A través de distintas prácticas de masaje podemos afirmar una constante relación entre aquellos que, cuando sufren, manifiestan zonas muy específicas de dolor en su cuerpo. El dolor nos revela su profundo poder sobre el sufrimiento, pero también la forma en que el sufrimiento puede ganar terreno cuando el dolor es negado, reprimido o suprimido. Al experimentar podemos dar cuenta de la continuidad entre distintas formas de sufrir y los distintos nudos de dolor corporal. Si bien, sufrir y doler no son lo mismo, están profundamente implicados como dominios de poder en juego. Así, observamos resultados distintos para los procesos de enfermar y de malestar, cuando sólo se los sufre, y se emplaza el dolor subyacente; que cuando podemos sentir, por el contrario, el dolor que subyace en el sufrimiento y nos es posible hacer del mismo un campo de experimentación.
Sufrir requiere una inmensa cantidad de fuerza, de energía. Atraparse por el sufrimiento implica encarnar ciertas resistencias, supuestos, ritmos y tensiones propios de un singular modo de sufrir. Sin embargo, es posible seguir los nudos y tensiones musculares y desplegar el dolor en ellos contenido, dejando que se develar los signos de rostridad del cuerpo sufriente para acceder a una experiencia interior que, simultáneamente, permita reconocer los efectos que producen, y descifrar los signos de aquello que nos debilita y enferma. Podemos también rastrear los ritmos de los pulsos y develar las zonas intensivas del ritmo de cada sentimiento reflejado a su vez en las afecciones orgánicas.
Dar cuenta de las continuidades, pero, sobre todo, de las discontinuidades entre el dolor y el sufrimiento para provocar un devenir del malestar en la enfermedad y de la enfermedad en el malestar. Cuando el dolor abre por los dominios del sentido, no sólo desde el punto de vista de la significancia, sino desde el punto de vista del ser de lo sensible, los síntomas que han sido estratificados tan sólo como un padecimiento, abren al devenir avivando flujos de poder y haciendo posible nuevas derivas. Pero, cuando el sufrimiento es el que toma el control, los dominios intensivos de tal poder pierden visibilidad, bajo los dominios de enunciación dominantes.
Podemos pensar en el dolor según su intensidad: más o menos intenso. Según su duración, o evolución. Según su causa: externa, interna. Según su cualidad: nervios crispados, músculos tensos, dolores punzantes, quemantes, de cólico. Mas todo dolor implica un cierto devenir o una cierta producción de sentido, ya que emerge como signo que apunta a choques materiales: reacciones, resistencia, cortes, vacíos, enfriamientos, tensiones, articulados con diversos campos de interpretaciones. Pero las formas de interpretación, y reacciones predominantes son aquellas que, al separar el dolor de los ámbitos subjetivos, le confieren un tratamiento mecánico, y el sentido sólo es de supresión o eliminación del mismo, construyendo con esto parte de lo inconsciente del cuerpo. Suprimiendo la posibilidad de desplegar una experiencia interior, de dar cuenta de las continuidades y discontinuidades entre los modos de afectación corporal, el mundo simbólico que nos atraviesa y las formas de existencia que nos damos.
El dolor siempre es <<doliendo>>, irrupción del ser de lo sensible que se distingue de la percepción <<me duele>>. Nosotros apuntamos en el sentido de una transgresión de la mirada mecánica del dolor en los procesos de salud enfermedad, mirada que excluye el poder del sujeto porque separa el sentido entre poder, cuerpo y sujeto de padecimiento. “El privilegio de la sensibilidad transgresora aparece en esto: que lo que fuerza a sentir y lo que sólo puede ser sentido son una sola y misma cosa en el encuentro, mientras que las dos instancias son distintas por ejemplo para la percepción. En efecto, lo intensivo [del dolor], la diferencia en la intensidad, es simultáneamente el objeto del encuentro y el objeto al cual el encuentro eleva la sensibilidad”[35].
Los afectos intensivos como el placer y el dolor hacen posible el despliegue de la experiencia interior capaz de transgredir los límites de ser de lo sensible; límites entre lo que parece determinado, o indeterminado, lejano y cercano, interno y externo; de transgredir los cursos y efectos de los sentimientos conformados, de su efecto en el ánimo y los órganos del cuerpo.
Sentir es un verbo inclusivo y de superficie. Sentir lo que parece ajeno o externo en uno es aproximarlo acercarlo, incluirlo y dar cuenta de su maleabilidad, al punto en que el sentido de separación se vuelva una bruma de donde puedan emerger modos distintos de afectación material, desplegando el ser de lo sensible al par de otros dominios que nos constituyen, corporizando así, su curso y su sentido.
