domingo, 23 de enero de 2022

Lo Sagrado del Placer y del Dolor (El Tao desde una lectura de "El Erotismo" de Georges Bataille)




Lo más profundo está en la piel. Profundidad de un vasto mar, arribo de flujos sintientes: de ojos de agua, de ríos intempestivos, arroyos, riachuelos, lagos y posos que fluyen al ritmo de la vida y de la muerte, de lo pasivo y de lo activo, de la luz y de la oscuridad. Y, de esta multiplicidad del movimiento, el deseo, las emociones, las pasiones, en su aspecto más puro, son como fuentes por donde brotan aguas vivas, apacibles y desbordantes, intempestivas, pero que pueden también quedar estancadas y pudrirse; O son como el fuego que atiza el aire de nuestros pulmones y nutre al corazón avivando las llamas de la voluntad, de la visión que despierta a la imaginación que es el espíritu que encarna el hígado y la vesícula biliar. 

Nuestros cuerpos son encarnación de la tierra. Entre hierbas, flores y minerales se despliega el saber ancestral de memorias profundas de las que la medicina homeopática ha sabido hacer uso, como el uso de las agujas en la acupuntura cuando son usados para desplegar la sabiduría de ser de lo sensible. De modo que los dolores, los malestares producidos puedan ser una vía para expresar los devenires de ser tierra, de ser cielo. Pues, la fuerza de las emociones puede tornarse sólo sentimental, consumir en ello su movimiento, agotar sus recursos y secarse; o bien, podemos retener su impulso y estancarnos y con ello sufrir debilidad, cansancio, impotencia, irritabilidad. Más, cuando los malestares se tornan desafíos, puede ser la semilla que tienda puentes con lo desconocido. Conocer, saber y sentir estos excesos y faltas. Devenir una multiplicidad de los campos de fuerzas y de memorias en juego, multiplicidad de placer, de dolor, de gozo. Pasiones, deseos y emociones, pueden despertar tiempos propicios, llevar al cuerpo por umbrales desconocidos.

Más ¿Cómo se bloquea el despliegue de las sensaciones y de sentir?

Tres son los supuestos que construyen nuestra sensibilidad: el deseo es carencia, el deseo tiene al placer como su medida de satisfacción extrínseca y momentánea, medida de descarga que es al mismo tiempo una interrupción del deseo y de descargarnos de él. Y, el goce es imposible, pero el imposible goce está inscrito en el deseo. (Guattari, 2002, págs. 159-160)

  Más, si partimos de otros supuestos que articulan otras prácticas, para el Tao, el placer es algo más que descargas de energía, se trata de flujos de los que habría que retrasar al máximo su descarga para exceder el proceso continuo de un deseo positivo, para mapear los flujos de un deseo positivo, abierto al devenir de flujos (Deleuze y Guattari, 2002, pág.160)zonas intensivas y sentidos desbordantes.

 “Hay un gozo inmanente al deseo, como si se llenase de sí mismo y de sus contemplaciones, y que no implican ninguna carencia, ninguna imposibilidad, pero que tampoco se mide con el placer, puesto que es el gozo el que distribuirá las intensidades de placer e impedirá que se carguen de angustia, de vergüenza, de culpabilidad” (Deleuze y Guattari, 2002, pág. 160)

  “Para el Tao, el erotismo tiene que ver con el deseo como proceso productivo que crea y ensambla regiones contiguas de intensidades que no dejan de vibrar en sí mismas, evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o fin exterior, mapeando zonas que ahora forman valles, ahora mesetas en los cuerpos” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, 2002)

El espíritu del valle nunca muere;

A ella le llaman el misterio femenino

La puerta del misterio femenino,

Es lo que llaman la raíz del cielo y la tierra 

Desenvolviéndose siempre y aún perdurando;

Gasta su fuente interminable (Sueños de primavera, Arte erótico en China, 2001, pág. 18)

