Carne de Dios
¿Los abismos, los inframundos de los que nos hablan los mitos prehispánicos, son equivalentes con el infierno cristiano?
Pensamos que los abismos señalan umbrales de sensibilidad que hacen posible el devenir entre cuerpos.
Abismos oscuros, terriblemente oscuros como terriblemente luminosos; que se encuentran al límite de esas franjas sombreadas del cuerpo ya como territorio organizado por el mundo imaginario y simbólico, para crear puertas y ventanas, para los sentidos adormecidos y a veces enfermos.
Así, toda experiencia interior, abismal, no preexiste a su despliegue y recorrido. Los abismos son lo maquínicamente perverso del cuerpo. Franjas de producción de lo visible; recorridos atópicos de lo imposible.
Esta experiencia, viscosa, voraz, obesa, asesina, al devenir, como los sueños se vuelve fluida. Intempestivo descender la propia tumba a los inframundos.
Vientre abismal de la tierra en nuestros cuerpos. Emergiendo de la inmundicia de las entrañas que la tierra consume y consuma para un nuevo renacer.
De lava hirviente emana el vapor envolvente y la oscuridad que desciende para ver con renovados ojos.
En la oscuridad, el calor hace salir a las superficies lo oculto. Lo que nos resistimos a ver. El sufrimiento, el dolor fluyen como flujos consumados como la leña con el abrazador fuego.
Morimos y renacemos con el fuego
Algo de la madre tierra se infiltra, se cuela y penetra sembrando una llama tremendamente viva, como semilla que brota de la oscuridad, de lo más profundo, de esa fuerza que aquí llamábamos Tonanzin que, también es Maria y Myriam.
Gozo demencial, brotando oscuro de ser amante tierra. Oscuridad que crece en la medida que disuelve.
Desciende certera la luz del día, y, la luz oscura que alumbra de noche nuestra tierra madre. Madre de las viejas curanderas, continente para la lubricidad de las brujas.
Y cuantos sacrificios por abrir, necesariamente abrir, pues que abierto estaba un saber sagrado, a quienes huimos de experimentar nuestros infiernos y recorrer nuestros
abismos.
Nota
1] “Uno de los intereses profundos de los libros de Castaneda, bajo la influencia de la droga o de otras cosas, y del cambio de atmósfera, es precisamente el mostrar como el indio llega a combatir los mecanismos de interpretación para instaurar en su discípulo una semiótica presignificante o incluso un diagrama asignificante: ¡Para! ¡Me fatigas! ¡Experimenta en lugar de significar de interpretar! ¡Encuentra tú mismo tus lugares, tus territorialidades, tus desterritorializaciones, tu régimen, tus líneas de fuga! ¡Semiotiza tú mismo en vez de buscar en tu infancia prefabricada y en tu semiología de occidental…! “Don Juan afirma que para ver necesariamente hay que detener el mundo. Detener el mundo expresa perfectamente ciertos estados de consciencia en el curso de los cuales la realidad de la vida cotidiana es modificada, y esos sucede precisamente porque la corriente de interpretaciones, de ordinario continua, es interrumpida por un conjunto de circunstancias extrañas a esa corriente”.
Deleuze G., Guattari F.
Mil Mesetas, capitalismo y esquizofrenia, Ed. Pre-textos. 2002 (P.141-142)
142)
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