De las obras del Marqués de Sade solemos escuchar, cómo a través de la literatura erótica y mediante el recurso de la sátira, Donatien Alphonse François Marqués de Sade, realizó una crítica a la moral de su tiempo, a partir de la cual podemos leer los supuestos con los que se teje una sensibilidad capaz de justificar cualquier forma de dominación mediante la crueldad de unos seres humanos a otros.
Dicha moral señala la distancia entre las prácticas antiguas que vinculaban el deseo con lo divino y lo demoníaco, del deseo en pleno proceso de “naturalización” que convertiría al deseo en el límite de toda subjetividad, pero, que aparecerá sólo como tendencia al límite, interior al pensamiento mismo, y ya no como vía, o como puente entre lo sagrado y lo divino. Lo que, según Foucault, es el parteaguas para pensar a las subjetividades de la modernidad y muy probablemente hasta la fecha.
Así, podemos pensar que, el Marqués de Sade, no realizó cualquier crítica, pues fue capaz de ir a los cimientos, y en ese sentido su capacidad de reflejo se vuelve muy amplia. Su pensamiento es mucho más que una crítica a determinados personajes surgidos de las ruinas entre el viejo mundo en llamas y el mundo revolucionario en pleno nacimiento.
Como lo señaló Georges Bataille, a través de la afirmación del mal, de toda perversión, de la negación de los vínculos de semejanza, el Marqués de Sade encuentra, en lo más oscuro de la vida, la afirmación del gozo más demencial, en la centelleante desaparición de sí, de la propia individualidad.
Esta segunda interpretación, nos lleva a pensar que la crítica no es más que un recurso, un medio de provocación, para desplegar la propia mirada interior, capaz de transgredir los resguardos que nos alejan del reflejo de nuestras figuraciones perversas, agazapadas, ocultas. Pero, el espejo no es el fin. Las figuraciones no son portadoras de ningún imperativo, son apenas los signos de un movimiento vertiginoso, la afirmación de la nada por la que se desata lo más oscuro de la naturaleza como movimiento de disolución.
Mediante sus personajes, Sade encarna, magnificando o sobredimensionando, la forma de cierto tipo de sensibilidad. Sensibilidad más cercana a la realidad mítica y, en ese sentido, reveladora de los umbrales entre lo conocido y lo desconocido que se articulan con lo permitido y lo prohibido, que, como señaló Foucault, cabe entender con relación a la producción de los dispositivos de poder que van desde las viejas formas de poder atribuidas a un soberano, los dispositivos de saber eclesiásticos y los dispositivos de poder de los estados nacientes.
Más aún, a través de la literatura, Sade describe un movimiento de deseo articulado con la lógica de la negación; como negación propia de la naturaleza. Es la naturaleza, nos dice, la que puso en nosotros el placer, el interés propio como aquello por lo que, necesariamente, nos guiamos en la búsqueda de felicidad.
En obras como Justine, lo primero que Sade describe, respecto del vínculo con otros seres humanos, es la negación de la semejanza, fundada en la afirmación de la más absoluta soledad del hombre en sí mismo.
En dicha obra presupone un principio de aislamiento, sin el cual su filosofía resultaría incomprensible. Ya que, para Sade, el exceso de la voluptuosidad, que coloca por encima de cualquier otro tipo de felicidad, solo puede acontecer por medio de la destrucción de cualquier “lazo que lo vincule con sus semejantes” (Bataille, 2004, pág. 107-108).
Así, lo que Sade afirma, mediante sus personajes, es que:
“la naturaleza nos hace nacer solos, no hay ninguna clase de relación entre un hombre y otro. La única regla de conducta es, por lo tanto, preferir todo lo que me produce felicidad y no considerar para nada todo lo malo que mi preferencia pueda ocasionarle a otro. El mayor dolor de los otros siempre cuenta menos que mi placer. No importa si debo adquirir el más mínimo goce mediante un cúmulo de fechorías, puesto que el goce me deleita, está en mí, mientras que el efecto de mi crimen no me afecta, es exterior a mi”(Bataille, 2004, pág. 107).
Bataille escribe acerca del pensamiento de Sade: La literatura de Sade se sostiene en una premisa fácilmente desmontable: la del individuo absolutamente aislado (Bataille, 2004, pág. 108). Sin embargo, esto no implica que deje de ser revelador, y lo es, de varias maneras.