En otros palabras, “la renuncia al placer externo, o a su aplazamiento, indican un estado conquistado en el que el deseo ya no carece de nada, es gozo de sí mismo y construye un campo de inmanencia. El placer es la afectación de una persona o de un sujeto, el único medio que tiene una persona para “volver a encontrarse a sí misma” en el proceso de deseo que la desborda; los placeres, incluso los más artificiales, son reterritorializaciones. ¿Pero acaso es necesario volver a encontrarse a sí mismo?” (Gilles Deleuze y Félix Guattari, 2002, pág. 161)

Pensadores como Bataille nos invitan a pensar, cómo una fuerza excesiva puede llevar al límite entre la cordura y la embriaguez. El exceso y desbordamiento entre fuerzas hace posible transgredir las formas, los moldes, las conveniencias, las historias y las razones. Fuerza capaz de desafiar a la sensibilidad más habituada, a la atención, deshaciendo el yugo de sus propios reflejos; liberando a imaginar de nuevo. Imaginar sensible, deslizando sus límites, volviendo permeable toda la piel. Flujos de visibilidad borrando los contornos de la objetivación posible. Sensaciones visuales trastocando el sentido del tiempo y del espacio. Imaginación maleable como flujos de fuego y aire. Sentir ver, aliento y ánimo insubordinado al orden de las causas.

En palabras de Georges Bataille, quien estuvo familiarizado con las prácticas del Yoga, nos dice cómo, cuando el sentido de nuestras pasiones y deseos se reducen por los campos de la utilidad, la ganancia, o el bienestar individual, abortamos los sentidos excesivos de esas fuerzas, perdemos de vista su sentidos y posibilidades más hondas (Bataille, 1998). “La forma humana”, se hace posible entre un cierto sentido de límite y el deseo de exceder a ese límite. Lo que está en juego: el cuerpo, las memorias del cuerpo y el devenir capaz de abrir la experimentación del tiempo, de la tierra y de la propia vida.

 Devenir o ser permeable a otras fuerzas que nos desafían y nos llevan más allá de un cierto límite. Ser devenir, afirmación de lo que puede emerger de cada encuentro por el que se juega ser de lo sensible, ser movimiento. Movimiento que puede liberar del encierro, de esa unidad monolítica que creíamos ser, capaz tan sólo de ver su propio reflejo, de sólo sentir sus paciones y sentimientos conformados, sin poder dar cuenta, en sí, de lo que sea más que "yo". Sentir en uno el desafío del dolor al enfermar, del placer excesivo como flujo que mapea el gozo, devenir tierra, devenir aurora o atardecer.

En la antigüedad las diferentes formas de lo divino volvían visible lo desconocido. Cronos nace del devenir entre Urano y Gea como una forma de sensibilidad del tiempo. Dionisio del devenir entre Sémele y Zeus como sentido de una sensibilidad de la voluptuosidad, la embriaguez y la locura. Afrodita da testimonio del nacimiento de una cierta forma de sensibilidad amorosa para los hombres. Pero, mientras los dioses podían cometer todo tipo de excesos según su fuerza y poder, los hombres, en el exceso se jugaban su propia vida al invocar la fatalidad de tales fuerzas.

Exceso, nos dice Bataille, que es un resto que se produce de un gasto de energía provocado por aquello que tiene el poder de afectarnos al punto de desencajarnos. El problema no es el exceso, sino el campo en el que se expresa y lo que produce por él. Como lo señala Bataille: para el mundo moderno, la trampa al deseo y a toda fuerza vital se fabrica cuando se confunde a la felicidad con los objetos concomitantes asociados a tal o cual fuerza, y se desconoce que lo que nos atrae fatalmente es el movimiento de voluptuosidad, la chispa de energía que aviva la sensibilidad y que nos vuelve presentes a nosotros mismos, aun en lo más oscuro y al límite de las miradas, de la utilidad (Bataille, 1998).

