jueves, 4 de enero de 2024

De la embriaguez



Si es posible excluir de la consciencia pensamientos intensivos hasta volverlos inaccesibles, es debido al  interdicto que atraviesa a toda represión: no podrás actuar sobre la base de una potencia que pueda arrasarte a la descodificación.

Esto es así, en tanto vamos ganando realidad, habitamos los espacios, los hacemos nuestros, nos sentimos seguros. 

Más, habituar la propia sensibilidad a los moldes de la percepción tiene sus riesgos, por ejemplo, cuando nos habituamos a  ciertos sentimientos; sentimiento: participio pasivo del verbo sentir;  entonces, reactivo, domesticable, edipizante. 


 Cuando la sensibilidad ha sido domesticada  y el tiempo subordinado al tiempo sucesivo la realidad parece gobernada por las circunstancias, lo qué pasa es lo que pesa; así, también, la ley, sea de utilidad, o bien, hoy más que nunca por la ley de goce.

Se sabe que la sensibilidad, de algún modo se produce, no sólo las cosas, también los cuerpos y las miradas, las formas de espacializar, de temporalizar. 

Al no poseer estas formas de producción, los cuerpos se precipitan por los segmentos más duros, o se vuelve fluidamente inquietante, se explota la imagen subordinada a la promesa de movimiento; enfermamos y estamos bien ciertos de no tener nada que ver en ello. 

Las plantas sagradas irrumpen en esa cotidianidad endurecida, en ese mirar fijamente, al excluir otros modos de ser del tiempo, otros espacios. 

Así, la embriaguez como 

“irrupción triunfal del mescal en nosotros” (diría Deleuze) y ( si con suerte le caemos bien a la planta y la tratamos con respeto) los flujos intensivos vuelven a ser desatados, despejando al ser de lo sensible, suavizando los límites dados entre cuerpo. 

Devenir vibrante tejedor de superficies. Superficies intensas y maleables. Sentir que rasga el espacio de su supuesta particularidad para quien quiera seguir su movimiento, abrazar su memoria y excederla.

De la nada

 


María Zambrano muestra la condición “viviente” de la nada. A lo largo de la historia humana, “la nada ha venido cambiando de lugar, según cambia el proyecto de ser del hombre; según que el hombre pretenda o no ser y según lo que pretenda ser y cómo. Es la sombra de Dios; la resistencia divina. La sombra de Dios que puede ser simplemente su sombra su -amparo o su vacío en las tinieblas contraria.

La nada no puede configurarse como el ser, ni articularse; dividirse en géneros y especies, ser contenido de una idea o de una definición. Pero no aparece fija; se mueve, se modula; cambia de signo; es ambigua, movediza, circunda al ser humano o entra en él; se desliza por alguna apertura de su alma. Se parece a lo posible, a la sombra y al silencio. Nunca es la misma.

No es la misma, no tiene entidad, pero es activa, sombra de la vida también. Una de sus funciones es reducir: reduce a polvo, a nada los sucesos y, sobre todo, los proyectos....

Su acción es viviente. Diríase que es la vida sin textura, sin consistencia. La vida que tiene una textura, es ya ser, aunque en la vida siempre hay más que la textura. En el hombre, la nada muestra que es más que ser, ser a la manera de las cosas, de los objetos. Por eso, en el hombre a medida que crece el ser crece la nada y entonces la nada funciona a manera de la posibilidad. La nada hace nacer.

La nada es inercia. Invita a ser y no lo tolera: es la Suprema resistencia. Por eso crea el infierno, ese infralugar donde la vida no tiene textura. Ceder a él es sumergirse en la locura, en esa locura que precede a toda enajenación.

Pues locura es enajenarse, hacerse “otro”, mas no del todo, que sería cambio, aunque inesperado, anormal. Hacerse el que no se es sin lograr serlo. Tal situación no lograda de la personalidad ha de ir precedida de un desmoronamiento de lo que es textura, ser en la vida humana. Y si eso se produce sin la destrucción total, es el infierno en que el que va a ser “loco”-a hacerse “otro”- gime, a veces toda la vida, sin llegar a ese punto qué se entiende por locura, en que aparece la completa situación de la personalidad. La locura se llamó “mal sagrado.”

