Lo más profundo está
en la piel. Profundidad de un vasto mar, arribo de flujos sintientes: de ojos de
agua, de ríos intempestivos, arroyos, riachuelos, lagos y posos que fluyen al
ritmo de la vida y de la muerte, de lo pasivo y de lo activo, de la luz y de la
oscuridad. Y, de esta multiplicidad del movimiento, el deseo, las emociones,
las pasiones, en su aspecto más puro, son como fuentes por donde brotan aguas
vivas, apacibles y desbordantes, intempestivas, pero que pueden también quedar
estancadas y pudrirse; O son como el fuego que atiza el aire de nuestros
pulmones y nutre al corazón avivando las llamas de la voluntad, de la visión
que despierta a la imaginación que es el espíritu que encarna el hígado y la
vesícula biliar.
Nuestros cuerpos son
encarnación de la tierra. Entre hierbas, flores y minerales se despliega el
saber ancestral de memorias profundas de las que la medicina homeopática ha
sabido hacer uso, como el uso de las agujas en la acupuntura cuando son usados
para desplegar la sabiduría de ser de lo sensible. De modo que los dolores, los
malestares producidos puedan ser una vía para expresar los devenires de ser
tierra, de ser cielo. Pues, la fuerza de las emociones puede tornarse sólo
sentimental, consumir en ello su movimiento, agotar sus recursos y
secarse; o bien, podemos retener su impulso y estancarnos y con ello
sufrir debilidad, cansancio, impotencia, irritabilidad. Más, cuando los
malestares se tornan desafíos, puede ser la semilla que tienda puentes con lo
desconocido. Conocer, saber y sentir estos excesos y faltas. Devenir una
multiplicidad de los campos de fuerzas y de memorias en juego, multiplicidad de
placer, de dolor, de gozo. Pasiones, deseos y emociones, pueden despertar
tiempos propicios, llevar al cuerpo por umbrales desconocidos.
Más ¿Cómo se bloquea
el despliegue de las sensaciones y de sentir?
Tres son los
supuestos que construyen nuestra sensibilidad: el deseo es carencia, el
deseo tiene al placer como su medida de satisfacción extrínseca y momentánea,
medida de descarga que es al mismo tiempo una interrupción del deseo y de
descargarnos de él. Y, el goce es imposible, pero el imposible goce está
inscrito en el deseo. (Guattari, 2002,
págs. 159-160)
Más, si
partimos de otros supuestos que articulan otras prácticas, para el Tao, el
placer es algo más que descargas de energía, se trata de flujos de los que
habría que retrasar al máximo su descarga para exceder el proceso continuo de
un deseo positivo, para mapear los flujos de un deseo positivo, abierto al
devenir de flujos (Deleuze y
Guattari, 2002, pág.160), zonas intensivas y sentidos desbordantes.
“Hay un gozo
inmanente al deseo, como si se llenase de sí mismo y de sus contemplaciones, y
que no implican ninguna carencia, ninguna imposibilidad, pero que tampoco se
mide con el placer, puesto que es el gozo el que distribuirá las intensidades
de placer e impedirá que se carguen de angustia, de vergüenza, de culpabilidad” (Deleuze
y Guattari, 2002, pág. 160)
“Para
el Tao, el erotismo tiene que ver con el deseo como proceso productivo que crea
y ensambla regiones contiguas de intensidades que no dejan de vibrar en sí
mismas, evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o fin
exterior, mapeando zonas que ahora forman valles, ahora mesetas en los cuerpos” (Gilles
Deleuze y Félix Guattari, 2002)
El espíritu del valle nunca muere;
A ella le llaman el misterio femenino
La puerta del misterio femenino,
Es lo que llaman la raíz del cielo y la tierra
Desenvolviéndose siempre y aún perdurando;
Gasta su fuente interminable (Sueños de primavera, Arte erótico en China, 2001, pág. 18)
En otros palabras, “la renuncia al
placer externo, o a su aplazamiento, indican un estado conquistado en el que el
deseo ya no carece de nada, es gozo de sí mismo y construye un campo de
inmanencia. El placer es la afectación de una persona o de un sujeto, el único
medio que tiene una persona para “volver a encontrarse a sí misma” en el
proceso de deseo que la desborda; los placeres, incluso los más artificiales,
son reterritorializaciones. ¿Pero acaso es necesario volver a encontrarse a sí
mismo?” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, 2002, pág. 161)
Pensadores como Bataille nos invitan a pensar, cómo una
fuerza excesiva puede llevar al límite entre la cordura y la embriaguez.
El exceso y desbordamiento entre fuerzas hace posible transgredir las formas,
los moldes, las conveniencias, las historias y las razones. Fuerza capaz de
desafiar a la sensibilidad más habituada, a la atención, deshaciendo el
yugo de sus propios reflejos; liberando a imaginar de nuevo. Imaginar sensible,
deslizando sus límites, volviendo permeable toda la piel. Flujos de visibilidad
borrando los contornos de la objetivación posible. Sensaciones visuales
trastocando el sentido del tiempo y del espacio. Imaginación maleable como
flujos de fuego y aire. Sentir ver, aliento y ánimo insubordinado al orden de las
causas.