Chispa que difícilmente puede avivarse en medio de una existencia laxa, indolente, sin sentido de límite; como tampoco puede avivarse fácilmente en medio de una existencia vacía o llena de preocupaciones, ansiedades y culpas sujeta a un exceso de control cuando el sentido de límite parece venir tan sólo de afuera como una impostura que, sin embargo, consumimos, o bien, con el cual nos peleamos sin cuestionar nuestra propia implicación.

 Lo excesivo se afirma afirmando lo humano, lo humano singular, que no significa una experiencia o una vivencia general, igual para todos, sino de la afirmación de las fuerzas que somos, que nos corporizan, que nos atraviesan y penetran, que nos exceden, nos violentan, así como aquellas con las que nos limitamos.

 Si el pensamiento se sabe al límite de la angustia, si se sabe a partir de su no saber, de su no ser; si la duda lo penetra arrancándole de sus certezas, acaso, encuentre y desanude los hilos que tan sólo han fijado su mirada a girar en torno de las cosas dadas, especialmente, su moralidad. El dolor, el placer extremo llevan en sí el desasimiento. No el dolor que se sufre o se inflige, no el placer que ansía un objeto dado, sino aquel que, al irrumpir fatalmente, puede volverse una experiencia interior más allá de lo que creíamos posible. El dolor y el placer abren al límite de lo que más tememos, de aquello de lo que nos apartamos con horror, pero, a su vez, abren camino al amor, es decir, a más de lo que creíamos ser.

<<Enseño el arte de convertir la angustia en delicia>>, <<glorificar>>: todo el sentido de este libro. La aspereza en mí, la <<desdicha>>, no es más que la condición. Pero la angustia que se transforma en delicia sigue siendo la angustia: no es la delicia, ni la esperanza, es la angustia, que hace daño y quizá descompone. Quien no <<muere>> por no ser más que un hombre, no será nunca más que un hombre. Georges Bataille La experiencia interior. (Bataille, 1998, pág. 43)

 


Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas, Ed. Pretextos, 2002.

 Dreams Of Spring, Erotic Art In China, The Pepin Press [Feiqing Shuju] From The Bertholet Collection, 2001. P18.

Georges Bataille,  La experiencia Interior  Ed. Taurus, 1998



jueves, 11 de febrero de 2021

De los inframundos


 




De los inframundos quiero hablarte. De raíces prehispánicas que han sido entregadas en fragmentos vivos de serpentinos y coloridos movimientos. 

 De Tlazoltéotl. Deidad de origen huasteco; diosa de las inmundicias, la lujuria, guardiana de las mujeres embarazadas y del nacimiento, de los amores prohibidos y de los Temazcales.  


Cuentan las leyendas que hombres y mujeres solían temerle pues, al poseerles, la transgresión sería inminente.   


Lujuria reveladora de la cercanía entre la vida y la muerte. De cómo, en vida morimos y renacemos más de una vez. Misterios pues, existen los nacimientos fallidos y la desesperación de quien ya no puede morir embelesado o poseído por el personaje de una historia de autor desconocido. 


El temazcal es la tumba por la que descendemos a los inframundos; es habitar el vientre en que se forman y manifiestan los abismos entre la tierra y nuestros cuerpos; emerger de la inmundicia de las entrañas que la tierra consume y consuma; para el nacimiento de sueños, deseos y promesas,  que no han podido llegar plenamente a la luz de la consciencia, al fluir del tiempo que los consumiría como la leña con el abrazador fuego.  


De piedras y hierbas hirvientes emana el vapor envolvente y la oscuridad que desciende para ver con renovados ojos. En la oscuridad, el calor hace salir a las superficies lo oculto. Lo que nos resistimos ver.