María Zambrano

De la tristeza

 


Una profunda tristeza atravesaba sus ojos. De niña podía verlo, me daba miedo, desconfiaba. -” Yo soy tu abuelo feo me decía”-, y se reía como si no le importara. Había en esa mirada triste un halo de ternura y soledad. Hoy sé con toda certeza que esa tristeza que eras, Abuelo, me habita, la he llevado de siempre como un nudo profundo en la garganta y el pecho, es mía, soy tristeza y eres tú en mí, Abuelo; un acuerdo en silencio, una memoria profunda y vieja que lleva mi cuerpo entrañable, queriendo esa, esa tristeza imposible.


Como tejido de resistencias sin rostro. Ahogado por un sentimiento de ausencia. Ausencia de voz, de la acción justa o propicia, de proyecto de ser, de alguien que liberaría del ensimismado llanto que brota perdido.


Más nada de eso es la tristeza. No es su potencia, sino, apenas resistencias a sentir y saberse tristeza. Resistencias que habitan al vientre endurecido, entorpeciendo el fluir peristáltico que es la acción misma de dejar ir. De soltar lo mismo la mierda que lo que sea aferro. Aferramiento que fija al yo, fijando al tiempo lo perdido.


 Fijas las memorias del cuerpo, resecando, debilitando, drenando los tejidos, como efecto, no de la tristeza, sino, de detenerla. Obturada, ensimismada, retraída su memoria profunda que quiere poder dar su voz, cantar su historia.  


Así, veo su canto: La potencia de la tristeza es como un ritmo, cae suavemente como luz de ocaso. Brilla entre las sombras anunciando un vacío. La tristeza te saca del tiempo propio que se te escurre entre los dedos. Entre fragmentos y máscaras de límites permeables y mudables. Deshace con la promesa de liberarnos solo al derramar su fuente nómada.  ¡Devenir nómadas! Y, en el extremo de la tristeza: su exceso. Un encabalgamiento de reacciones y de acciones entre el ser de lo sensible y el mundo que abre el vacío al devolver mis pies a tierra. Encabalgamiento entre gozo y tristeza: voluntad de tristeza, Abuelo, voluntad creadora de tristezas. 

Así, quienes han podido cantar su canción eterna. 

De la locura


En la oscuridad que devora no hay refugio ni resguardo. Ella abre las puertas al paso de sueños mudos, imposibles laberintos entre mundos, desdibuja las certezas, y devuelve a la piel su propiedad de amante flujo. Embriagadora contemplación, embriagadora voluntad de un impulso que danza vida y muerte. Inmanencia de la voluptuosidad, movimiento sin objeto, corporeidad rasgada en esa excesiva danza de deseo. Cómo seguir los pasos de esa excesiva violencia dionisiaca Amante de todas las formas imposibles. Cómo no querer su eterno nacimiento. Cómo no querer besar al olvido y acordar de todo, con todo a un tiempo, en un instante de labios suspendidos, la vida toda excesiva, amorosa. 


martes, 17 de mayo de 2022

El mito detrás de una obsesión

 




Úrsula Buendía es el personaje de un sueño un sueño. Ella misma me contó su historia.

Una mañana despejada, apenas sin brisa, Úrsula estaba por emprender un viaje en barco con sus seres más queridos. Pero como solía sucederle en instantes en los que la distracción inundaba su consciencia, al ser desposeída de ese preciado sentido de sí, Úrsula que se había alejado del embarcadero y al regresar, se subió al barco equivocado.

Úrsula se dio cuenta del error cuando ya habían zarpado, nada podía hacer, sus gritos quedaron ahogados entre el oleaje y la sirena. Úrsula pensó – “Bueno, no pasa nada, los buscaré en el siguiente puerto”-, olvidando así su angustia y entregándose a la expectativa de la soledad y el anonimato que le brindaría un día así, perdida.

El viaje fue extraño por breve. Llegaron a una pequeña Isla que parecía salida de la nada. Aunque paradisiaca por su verde esplendor, aquel lugar pasó de ser exótico a francamente extraño.

Al desembarcar, los esperaba una comitiva de recibimiento. Úrsula pensó que aquella comitiva tan simétricamente esculpida parecía el anuncio mismo del horror. Y así fue. Aquellos seres en serie no dieron lugar a que cada uno de los pasajeros se perdiera por su camino. Conduciéndolos, a cada paso, hacia una entrada que cada vez se estrechaba más, y toda esa verde promesa dio paso a unos  pasillos blancos que conducían a salones llenos de personajes desconocidos. 