Primero, Sade no está describiendo una serie de conductas a seguir, o, unas normas puntuales dictadas por la naturaleza, ya que lo propio de la naturaleza, según esta lógica, es tan sólo el movimiento vertiginoso de la negación, de la muerte que hace posible la vida. Es decir, “la naturaleza nos hizo nacer solos y puso el placer en nosotros”, más no impuso unas reglas de como conducirnos, puesto que no hay nada positivo en la naturaleza. El placer tan solo señala la prioridad del interés egoísta como negación fundamental de los lazos de semejanza. (Silvestri L. 2021)
Sin embargo, la moral que describe mediante sus personajes está ligada a la moral predominante de su tiempo. Se trata de un tipo de individualismo rampante, corrompido desde la raíz debido a su deseo por el poder, por adueñarse del poder entendido como dominio permanente de unos seres por encima de otros; guiados por la imposición de la ley de los más fuertes; lo que, dadas las condiciones cambiantes de su cultura señala a los que se atreven a despojar, tomando por la fuerza o mediante engaños, y, por encima de quien sea, el poder, entendido como riqueza, como sometimiento, como ejercicio de crueldad. (Silvestri L. 2021)
Bataille expone cómo en nuestra cultura, solemos confundir la felicidad, “con los recursos que la hacen posible” (Bataille, 2004, pág. 87), con los objetos que suponemos son su causa, pero, que todo esto, siendo del orden de la adquisición, se encuentra del lado del trabajo, de la utilidad y de la sociabilidad, mientras que la felicidad es, en realidad, del orden del gasto, del gasto de un exceso de energía, del derroche de ese excedente, del dispendio que a su vez liga a la felicidad con la angustia. El descanso, el consumo, la voluptuosidad son formas de gasto, de derroche de la propia energía. Sade entiende esto, pues lo que hace es imaginar las formas más dispendiosas, inútiles e imposibles de gasto, a través de escenarios que nos sacan, o que nos llevan al límite de lo humano (Bataille, 2004, Pág. 110) y, en esa medida, alcanza, en tanto recurso literario, a esa intuición profunda del deseo en la voluptuosidad excesiva capaz de afirmase más allá de los objetos a los que se liga, es decir cómo movimiento soberano.
Más ¿cómo pensar la soberanía? Sade plantea que la naturaleza dispuso que lo más importante para cada individuo fuera su placer; Sin embargo, el personaje que le interesa construir a Sade se opone a los sentidos del hombre común y sus placeres, los cuales califica de serviles y de reactivos. Fundado en la debilidad, el hombre común determina sus acciones mediando las consideraciones que lo vinculan a sus semejantes. El hombre común se engaña creyéndose altruista, cuando, en realidad no hace más que protegerse a sí mismo, es decir hace el bien no por el bien en sí, sino para evitar un posible daño; engañándose también al creer que convive entre iguales. Así, el individuo cede sus fuerzas a los sentimientos, los ideales de bondad, de servicio, de temor, que lo ligan a otros en los que cree apoyarse. Sin embargo, no se da cuenta de que esos sentimientos son los que los vuelven débiles y reactivos a todos, al ser depositarios de sus fuerzas; los sentimientos son como hipotecas que consumen las energías más potentes, y que, el individuo, al liberarse de los vínculos que lo atan, al liberarse de los sentimientos se recuperaría una cantidad inmensa de energía que lo elevaría soberanamente (Bataille, 2004, Pág. 112).
Los personajes que construye Sade buscan volverse desinteresados respecto de los pequeños placeres, insensibles de los lazos de semejanza, para liberar la fuerza de los sentimientos, a su vez, contener su impulso, para liberar una gran cantidad de energía oscura que sería desencadenamiento de la ferocidad, de la animalidad.
“No se contenta con el crimen para obtener placer”, sino que quiere afirmar el crimen por encima de toda sensibilidad, por encima de todo impulso; llevando los sentidos al máximo de la apatía para hacer implosionar una energía que llevaría a la propia alma a identificarse con el movimiento más profundo de la naturaleza, que es el mismo que se oculta en toda razón: la negación absoluta, identificándola con “la destrucción total” (Bataille, 2004, pág. 112).