Morimos y renacemos con el fuego. Y al nacer, nacemos ciegos. Y cuando apresuramos a llenar los huecos, queriendo silenciar lo innombrable, apropiarnos, adueñarnos fácilmente caemos presa de la fatalidad, enceguecidos como Edipo que no pudo escapar de las fauces del primer nacimiento y renacer 


Frustramos esos tantos nacimientos posibles que son, también, el devenir de nuestros días y noches. El insomnio es signo de una muerte retrasada. Entre un tropel de voces y resistencias profundas, posesivas, dictatoriales.  


Descendemos los abismos, cuando no intentamos cambiar, retener, manipular nada de ellos. Cuando no apresuramos las palabras para moldear a nuestra imagen y semejanza, de nuestros personajes, cuentos e historias consabidas. 


Y.... Si tomáramos en serio aquello de que en el principio es la palabra; que nacemos a cada instante a través de la palabra, que vivimos y morimos con ella y en ella; que nos desnudamos las almas a través de ella... de que nos contenemos, creando muros, casas y puertas que habitamos por instantes. De que viajamos a través de ella para inventar y transgredir nuestros amores; Campos y ciudades también. 


Nuestras pasiones son ese fuego que desanuda al cuerpo de sus memorias impasibles. Nada podría ser excedido, sino por lo excesivo de la lujuria que desanuda las vestimentas del habitual pensamiento, invitándolo a bailar sin culpas, su imposible desnudez. 

 


 

martes, 26 de enero de 2021

Los signos del dolor

 




  

A través de distintas prácticas de masaje podemos afirmar una constante relación entre aquellos que, cuando sufren, manifiestan zonas muy específicas de dolor en su cuerpo. El dolor nos revela su profundo poder sobre el sufrimiento, pero también la forma en que el sufrimiento puede ganar terreno cuando el dolor es negado, reprimido o suprimido. Al experimentar podemos dar cuenta de la continuidad entre distintas formas de sufrir y los distintos nudos de dolor corporal. Si bien, sufrir y doler no son lo mismo, están profundamente implicados como dominios de poder en juego. Así, observamos resultados distintos para los procesos de enfermar y de malestar, cuando sólo se los sufre, y se emplaza el dolor subyacente; que cuando podemos sentir, por el contrario, el dolor que subyace en el sufrimiento y nos es posible hacer del mismo un campo de experimentación.  

  

Sufrir requiere una inmensa cantidad de fuerza, de energía. Atraparse por el sufrimiento implica encarnar ciertas resistencias, supuestos, ritmos y tensiones propios de un singular modo de sufrir. Sin embargo, es posible seguir los nudos y tensiones musculares y desplegar el dolor en ellos contenido, dejando que se develar  los signos de rostridad del cuerpo sufriente para acceder a una experiencia interior que, simultáneamente, permita reconocer los efectos que producen, y descifrar los signos de aquello que nos debilita y enferma. Podemos también rastrear los ritmos de los pulsos y develar las zonas intensivas del ritmo de cada sentimiento reflejado a su vez en las afecciones orgánicas. 


Dar cuenta de las continuidades, pero, sobre todo, de las discontinuidades entre el dolor y el sufrimiento para provocar un devenir del malestar en la enfermedad y de la enfermedad en el malestar. Cuando el dolor abre por los dominios del sentido, no sólo desde el punto de vista de la significancia, sino desde el punto de vista del ser de lo sensible, los síntomas que han sido estratificados tan sólo como un padecimiento, abren al devenir  avivando flujos de poder y haciendo posible nuevas derivas. Pero, cuando el sufrimiento es el que toma el control, los dominios intensivos de tal poder pierden visibilidad, bajo los dominios de enunciación dominantes.  