En palabras de
Georges Bataille, quien estuvo familiarizado con las prácticas del Yoga, nos
dice cómo, cuando el sentido de nuestras pasiones y deseos se reducen por los
campos de la utilidad, la ganancia, o el bienestar individual, abortamos los
sentidos excesivos de esas fuerzas, perdemos de vista su sentidos y
posibilidades más hondas (Bataille, 1998). “La forma
humana”, se hace posible entre un cierto sentido de límite y el deseo de
exceder a ese límite. Lo que está en juego: el cuerpo, las memorias del cuerpo
y el devenir capaz de abrir la experimentación del tiempo, de la tierra y de la propia vida.
Devenir o ser
permeable a otras fuerzas que nos desafían y nos llevan más allá de un cierto
límite. Ser devenir, afirmación de lo que puede emerger de cada encuentro por
el que se juega ser de lo sensible, ser movimiento. Movimiento que puede
liberar del encierro, de esa unidad monolítica que creíamos ser, capaz tan sólo
de ver su propio reflejo, de sólo sentir sus paciones y sentimientos
conformados, sin poder dar cuenta, en sí, de lo que sea más que "yo".
Sentir en uno el desafío del dolor al enfermar, del placer excesivo como flujo
que mapea el gozo, devenir tierra, devenir aurora o atardecer.
En la antigüedad las
diferentes formas de lo divino volvían visible lo desconocido. Cronos nace del
devenir entre Urano y Gea como una forma de sensibilidad del tiempo. Dionisio
del devenir entre Sémele y Zeus como sentido de una sensibilidad de la
voluptuosidad, la embriaguez y la locura. Afrodita da testimonio del nacimiento
de una cierta forma de sensibilidad amorosa para los hombres. Pero, mientras
los dioses podían cometer todo tipo de excesos según su fuerza y poder, los
hombres, en el exceso se jugaban su propia vida al invocar la fatalidad de
tales fuerzas.
Exceso, nos dice Bataille, que es un
resto que se produce de un gasto de energía provocado por aquello que tiene
el poder de afectarnos al punto de desencajarnos. El problema no es el exceso,
sino el campo en el que se expresa y lo que produce por él. Como lo señala Bataille: para el mundo moderno, la trampa al deseo y a toda
fuerza vital se fabrica cuando se confunde a la felicidad con los objetos
concomitantes asociados a tal o cual fuerza, y se desconoce que lo que nos
atrae fatalmente es el movimiento de voluptuosidad, la chispa de energía que
aviva la sensibilidad y que nos vuelve presentes a nosotros mismos, aun en lo
más oscuro y al límite de las miradas, de la utilidad (Bataille,
1998).
Chispa que
difícilmente puede avivarse en medio de una existencia laxa, indolente, sin
sentido de límite; como tampoco puede avivarse fácilmente en medio de una
existencia vacía o llena de preocupaciones, ansiedades y culpas sujeta a un
exceso de control cuando el sentido de límite parece venir tan sólo de afuera
como una impostura que, sin embargo, consumimos, o bien, con el cual nos
peleamos sin cuestionar nuestra propia implicación.
Lo excesivo se
afirma afirmando lo humano, lo humano singular, que no significa una
experiencia o una vivencia general, igual para todos, sino de la afirmación de
las fuerzas que somos, que nos corporizan, que nos atraviesan y penetran, que
nos exceden, nos violentan, así como aquellas con las que nos limitamos.
Si el
pensamiento se sabe al límite de la angustia, si se sabe a partir de su no
saber, de su no ser; si la duda lo penetra arrancándole de sus certezas,
acaso, encuentre y desanude los hilos que tan sólo han fijado su mirada a
girar en torno de las cosas dadas, especialmente, su moralidad. El dolor,
el placer extremo llevan en sí el desasimiento. No el dolor que se sufre o se
inflige, no el placer que ansía un objeto dado, sino aquel que, al irrumpir
fatalmente, puede volverse una experiencia interior más allá de lo que creíamos
posible. El dolor y el placer abren al límite de lo que más tememos, de aquello
de lo que nos apartamos con horror, pero, a su vez, abren camino al amor, es
decir, a más de lo que creíamos ser.
<<Enseño el
arte de convertir la angustia en delicia>>, <<glorificar>>:
todo el sentido de este libro. La aspereza en mí, la <<desdicha>>,
no es más que la condición. Pero la angustia que se transforma en delicia sigue
siendo la angustia: no es la delicia, ni la esperanza, es la angustia, que hace
daño y quizá descompone. Quien no <<muere>> por no ser más que un
hombre, no será nunca más que un hombre. Georges Bataille La experiencia
interior. (Bataille, 1998, pág. 43)
Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas, Ed. Pretextos,
2002.
Georges
Bataille, La experiencia Interior Ed. Taurus, 1998