Continuando sobre la misma línea, Bataille añade:
“Todos esos grandes libertinos que sólo viven para el placer, no son grandes sino porque han aniquilado en ellos toda capacidad de placer. Por tal motivo se entregan a espantosas anomalías, de otro modo les bastaría con la mediocridad de las voluptuosidades normales. Pero se han hecho insensibles: pretenden gozar de su insensibilidad, de esa sensibilidad negada” (Bataille, 2004, Pág.113)
El hombre común, excluye de sí, huye con horror del instante de soberanía, que Sade asimila con un movimiento de negación propio de la naturaleza. Por esto, no se trata de guiarse por una verdad positiva de naturaleza o del universo, más que como movimiento de negación. (Bataille, 2004, pág. 116)
“Ha sido la naturaleza la que ha puesto en nosotros los instintos que se subsumen al placer como forma de la negación de unos por otros. Naturaleza impersonal que no establece diferencias entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso. La razón está dispuesta para necesariamente buscar procurar su propio interés, y en un mundo lleno de corrupción y caos, esto sería inclinarse del lado de los que toman, de los que mandan y someten negando al semejante.”
La premisa del aislamiento absoluto sobre la que se apoya Sade lo lleva a postular que, para convertirse en soberano, un hombre debe reducir a cosa (cosificar) a todos los demás que lo atan a la servidumbre (Bataille, 2004, pág.109)
El sujeto de placer de Sade, guiado por la razón en busca del mayor placer, no se deja llevar por sus pasiones, ni por un sentimiento de lujuria, pues de ese modo se perdería lo más intenso del placer: una acumulación de energía que ha de contenerse. Sade lleva la búsqueda de placer más allá del interés del momento fugaz; del placer en conciliación con el campo de la utilidad y de la salud.
El ser soberano ha de separar la intensidad del placer del objeto del cual se sirve para obtenerlo, y para ello deberá hacer uso de una razón fría, meticulosa hasta el punto de la apatía y el desinterés, es decir, ha de desensibilizarse de los otros y en esa misma medida, exacerbar y exasperar una cantidad de fuerza dentro de sí, que le rebase y desencadene lo atroz en sí, liberándolo de la servidumbre (Bataille, 2004, pág. 112).
Así, lo que resulta no es la afirmación del individuo, el individuo es llevado al límite de sí, a un límite absoluto del que no podrá recobrarse por entero, límite, nos dice, “por el que traiciona a la humanidad, por lo que no deja de traicionarse a sí mismo”, es decir, de negarse liberando lo más obscuro del deseo como límite de la razón y de todo pensamiento (Bataille, 2004, pág. 114).
Lo más intenso, para Sade, no está en la sensibilidad de placer, sino, en el gozo de la desaparición de sí por el erotismo y, por esto mismo inseparable de la vivencia de horror.
Lo que se plantea es un límite absoluto al pensamiento, más no un límite exterior a él, sino un límite interior pues constituye el límite al que tiende el deseo, limite como negación de ser. Así, lo que se afirma no es la positividad del deseo sino el deseo como negación de ser, por lo tanto, limite que funda la posibilidad de ser como una herida abierta de la noche estrellada, infinitamente oscura, sin nada, sin consuelo. Deseo como movimiento perpetuo hacia la muerte (Bataille, 2004, págs. 115-116).
Georges Bataille escribe: Lo que Sade muestra es que la sexualidad es habitada por fuerzas que resultan absolutamente inconciliables con el campo de la sociabilidad, la utilidad y el trabajo. Más, su secreto, que se nos escapa a la luz del día, determina la fuente que moviliza a la sociabilidad. Y así, la voluptuosidad es producto del intercambio entre los momentos de ahorro, de adquisición y el instante del gasto del exceso de energía. Siendo Sade, dice Bataille, el representante del gasto más dispendioso que se pueda imaginar.
Sade, “supo que su propia vida era y no podía ser más que un diálogo que opone lo posible y lo imposible. Se conoce a sí mismo. Le fue dado un interminable silencio para conocerse.” (Bataille, 2004, pág. 270)
“Cuán difícil es darles un sentido claro a tantas exigencias profundas, dónde la destrucción requiere la tranquilidad previa, donde la tranquilidad sin embargo no aparece nunca, sino con miras a ser destruida de inmediato. Ciertamente es difícil … pues nada es más contrario al ritmo habitual de la vida, pero es importante si la irresistible seducción de placer, que cuando es menor nos parece vil, sin embargo, se acerca al valor de su sentido profundo cuando ya no se liga a la ventaja egoísta; y el valor depende tanto del aniquilamiento del ser como del ser. Dicho de otro modo, el ser no está dado completamente en sí mismo, mediante la plenitud y la generosidad del placer, sino cuando abandona lo posible por lo imposible, en la despreocupación. (Bataille, 2004, Pág. 271)
En un extremo, Sade imagina un personaje que, más allá del interés por procurar su propia individualidad busca perderse con el universo que se niega (Bataille, 2004, pág.114), embriagado de gozo como movimiento de aniquilamiento soberano, que no podría manifestarse más que como instante; pero que lo hace libre y despreocupado tanto de si infringe, como de si resulta sujeto al que infringen dolor.