  

Podemos pensar en el dolor según su intensidad: más o menos intenso. Según su duración, o evolución. Según su causa: externa, interna. Según su cualidad: nervios crispados, músculos tensos, dolores punzantes, quemantes, de cólico. Mas todo dolor implica un cierto devenir o una cierta producción de sentido, ya que emerge como signo que apunta a choques materiales: reacciones, resistencia, cortes, vacíos, enfriamientos, tensiones, articulados con diversos campos de interpretaciones. Pero las formas de interpretación, y reacciones predominantes son aquellas que, al separar el dolor de los ámbitos subjetivos, le confieren un tratamiento mecánico, y el sentido sólo es de supresión o eliminación del mismo, construyendo con esto parte de lo inconsciente del cuerpo. Suprimiendo la posibilidad de desplegar una experiencia interior, de dar cuenta de las continuidades y discontinuidades entre los modos de afectación corporal, el mundo simbólico que nos atraviesa y las formas de existencia que nos damos. 

  




 El dolor siempre es <<doliendo>>, irrupción del ser de lo sensible que se distingue de la percepción <<me duele>>. Nosotros apuntamos en el sentido de una transgresión de la mirada mecánica del dolor en los procesos de salud enfermedad, mirada que excluye el poder del sujeto porque separa el sentido entre poder, cuerpo y sujeto de padecimiento. “El privilegio de la sensibilidad transgresora aparece en esto: que lo que fuerza a sentir y lo que sólo puede ser sentido son una sola y misma cosa en el encuentro, mientras que las dos instancias son distintas por ejemplo para la percepción. En efecto, lo intensivo [del dolor], la diferencia en la intensidad, es simultáneamente el objeto del encuentro y el objeto al cual el encuentro eleva la sensibilidad”[35]. 

Los afectos intensivos como el placer y el dolor hacen posible el despliegue de la experiencia interior capaz de transgredir los límites de ser de lo sensible; límites entre lo que parece determinado, o indeterminado, lejano y cercano, interno y externo; de transgredir los cursos y efectos de los sentimientos conformados, de su efecto en el ánimo y los órganos del cuerpo. 


Sentir es un verbo inclusivo y de superficie. Sentir lo que parece ajeno o externo en uno es aproximarlo acercarlo, incluirlo y dar cuenta de su maleabilidad, al punto en que el sentido de separación se vuelva una bruma de donde puedan emerger modos distintos de afectación  material,  desplegando el ser de lo sensible al par de otros dominios que nos constituyen, corporizando así, su curso y su sentido. 

  

Sentir es saberse afectado materialmente y afectar materialmente.  El desgarramiento de un duelo, los espasmos de angustia frente a la incertidumbre, los vacíos que deja la tristeza, el agotamiento en la obsesión, los nudos de lo silenciado en la garganta, los fríos profundos del desamor, los madrazos de la indolencia son algo mucho más que entidades mentales. Pues simultáneamente son pulsaciones, contracciones y distenciones variables, nudos y tensiones corpóreas, maneras de respirar, de latir que moldean y se moldean entre resistencias, gestos, actitudes, argumentos. Dolores que son ya campos de problematización vital, abriendo campos de visibilidad singulares, posibles de registrar, por ejemplo, en los pulsos de todo el cuerpo, como materias que fluyen, se bloquean, se cortan, se repliegan, forman nudos, explotan o  implotan, chorrean o se drenan. Flujos o fuerzas de consistencias variables, que comprenden velocidad, ritmo y forma según su emplazamiento. La medicina tradicional china que hace posible realizar diagnósticos muy completos tan sólo mediante los pulsos del cuerpo como signos que revelan el sistema sanguíneo, el correr de la sangre, su tonicidad, su temperatura, su velocidad, su cualidad, su intensidad. 


Aquello que ellos llaman jing, chi y shen, no son una suerte de entelequia o energía invisible e incompresible, mística. De hecho, son enteramente visibles. Acostumbrados a pensar que lo que no vemos, no existe, nos volvemos incapaces de ver las diferencias con otras culturas, nos olvidamos de que son las prácticas y los campos de enunciación los que conforman una mirada y que es, precisamente, aquello que nos hace enfocar ciertos aspectos, a la vez que excluimos muchos otros. 