En uno de esos salones, Úrsula pudo observar como aquellos seres resaltaban por su teatralidad, como representando distintas escenas encajadas al vilo dentro de una inverosímil blancura. Los cuerpos parecían saturados de gestos ensayados que no podían dar lugar a vacío alguno, nada había que preguntar, pues, nada podía ser oculto, o, secreto. Todo se daba a la vista que resaltaba aquellas figuras faltas de movimientos permeables. Aquel lugar carecía de sonidos, sin embargo, tampoco había entero silencio ya que todos parecían sumidos en alguna suerte de monologo visible entre sus gestos al par ensimismados. De algún modo reinaba un frío mutismo, lo que también volvía imposible la soledad necesaria para pensar. Carentes de vida interior, la soledad se proyectaba tan sólo como endurecimiento de resistencias que, sosteniendo a cada personaje apartado se volvía cautivo de su aislamiento.  Pero, algo, algo humano que todavía latía en Úrsula, le permitía sentir lo extraño de todo aquello.

De repente y sin aviso, todas las escenificaciones formaron un círculo que, rodeando un altar lo volvían su único centro gravitatorio. Más, nadie parecía notar su existencia pese a las fuerzas que parecía concentrar. 

En el altar se encontraba sentado un ser que, Úrsula pudo percibir, delgado y de larga cabellera, que parecía sumido en un sueño infrahumano, como un centro de adoración y tributo. En ese momento sintió que la recorrió el espanto; al mismo tiempo que la imagen divina se desvanecía, una fuerza sagrada, descomunal la poseía, elevándola del suelo. Y, sin poder resistirle se deslizó por encima de todo como absorbida por un vértigo. Úrsula se sintió extasiada en ese horror que duró el aleteo de una eternidad. Úrsula había perdido la fuerza del conocimiento.

Sin más, se encontró sentada frente a una pantalla, respondiendo, una y otra vez, la misma novela insufrible. Sintiéndose obligada a obedecer el mandato de simular un movimiento. Más su abotagamiento le recordaba de algo impreciso. Alzó la mirada, se había sumado a aquella primera escena en donde todos los involucrados parecían simular a la perfección un acto, que, alocado, original o espontáneo no dejaba de ser sólo un acto. Parecía como si cada uno perdido en lo suyo, lo propio e indivisible, sobresaturara los hilos del tiempo, y lo suyo de algún modo aparecía permanecer sentada, respondiendo a aquella pantalla insufrible. 

Por momentos, mirábanse los unos a los otros, tan sólo para reafirmar que cada uno hacía lo suyo, lo propio. Lo propio era nada, y en realidad nadie sabía qué era más allá de ese gesto de confirmación entre sus miradas en suspenso que los oprimían. Aquello parecía insostenible. Úrsula cobró consciencia de encontrarse en otro mundo y de estar a punto de olvidar su procedencia. Lo último que se dijo –“¡Esto una trampa!”- Y sintió una oleada de espanto que la despertaría. Así fue como Úrsula se despertó en mi sueño, desplegando en colorida imagen su pensamiento, como el enigma de un movimiento, apenas un fulgor a punto de desvanecer. 

Úrsula existe a través de la palabra que la nombra y despliega sus historias, y que, ahora también le pertenecen. Más, ya nada era lo mismo. La línea del tiempo, o, el tiempo sucesivo, se había roto. Úrsula se había caído del tiempo. 

Desde entonces ella aparece entre sueños, entre visiones, o, enigmas inmersos de luz nocturna, de encantadores ritmos por los que vuelven a abrirse las puertas del tiempo, fuera del tiempo, más acá del tiempo, a otros tiempos… cabalgando la luz de la luna, ligera; de frío reflejo de memoria eterna, de misterio. 