Sentir es saberse afectado materialmente y afectar materialmente. El desgarramiento de un duelo, los espasmos de angustia frente a la incertidumbre, los vacíos que deja la tristeza, el agotamiento en la obsesión, los nudos de lo silenciado en la garganta, los fríos profundos del desamor, los madrazos de la indolencia son algo mucho más que entidades mentales. Pues simultáneamente son pulsaciones, contracciones y distenciones variables, nudos y tensiones corpóreas, maneras de respirar, de latir que moldean y se moldean entre resistencias, gestos, actitudes, argumentos. Dolores que son ya campos de problematización vital, abriendo campos de visibilidad singulares, posibles de registrar, por ejemplo, en los pulsos de todo el cuerpo, como materias que fluyen, se bloquean, se cortan, se repliegan, forman nudos, explotan o implotan, chorrean o se drenan. Flujos o fuerzas de consistencias variables, que comprenden velocidad, ritmo y forma según su emplazamiento. La medicina tradicional china que hace posible realizar diagnósticos muy completos tan sólo mediante los pulsos del cuerpo como signos que revelan el sistema sanguíneo, el correr de la sangre, su tonicidad, su temperatura, su velocidad, su cualidad, su intensidad.
Aquello que ellos llaman jing, chi y shen, no son una suerte de entelequia o energía invisible e incompresible, mística. De hecho, son enteramente visibles. Acostumbrados a pensar que lo que no vemos, no existe, nos volvemos incapaces de ver las diferencias con otras culturas, nos olvidamos de que son las prácticas y los campos de enunciación los que conforman una mirada y que es, precisamente, aquello que nos hace enfocar ciertos aspectos, a la vez que excluimos muchos otros.
La medicina tradicional china se ha constituido no sólo mediante la pregunta ¿Qué es la enfermedad? sino mediante esta otra ¿Qué es la salud? Mirada que comprende los signos de la salud, entendida como ser uno con la vida, con el cosmos.
Que las fuerzas que componen al cuerpo sean fuerzas en armonía, que necesariamente, para ser tal, y no un espectro de la misma, ha de dejar en claro sus signos en el cuerpo, en la calidad y el correr de la sangre, el brillo, la humedad, el tono de la piel y de la carne, la coloratura y el tono en la voz, el brillo de los ojos, los gestos y las posturas de todo el cuerpo más allá de toda posible simulación. Se trata incluso de un campo de prácticas que más allá de los códigos que se han conformado, puede llevarnos a descubrir nuestros propios signos de salud y de enfermedad. La razón está en que el sistema filosófico que comprende este tipo de medicina, y otros, está diseñado para provocar en cada ser el deseo de gobernar, gobernándose a sí mismo. Cuestionando también la moralidad que subyace en el común de nuestra mirada, para la cual el dolor es tan sólo signo de enfermedad asociado con lo malo, y el placer signo de salud asociado con lo bueno. Para la medicina tradicional china el dolor es considerado un signo tanto de la salud como de la enfermedad, ello dependerá no sólo del dolor, sino de los modos de experimentarlo y, que intervienen en los cursos que pueda tomar la experiencia del dolor; implicando así, diversos dominios de poder, de las estrategias, de las batallas. Es muy difícil, por ejemplo, desplegar el dolor como campo de experimentación, si el dolor es en extremo intenso y la situación desesperada. Pero el ejercicio funciona mejor para pensar una medicina preventiva o bajo circunstancias más contenidas.
Para la medicina tradicional china, al igual que para la homeopatía, existen signos propios del enfermar, y signos que nos previenen. Signos que apuntan a los excesos, o ausencias de ciertas fuerzas de vida. Signos que pueden manifestarse recurrentes, o, por temporadas, como los ciclos del ánimo relacionados con las estaciones; o esos pequeños y aparentemente insignificantes dolores; o sensaciones quizá algo indefinidas, pero ciertamente incómodas, extrañas como signos de malestar entretejidos con nuestras formas de existencia. Por lo general, no hacemos caso de tales signos ya que no los consideramos parte de los cuadros nosológicos de la enfermedad. Por demás, observamos poco los signos del cuerpo, de hecho, tenemos poca consciencia de él. Prueba de ello, es el espectro tan amplio y rico en formas descriptivas distintas de los síntomas del enfermar registrados en los manuales para los medicamentos homeopáticos, contrastado con la pobreza generalizada de lenguaje para referir nuestros síntomas. Incluso, hasta cierto punto, es posible eludir o encubrir un malestar si éste no entra dentro del espectro de lo que se asocia con la enfermedad. Esos signos del cuerpo que dejamos pasar como cualquier otra cosa cotidiana, y a los cuales podemos habituarnos, como si de aspectos de nuestra identidad se tratasen. Pero nadie puede ignorarlos cuando irrumpen con tal intensidad que derriban un cierto umbral de nuestras resistencias. Es en este punto que, por lo general, opera una separación, si lo que duele se mira tan sólo desde una perspectiva mecánica del dolor, entonces nos asumimos enfermos. Más hay dolores y sufrimientos que no entran dentro del espectro de una clara y definida enfermedad, por lo que los médicos refieren tales casos a un tratamiento psicológico, psiquiátrico o simplemente a cambiar algunos hábitos del régimen de vida. Pero existen tradiciones que pueden ver y comprender la continuidad existente entre toda clase de dolores, estados de ánimo, modos de vida, de emociones y de pensamiento y los signos o síntomas que el cuerpo expresa al enfermar.
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