  

La medicina tradicional china se ha constituido no sólo mediante la pregunta ¿Qué es la enfermedad? sino mediante esta otra ¿Qué es la salud? Mirada que comprende los signos de la salud, entendida como ser uno con la vida, con el cosmos. 

 Que las fuerzas que componen al cuerpo sean fuerzas en armonía, que necesariamente, para ser tal, y no un espectro de la misma, ha de dejar en claro sus signos en el cuerpo, en la calidad y el correr de la sangre, el brillo, la humedad, el tono de la piel y de la carne, la coloratura y el tono en la voz, el brillo de los ojos, los gestos y las posturas de todo el cuerpo más allá de toda posible simulación. Se trata incluso de un campo de prácticas que más allá de los códigos que se han conformado, puede llevarnos a descubrir nuestros propios signos de salud y de enfermedad. La razón está en que el sistema filosófico que comprende este tipo de medicina, y otros, está diseñado para provocar en cada ser el deseo de gobernar, gobernándose a sí mismo. Cuestionando también la moralidad que subyace en el común de nuestra mirada, para la cual el dolor es tan sólo signo de enfermedad asociado con lo malo, y el placer signo de salud asociado con lo bueno. Para la medicina tradicional china el dolor es considerado un signo tanto de la salud como de la enfermedad, ello dependerá no sólo del dolor, sino de los modos de experimentarlo y, que intervienen en los cursos que pueda tomar la experiencia del dolor; implicando así, diversos dominios de poder, de las estrategias, de las batallas. Es muy difícil, por ejemplo, desplegar el dolor como campo de experimentación, si el dolor es en extremo intenso y la situación desesperada.  Pero el ejercicio funciona mejor para pensar una medicina preventiva o bajo circunstancias más contenidas. 

  

Para la medicina tradicional china, al igual que para la homeopatía, existen signos propios del enfermar, y signos que nos previenen. Signos que apuntan a los excesos, o ausencias de ciertas fuerzas de vida. Signos que pueden manifestarse recurrentes, o, por temporadas, como los ciclos del ánimo relacionados con las estaciones; o esos pequeños y aparentemente insignificantes dolores; o sensaciones quizá algo indefinidas, pero ciertamente incómodas, extrañas como signos de malestar entretejidos con nuestras formas de existencia. Por lo general, no hacemos caso de tales signos ya que no los consideramos parte de los cuadros nosológicos de la enfermedad. Por demás, observamos poco los signos del cuerpo, de hecho, tenemos poca consciencia de él.  Prueba de ello, es el espectro tan amplio y rico en formas descriptivas distintas de los síntomas del enfermar registrados en los manuales   para los medicamentos homeopáticos, contrastado con la pobreza generalizada de lenguaje para referir nuestros síntomas. Incluso, hasta cierto punto, es posible eludir o encubrir un malestar si éste no entra dentro del espectro de lo que se asocia con la enfermedad. Esos signos del cuerpo que dejamos pasar como cualquier otra cosa cotidiana, y a los cuales podemos habituarnos, como si de aspectos de nuestra identidad se tratasen. Pero nadie puede ignorarlos cuando irrumpen con tal intensidad que derriban un cierto umbral de nuestras resistencias. Es en este punto que, por lo general, opera una separación, si lo que duele se mira tan sólo desde una perspectiva mecánica del dolor, entonces nos asumimos enfermos. Más hay dolores y sufrimientos que no entran dentro del espectro de una clara y definida enfermedad, por lo que los médicos refieren tales casos a un tratamiento psicológico, psiquiátrico o simplemente a cambiar algunos hábitos del régimen de vida. Pero existen tradiciones que pueden ver y comprender la continuidad existente entre toda clase de dolores, estados de ánimo, modos de vida, de emociones y de pensamiento y los signos o síntomas que el cuerpo expresa al enfermar.