De la angustia a través de los masajes
Si navego en dirección de las trazas sensibles de la angustia, aparece un vibrar expansivo de olas rítmicas que traspasan la piel desde su centro, un devenir del plexo solar y un tambor batiente de ritmos oscilantes de picos altos y duros; oleaje de hondas y profundas crestas de espuma afilada que corta hasta la superficie temblorosa de mis músculos de corazón acelerado. Lo demás, son reacciones al llamado de la angustia: Enconcharse como caracola, el vientre endurecido, el cansancio, las obsesiones y la reacción asmática como intentos fallidos de huida y de respuesta.
Un buen analista diría que han fallado los mecanismos de represión, y, sí, tendría que decir que fallaron. Así, la angustia encadenaba como tirada de fichas con una afectación pulmonar.
Sin duda la angustia deviene signo, muy distinto del miedo. Pues a diferencia del miedo, la angustia, en tanto signo “abre a lo indefinido del frenesí de la imaginación y la memoria”. Pero, por esto mismo, emerge como posibilidad de abrir a la percepción a ver de modos distintos nuestra realidad. Irrupción de tambor batiente que, a veces no se liga a santo, signo, ni seña, y puede permanecer batiente e incansable como nudo que ni se detiene ni avanza, como el golpeteo implacable e inmóvil que saliera de un sueño anunciando lo desconocido y el terror.
Más, ¿Qué sería de su deriva si no opongo resistencia alguna, ni me obstino con hacerle hablar? Cazar el instante, las condiciones propicias para descender a lo desconocido y sagrado del cuerpo. Seguir su llamado que anuncia el límite de mi lenguaje. Movimiento de ser angustia, a la espera de su despliegue. Movimiento al límite del propio conocimiento.
Las resistencias van cediendo, liberando a un gozo profundo; no porque la angustia se vuelva algo agradable (sensación que abre a la transgresión de una intimidad que irrumpe al par desconocida y amenazante capaz de sacudir al cuerpo) sino por el instante por el que emerge la certeza de ser, de ser angustia entre una multiplicidad de fuerzas permeables.
Despliegue y producción de saber de una herida viva, que vive en tanto memoria y contemplación; que duele en tanto saber obturado, cerrado, nucleado. Que insiste por el instante de su despliegue y manifestación vibrante que es el ser, inaprensible. Que aquello indiferenciado que emergía de las profundidades, es también efecto de no zambullirse y silenciarse. En ese sentido, la angustia me parece el umbral de una pregunta liberada de las restricciones de lo que tenía por supuesto. No sólo de la angustia, más de lo que creía que era capaz mi cuerpo, entre cuerpos y fuerzas propicias. Y no porque uno, en tanto sujeto haga algo, sino por el despliegue de una sabiduría sintiente entre cuerpos, y la tierra. Memorias entre cuerpos por las que abren sentires imposibles que en tal o cual umbral y según un devenir entre distintas fuerzas relajan profundamente el vientre y en mi caso desinflaman los alvéolos de los pulmones. Umbral en que imagen y movimiento, pregunta y movimiento, gesto y movimiento, silencio y apertura de fuerzas entre seres, se vuelven una tirada de suerte entre múltiples fuerzas entretejiendo y produciendo realidad.
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