimismado llanto que brota perdido.


Más nada de eso es la tristeza. No es su potencia, sino, apenas resistencias a sentir y saberse tristeza. Resistencias que habitan al vientre endurecido, entorpeciendo el fluir peristáltico que es la acción misma de dejar ir. De soltar lo mismo la mierda que lo que sea aferro. Aferramiento que fija al yo, fijando al tiempo lo perdido.


 Fijas las memorias del cuerpo, resecando, debilitando, drenando los tejidos, como efecto, no de la tristeza, sino, de detenerla. Obturada, ensimismada, retraída su memoria profunda que quiere poder dar su voz, cantar su historia.  


Así, veo su canto: La potencia de la tristeza es como un ritmo, cae suavemente como luz de ocaso. Brilla entre las sombras anunciando un vacío. La tristeza te saca del tiempo propio que se te escurre entre los dedos. Entre fragmentos y máscaras de límites permeables y mudables. Deshace con la promesa de liberarnos solo al derramar su fuente nómada.  ¡Devenir nómadas! Y, en el extremo de la tristeza: su exceso. Un encabalgamiento de reacciones y de acciones entre el ser de lo sensible y el mundo que abre el vacío al devolver mis pies a tierra. Encabalgamiento entre gozo y tristeza: voluntad de tristeza, Abuelo, voluntad creadora de tristezas. 

Así, quienes han podido cantar su canción eterna. 

De la locura


En la oscuridad que devora no hay refugio ni resguardo. Ella abre las puertas al paso de sueños mudos, imposibles laberintos entre mundos, desdibuja las certezas, y devuelve a la piel su propiedad de amante flujo. Embriagadora contemplación, embriagadora voluntad de un impulso que danza vida y muerte. Inmanencia de la voluptuosidad, movimiento sin objeto, corporeidad rasgada en esa excesiva danza de deseo. Cómo seguir los pasos de esa excesiva violencia dionisiaca Amante de todas las formas imposibles. Cómo no querer su eterno nacimiento. Cómo no querer besar al olvido y acordar de todo, con todo a un tiempo, en un instante de labios suspendidos, la vida toda excesiva, amorosa.