Finalmente, en palabras de Bataille (2004):
“Sade no es solamente un hombre excepcional … es también un pensamiento, si no de un pueblo, sí de una multitud y fue más o menos el mismo pensamiento que hacia la misma época inspiró la música de Mozart” (Bataille, 2004, pág. 267)
En la interpretación de Foucault (2011), encontramos que, el pensamiento de Sade se encuentra en la transición entre el viejo régimen de poder monárquico, y el movimiento revolucionario en favor de un Estado parlamentario. Así, su filosofía se encuentra lejos de la analítica de la sexualidad que dominara el siglo XVIII y XIX y más cerca de la simbólica de la sangre del viejo mundo.
“Sade y los primeros eugenistas son contemporáneos de ese tránsito de la “sanguinidad” a la “sexualidad”. Pero mientras los primeros sueños de perfeccionamiento de la especie llevan todo el problema de la sangre a una gestión del sexo muy coercitiva … mientras la nueva idea de la raza tiende a borrar las particularidades aristócratas de la sangre para no retener sino los rasgos controlables del sexo. Sade sitúa el análisis exhaustivo del sexo en los mecanismos exasperados del antiguo poder de soberanía y bajo los viejos prestigios de la sangre… La sangre corre a todo lo largo del placer…En Sade, el sexo carece de norma, de regla intrínseca que podría formularse a partir de su propia naturaleza; pero está sometida a la ley ilimitada de un poder que no conoce sino la suya propia. Si le ocurre imponerse por juego, el orden de las progresiones cuidadosamente disciplinadas en jornadas sucesivas, tal ejercicio lo conduce a no ser más que el punto puro de una soberanía única y desnuda: derecho ilimitado de la monstruosidad todo poderosa” (Foucault, 2011, págs. 138-139).
La literatura de Sade puede guiarnos hacia las intuiciones más variadas y ricas. Cabe explorar una interpretación que, siendo de las menos afortunadas la acercaría al pensamiento eugenista y racista modernos.
Como medio literario, Sade hace uso de todo tipo de recursos excesivos para hacer visible un movimiento propio de la sensibilidad del deseo. Si bien, lo sagrado es lo que plantea lo absolutamente imposible para el pensamiento discursivo, lo imposible, es planteado por Sade, tan sólo desde el sentido de aniquilamiento, siendo el aniquilamiento, lo que la razón de Sade fijó como principio de la voluptuosidad, que, por otro lado, no deja de ser cercana al misticismo de todos los tiempos.
Sade eleva lo profano hasta los límites de lo sagrado, pero no lo hace para sacralizar a lo profano, sino para profanar a lo sagrado. Sin embargo, a la luz de su juego, moviliza los límites que anteriormente separaban a lo sagrado de lo profano. De primera instancia pareciera que lo sagrado queda sólo desvirtuado, absorbido por la lógica de la negación, pero lo que Bataille muestra, es que, dentro del mismo movimiento de la negación, y esto es fácil de pasar de largo, con el que se profana lo sagrado, lo sagrado también es afirmado por el instante de la desaparición en el aniquilamiento que es el gozo excesivo de la voluptuosidad.
De otro lado, y desde el punto de vista de las relaciones de poder, es posible hacer otra lectura:
Lo profano es supuestamente, dominado por la lógica individualista a la deriva de la ley del propio interés, por lo que prima la ley de los más fuertes, según dominios de poder que tienden a enfrentarse a muerte. Dominios movidos por una ley, de la que no subsiste más que la lógica de la negación de los otros; ley con la que encuentra y justifica el vínculo entre el placer y la crueldad, que ya son parte de los acontecimientos y estallidos revolucionarios de su tiempo.
Pensamos que estos estallidos de voluptuosidad, más que desbordantes, resultan desquiciantes; producto de una profunda implosión de fuerzas reactivas, capaz de abstraer al ser de lo sensible, en función de un sujeto que se ha vuelto voraz. Y esto es así, en tanto la razón dominante busca someter absolutamente al ser de lo sensible y al fluir de la vida bajo su total dominio. Es así como la sensibilidad se vuelve vorazmente insaciable. Es la razón quien somete al ser de lo sensible a la lógica de la negación, hasta el punto de abatir sobre sí toda sensibilidad bajo la forma de la indolencia. El cuerpo queda, así, vacío, produciéndose un hambre exasperada que vuelve a otros, presa de los cuales servirse y tomar su poder infinitamente.