Ensoñando, posee el mínimo de ser posible, más, no es un fantasma, es visión natural, visión pura de ser y de pertenecer a la tierra, vertiendo caos al mandato irrevocable de algún hecho enmudecido al que ya nadie responde ni pide respuesta; despertando la vida negada a sueños y ficciones adormecidos. Vida del caos para sentir que no son solo sueños y ficciones los que alguna vez también fueron mitos. Mitos co-creadores del tiempo que es también y desde el principio atrevimiento. Singular atrevimiento de deseo. 

domingo, 23 de enero de 2022

Lo Sagrado del Placer y del Dolor (El Tao desde una lectura de "El Erotismo" de Georges Bataille)




Lo más profundo está en la piel. Profundidad de un vasto mar, arribo de flujos sintientes: de ojos de agua, de ríos intempestivos, arroyos, riachuelos, lagos y posos que fluyen al ritmo de la vida y de la muerte, de lo pasivo y de lo activo, de la luz y de la oscuridad. Y, de esta multiplicidad del movimiento, el deseo, las emociones, las pasiones, en su aspecto más puro, son como fuentes por donde brotan aguas vivas, apacibles y desbordantes, intempestivas, pero que pueden también quedar estancadas y pudrirse; O son como el fuego que atiza el aire de nuestros pulmones y nutre al corazón avivando las llamas de la voluntad, de la visión que despierta a la imaginación que es el espíritu que encarna el hígado y la vesícula biliar. 

Nuestros cuerpos son encarnación de la tierra. Entre hierbas, flores y minerales se despliega el saber ancestral de memorias profundas de las que la medicina homeopática ha sabido hacer uso, como el uso de las agujas en la acupuntura cuando son usados para desplegar la sabiduría de ser de lo sensible. De modo que los dolores, los malestares producidos puedan ser una vía para expresar los devenires de ser tierra, de ser cielo. Pues, la fuerza de las emociones puede tornarse sólo sentimental, consumir en ello su movimiento, agotar sus recursos y secarse; o bien, podemos retener su impulso y estancarnos y con ello sufrir debilidad, cansancio, impotencia, irritabilidad. Más, cuando los malestares se tornan desafíos, puede ser la semilla que tienda puentes con lo desconocido. Conocer, saber y sentir estos excesos y faltas. Devenir una multiplicidad de los campos de fuerzas y de memorias en juego, multiplicidad de placer, de dolor, de gozo. Pasiones, deseos y emociones, pueden despertar tiempos propicios, llevar al cuerpo por umbrales desconocidos.

Más ¿Cómo se bloquea el despliegue de las sensaciones y de sentir?

Tres son los supuestos que construyen nuestra sensibilidad: el deseo es carencia, el deseo tiene al placer como su medida de satisfacción extrínseca y momentánea, medida de descarga que es al mismo tiempo una interrupción del deseo y de descargarnos de él. Y, el goce es imposible, pero el imposible goce está inscrito en el deseo. (Guattari, 2002, págs. 159-160)

  Más, si partimos de otros supuestos que articulan otras prácticas, para el Tao, el placer es algo más que descargas de energía, se trata de flujos de los que habría que retrasar al máximo su descarga para exceder el proceso continuo de un deseo positivo, para mapear los flujos de un deseo positivo, abierto al devenir de flujos (Deleuze y Guattari, 2002, pág.160)zonas intensivas y sentidos desbordantes.

 “Hay un gozo inmanente al deseo, como si se llenase de sí mismo y de sus contemplaciones, y que no implican ninguna carencia, ninguna imposibilidad, pero que tampoco se mide con el placer, puesto que es el gozo el que distribuirá las intensidades de placer e impedirá que se carguen de angustia, de vergüenza, de culpabilidad” (Deleuze y Guattari, 2002, pág. 160)

  “Para el Tao, el erotismo tiene que ver con el deseo como proceso productivo que crea y ensambla regiones contiguas de intensidades que no dejan de vibrar en sí mismas, evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o fin exterior, mapeando zonas que ahora forman valles, ahora mesetas en los cuerpos” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, 2002)

El espíritu del valle nunca muere;

A ella le llaman el misterio femenino

La puerta del misterio femenino,

Es lo que llaman la raíz del cielo y la tierra 

Desenvolviéndose siempre y aún perdurando;

Gasta su fuente interminable (Sueños de primavera, Arte erótico en China, 2001, pág. 18)

En otros palabras, “la renuncia al placer externo, o a su aplazamiento, indican un estado conquistado en el que el deseo ya no carece de nada, es gozo de sí mismo y construye un campo de inmanencia. El placer es la afectación de una persona o de un sujeto, el único medio que tiene una persona para “volver a encontrarse a sí misma” en el proceso de deseo que la desborda; los placeres, incluso los más artificiales, son reterritorializaciones. ¿Pero acaso es necesario volver a encontrarse a sí mismo?” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, 2002, pág. 161)

