María Zambrano muestra la
condición “viviente” de la nada. A lo largo de la historia humana, “la nada ha
venido cambiando de lugar, según cambia el proyecto de ser del hombre; según
que el hombre pretenda o no ser y según lo que pretenda ser y cómo. Es la
sombra de Dios; la resistencia divina. La sombra de Dios que puede ser
simplemente su sombra su -amparo o su vacío en las tinieblas contraria.
La nada no puede configurarse como el ser, ni
articularse; dividirse en géneros y especies, ser contenido de una idea o de
una definición. Pero no aparece fija; se mueve, se modula; cambia de signo; es
ambigua, movediza, circunda al ser humano o entra en él; se desliza por alguna
apertura de su alma. Se parece a lo posible, a la sombra y al silencio. Nunca
es la misma.
No es la misma, no tiene entidad, pero es
activa, sombra de la vida también. Una de sus funciones es reducir: reduce a
polvo, a nada los sucesos y, sobre todo, los proyectos....
Su acción es viviente. Diríase que es la vida
sin textura, sin consistencia. La vida que tiene una textura, es ya ser, aunque
en la vida siempre hay más que la textura. En el hombre, la nada muestra que es más que ser, ser
a la manera de las cosas, de los objetos. Por eso, en el hombre a medida que
crece el ser crece la nada y entonces la nada funciona a manera de la
posibilidad. La nada hace nacer.
La nada es inercia. Invita a ser y no lo
tolera: es la Suprema resistencia. Por eso crea el infierno, ese infralugar
donde la vida no tiene textura. Ceder a él es sumergirse en la locura, en esa
locura que precede a toda enajenación.
Pues locura es enajenarse, hacerse “otro”, mas
no del todo, que sería cambio, aunque inesperado, anormal. Hacerse el que no se
es sin lograr serlo. Tal situación no lograda de la personalidad ha de ir
precedida de un desmoronamiento de lo que es textura, ser en la vida humana. Y
si eso se produce sin la destrucción total, es el infierno en que el que va a
ser “loco”-a hacerse “otro”- gime, a veces toda la vida, sin llegar a ese punto
qué se entiende por locura, en que aparece la completa situación de la
personalidad. La locura se llamó “mal sagrado.”
María Zambrano
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