La sensibilidad se vuelve una forma de embriagarse al devorar a los otros, pero al devorarlos, tan solo acrecentará su hambre, en su aislamiento.
Acrecentando el sentimiento de estar aislado, crece el vacío de la propia capacidad para sentir, que es la condición del principio de soledad en Sade, pero que nos parece, más bien, el resultado de una sensibilidad despoblada, desolada, sometida al dominio de una razón tiránica. Se ha producido la ausencia de lo otro en uno mismo, como resultado de emplazar al vacío, puesto que la razón dominante obtura su lugar. Sade confunde soledad con aislamiento y con indolencia.
María Zambrano, en “El hombre y lo divino”, nos nos recuerda que no nacemos solos, y que, la soledad es un logro metafísico necesario para ganar libertad.
Pero, para Sade, queda exiliada la posibilidad de hacer un vacío en sí mismo para dar cabida a otro, en tanto, radicalmente otro, es decir libre. La negación ha sido sustancializada y lanzada por fuera, invisibilizado el proceso en que se funda.
Sea para oír, o, para sentir a otro en uno mismo, es necesario abrir un vacío que vuelve al tacto, al oído verdaderamente receptivos. Pero desde la lógica de Sade, el principio de aislamiento le impide afirmar un vacío como apertura de sí, como porosidad permeable de toda carne que puede afirmar lo más rico de la sensibilidad despierta, por donde se derraman los bordes intensivos de la piel en el amor, en el encuentro con lo otro y con los otros.
La indolencia producida es el medio para reducir a los otros a cosas de las que puede servirse de alimento; despertando la llama de la crueldad, haciendo crecer la escala de la depravación. Pues de lo que se trata es de negar, obstaculizar, someter a otro devorando sus fuerzas. Régimen en favor de la muerte que invisibiliza las fuerzas de vida, o, que asume un control absoluto sobre las fuerzas de la vida.
“El racismo se forma en este punto (el racismo en su forma moderna, estatal, biológizante): toda una política de población, de la familia, del matrimonio, de la educación, de la jerarquización social y de la propiedad, y una larga serie de intervenciones permanentes a nivel del cuerpo, las conductas, la salud y la vida cotidiana recibieron entonces su color y su justificación de la preocupación mítica por proteger la pureza de sangre y de hacer triunfar a la raza. El racismo fue sin duda una combinación… de las fantasías de la sangre con los paroxismos de un poder disciplinario.” (Foucault, 2011, pág. 139-140)
Más, ¿Qué pasaría si en vez de afirmar el más absoluto aislamiento que conduce a la indolencia, se afirmara la singularidad de lo sensible, y de lo sensible de lo otro en uno, hasta los umbrales de la afirmación soberana de sí?
Abrir a la sensibilidad, abrir a tantas interpretaciones como sea posible, pero no en el vacío de una blanca pared, los muros de la indolencia. La razón dominante urde un mundo donde los sentidos parecieran enterrados bajo el peso de la lógica de sus equivalencias; invisibilizando la desnudez que ha de dar a luz desde la singularidad de la carne que todavía no conoce su sentido, puesto que no preexiste del todo.
¿Qué pasaría si la afirmación de las fuerzas de deseo llevadas hasta los umbrales del aniquilamiento fueran también la apertura a las fuerzas de vida más potentes y activas? ¿Y, si como sugiere Bataille lo que se afirma en la muerte también es la vida? Se supuso que lo peor de lo humano se encuentra de ese otro lado maldito, impotente, clausurado o patéticamente perverso, pero, y si... no solo... estuviera lo peor. Y si lo mejor está siendo exiliado, asesinado antes siquiera de haber bien nacido.
Ha sido pensado el poder, como el ejercicio de una influencia o de un sometimiento de unos seres sobre otros seres, lo que en sí mismo, no supone una identificación del poder con el mal. Pero el poder es también el ejercicio de la fuerza sobre sí misma, que habría que rastrear desde la propia materialidad, el devenir entre cuerpos, entre materias, entre diferentes registros o memorias del propio cuerpo, entre distintos modos de interpretación que tejen nuestros sentidos.
Sin embargo, existe una tendencia que concibe a la vida, sin más que con relación al dominio de poder que la cualifica para hacer de ella el objeto de su dominio, pero, del cual surge como el objeto de ese dominio, confundiendo, a veces, los medios de interpretación y los límites que dicha interpretación plantea desde sus cimientos, con la vida. Tendencia de reducirlo todo a su aspecto discursivo, asimilable, manejable.