Pensadores como Bataille nos invitan a pensar, cómo una fuerza excesiva puede llevar al límite entre la cordura y la embriaguez. El exceso y desbordamiento entre fuerzas hace posible transgredir las formas, los moldes, las conveniencias, las historias y las razones. Fuerza capaz de desafiar a la sensibilidad más habituada, a la atención, deshaciendo el yugo de sus propios reflejos; liberando a imaginar de nuevo. Imaginar sensible, deslizando sus límites, volviendo permeable toda la piel. Flujos de visibilidad borrando los contornos de la objetivación posible. Sensaciones visuales trastocando el sentido del tiempo y del espacio. Imaginación maleable como flujos de fuego y aire. Sentir ver, aliento y ánimo insubordinado al orden de las causas.

En palabras de Georges Bataille, quien estuvo familiarizado con las prácticas del Yoga, nos dice cómo, cuando el sentido de nuestras pasiones y deseos se reducen por los campos de la utilidad, la ganancia, o el bienestar individual, abortamos los sentidos excesivos de esas fuerzas, perdemos de vista su sentidos y posibilidades más hondas (Bataille, 1998). “La forma humana”, se hace posible entre un cierto sentido de límite y el deseo de exceder a ese límite. Lo que está en juego: el cuerpo, las memorias del cuerpo y el devenir capaz de abrir la experimentación del tiempo, de la tierra y de la propia vida.

 Devenir o ser permeable a otras fuerzas que nos desafían y nos llevan más allá de un cierto límite. Ser devenir, afirmación de lo que puede emerger de cada encuentro por el que se juega ser de lo sensible, ser movimiento. Movimiento que puede liberar del encierro, de esa unidad monolítica que creíamos ser, capaz tan sólo de ver su propio reflejo, de sólo sentir sus paciones y sentimientos conformados, sin poder dar cuenta, en sí, de lo que sea más que "yo". Sentir en uno el desafío del dolor al enfermar, del placer excesivo como flujo que mapea el gozo, devenir tierra, devenir aurora o atardecer.

En la antigüedad las diferentes formas de lo divino volvían visible lo desconocido. Cronos nace del devenir entre Urano y Gea como una forma de sensibilidad del tiempo. Dionisio del devenir entre Sémele y Zeus como sentido de una sensibilidad de la voluptuosidad, la embriaguez y la locura. Afrodita da testimonio del nacimiento de una cierta forma de sensibilidad amorosa para los hombres. Pero, mientras los dioses podían cometer todo tipo de excesos según su fuerza y poder, los hombres, en el exceso se jugaban su propia vida al invocar la fatalidad de tales fuerzas.

Exceso, nos dice Bataille, que es un resto que se produce de un gasto de energía provocado por aquello que tiene el poder de afectarnos al punto de desencajarnos. El problema no es el exceso, sino el campo en el que se expresa y lo que produce por él. Como lo señala Bataille: para el mundo moderno, la trampa al deseo y a toda fuerza vital se fabrica cuando se confunde a la felicidad con los objetos concomitantes asociados a tal o cual fuerza, y se desconoce que lo que nos atrae fatalmente es el movimiento de voluptuosidad, la chispa de energía que aviva la sensibilidad y que nos vuelve presentes a nosotros mismos, aun en lo más oscuro y al límite de las miradas, de la utilidad (Bataille, 1998).

Chispa que difícilmente puede avivarse en medio de una existencia laxa, indolente, sin sentido de límite; como tampoco puede avivarse fácilmente en medio de una existencia vacía o llena de preocupaciones, ansiedades y culpas sujeta a un exceso de control cuando el sentido de límite parece venir tan sólo de afuera como una impostura que, sin embargo, consumimos, o bien, con el cual nos peleamos sin cuestionar nuestra propia implicación.

 Lo excesivo se afirma afirmando lo humano, lo humano singular, que no significa una experiencia o una vivencia general, igual para todos, sino de la afirmación de las fuerzas que somos, que nos corporizan, que nos atraviesan y penetran, que nos exceden, nos violentan, así como aquellas con las que nos limitamos.

 Si el pensamiento se sabe al límite de la angustia, si se sabe a partir de su no saber, de su no ser; si la duda lo penetra arrancándole de sus certezas, acaso, encuentre y desanude los hilos que tan sólo han fijado su mirada a girar en torno de las cosas dadas, especialmente, su moralidad. El dolor, el placer extremo llevan en sí el desasimiento. No el dolor que se sufre o se inflige, no el placer que ansía un objeto dado, sino aquel que, al irrumpir fatalmente, puede volverse una experiencia interior más allá de lo que creíamos posible. El dolor y el placer abren al límite de lo que más tememos, de aquello de lo que nos apartamos con horror, pero, a su vez, abren camino al amor, es decir, a más de lo que creíamos ser.

<<Enseño el arte de convertir la angustia en delicia>>, <<glorificar>>: todo el sentido de este libro. La aspereza en mí, la <<desdicha>>, no es más que la condición. Pero la angustia que se transforma en delicia sigue siendo la angustia: no es la delicia, ni la esperanza, es la angustia, que hace daño y quizá descompone. Quien no <<muere>> por no ser más que un hombre, no será nunca más que un hombre. Georges Bataille La experiencia interior. (Bataille, 1998, pág. 43)

 


Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas, Ed. Pretextos, 2002.

 Dreams Of Spring, Erotic Art In China, The Pepin Press [Feiqing Shuju] From The Bertholet Collection, 2001. P18.

Georges Bataille,  La experiencia Interior  Ed. Taurus, 1998



jueves, 11 de febrero de 2021

De los inframundos


 




De los inframundos quiero hablarte. De raíces prehispánicas que han sido entregadas en fragmentos vivos de serpentinos y coloridos movimientos. 

 De Tlazoltéotl. Deidad de origen huasteco; diosa de las inmundicias, la lujuria, guardiana de las mujeres embarazadas y del nacimiento, de los amores prohibidos y de los Temazcales.  


Cuentan las leyendas que hombres y mujeres solían temerle pues, al poseerles, la transgresión sería inminente.   


Lujuria reveladora de la cercanía entre la vida y la muerte. De cómo, en vida morimos y renacemos más de una vez. Misterios pues, existen los nacimientos fallidos y la desesperación de quien ya no puede morir embelesado o poseído por el personaje de una historia de autor desconocido. 


El temazcal es la tumba por la que descendemos a los inframundos; es habitar el vientre en que se forman y manifiestan los abismos entre la tierra y nuestros cuerpos; emerger de la inmundicia de las entrañas que la tierra consume y consuma; para el nacimiento de sueños, deseos y promesas,  que no han podido llegar plenamente a la luz de la consciencia, al fluir del tiempo que los consumiría como la leña con el abrazador fuego.  


De piedras y hierbas hirvientes emana el vapor envolvente y la oscuridad que desciende para ver con renovados ojos. En la oscuridad, el calor hace salir a las superficies lo oculto. Lo que nos resistimos ver.


Morimos y renacemos con el fuego. Y al nacer, nacemos ciegos. Y cuando apresuramos a llenar los huecos, queriendo silenciar lo innombrable, apropiarnos, adueñarnos fácilmente caemos presa de la fatalidad, enceguecidos como Edipo que no pudo escapar de las fauces del primer nacimiento y renacer 


Frustramos esos tantos nacimientos posibles que son, también, el devenir de nuestros días y noches. El insomnio es signo de una muerte retrasada. Entre un tropel de voces y resistencias profundas, posesivas, dictatoriales.  


Descendemos los abismos, cuando no intentamos cambiar, retener, manipular nada de ellos. Cuando no apresuramos las palabras para moldear a nuestra imagen y semejanza, de nuestros personajes, cuentos e historias consabidas. 


Y.... Si tomáramos en serio aquello de que en el principio es la palabra; que nacemos a cada instante a través de la palabra, que vivimos y morimos con ella y en ella; que nos desnudamos las almas a través de ella... de que nos contenemos, creando muros, casas y puertas que habitamos por instantes. De que viajamos a través de ella para inventar y transgredir nuestros amores; Campos y ciudades también. 


Nuestras pasiones son ese fuego que desanuda al cuerpo de sus memorias impasibles. Nada podría ser excedido, sino por lo excesivo de la lujuria que desanuda las vestimentas del habitual pensamiento, invitándolo a bailar sin culpas, su imposible desnudez.