En ese sentido volvemos a la pregunta, formulada por Deleuze, Foucault y muchos más, de cómo escapar a las formas de sujeción más duras que contienen en sí una cierta sentencia de muerte para la vida en el acto mismo de vivir.
¿Qué legitima el poder? pensando en lo que dice Bataille, el ejercicio de poder se podría concebir a la luz de la singularidad, luego entonces, el ejercicio de poder no necesita ser legitimado por otro (Bataille, 2001, pág 32) cuando emerge de ese límite: inmanencia de la propia muerte que atraviesa nuestra vida llevándonos al límite de nuestros resguardos, lo que nos permitiría dar cuenta de su existencia; Cuando no intentamos obturar los vacíos que crean las distancias necesarias para ser libres. Vacíos que permiten fluyan las sentencias que como anzuelos se hunden en la carne para fijar a los sentidos, tanto como a los sentimientos con los que hemos habituado la vida. Y, siguiendo a María Zambrano (2012) cuando ver es ver a otro, y, simultáneamente saberse visto por otro que es, radicalmente otro, bajo la luz de la singularidad, irreductible del dominio de la semejanza. Cuando esta existencia se mira como la posibilidad única de encuentros que no podemos dar por dados, sino, en la medida que también los estamos creando y responder al llamado de creación (Zambrano 2012). Cuando la espera se sabe cercana del absurdo, del sinsentido y no por eso huir de estar vivo, realmente vivo. Cuando la apuesta de vida excede los sentidos de conservación de las propias identidades endurecidas o en extremo fluidas, (es decir inconscientes); como afirmación de cuidar y procurar la vida, y de procurar las condiciones que posibilita nuestras vidas en esta tierra.
Si nuestras fuerzas son cooptadas por la lógica de la negación, de la castración, de la totalización de la perspectiva de los simulacros etc. nos parecería como si ya no pudiéramos ser poseídos por un vértigo imposible, por un instante de soberanía imposible. De afirmar las fuerzas de destrucción, también, como fuerzas de amor y de creación.
Soberanía, que se refiere a cómo la vida se vuelve palabra y la palabra se torna viva, en la medida en que el argumento propio también alcance ese umbral intensivo de la palabra que mueve, sacude, corporeice, desate, pliegue y despliegue realidad sin pretender agotar su misterio.
Bataille muestra cómo la lujuria es reveladora de la cercanía entre la vida y la muerte. De cómo, en vida morimos y renacemos más de una vez. Misterios pues, existen los nacimientos fallidos y la desesperación de quien ya no puede morir embelesado o poseído por el personaje de un drama, una novela, o, de una historia de autor desconocido.
Morimos y renacemos al amar. Pero al nacer, nacemos ciegos. Y cuando apresuramos a llenar los vacíos, queriendo silenciar lo innombrable, apropiarnos, adueñarnos fácilmente caemos presa de la fatalidad.
Y.... Si tomáramos en serio aquello de que en el principio es la palabra; que nacemos a cada instante a través de la palabra, que vivimos y morimos con ella y en ella; que nos desnudamos las almas a través de ella... de que nos contenemos, creando muros, casas y puertas que habitamos por instantes. De que viajamos a través de ella para inventar y transgredir nuestros amores; Campos y ciudades también.
Despertar, así, nuestras raíces; liberar al cuerpo de las memorias como nudos y enredaderas entre semejantes, donde nada podría ser excedido, sino por lo excesivo de la lujuria, la voracidad, el gozo que desanuda las vestimentas del habitual pensamiento, invitándolo a bailar sin culpas, su imposible desnudez, destello demencial capaz de despertar la más vívida cordura; oscuridad de ser amante tierra. Diluyente oscuridad, que crece en la medida que disuelve.
Desciende certera la luz del día, y, la luz oscura que alumbra de noche nuestra tierra, madre de todos nuestros sentidos.
Bibliografía
Silvestri, L. https://youtu.be/oSeSv1vJl0U?si=E8izqZnSoJAVqGXF
Bataille, G. (2004) La felicidad, el erotismo y la literatura. Argentina: Adriana Hidalgo editora
Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad volumen I.. México: Siglo XXI.
Foucault, M. (1963). Prefacio a la Transgresión. Critique n° 195-196, 751-769. Obtenido de https://grupomartesweb.com.ar/textos/1834941870/foucault-michel-prefacio-a-la-transgresión
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