Cualquier emoción en su aspecto más puro es una
multiplicidad intensiva y un despliegue de resistencias variables, velocidades,
tensiones y ritmos que devienen signos, y, en el mejor de los casos, signo estratégico. ¿Cómo una emoción se vuelve visible? ¿Qué signos conforman
nuestras reacciones y acciones frente a las mismas?
El miedo, como cualquier emoción es altamente contagioso, se cuela por las ventanas y las puertas de resonancia que son los cuerpos. El cuerpo grita el miedo; miedo que alerta, agita, acelera, sacude; miedo, qué como señal de peligro, ha sido moldeado, modulado estratégicamente para manipular las reacciones de grandes poblaciones. Y que resulta aún más eficaz en la medida en que los individuos nos encontramos más aislados, más atomizados. Así, ha sido más fácil interiorizar la idea de que todo potencial peligro es, tan sólo, un intruso del que habría que defenderse. El peligro acecha bajo el aspecto visible de la enfermedad, el crimen, el robo. Amenazas que acechan desde el exterior; como una presencia enemiga, extranjera. Amenazas que, ¿sólo la medicina, la policía, el gobierno podría aislar y suprimir?
El hecho de entender a las
enfermedades como algo sólo exterior a uno mismo, como una entidad que no
guarda relación con las formas de comprensión con las que las abordamos, es parte
de la razón, de que virus, hongos y bacterias se tornen cada vez más
resistentes, mientras que los cuerpos se vuelven, cada vez, más débiles y
dependientes de todo tipo de medicamentos.
Olvidamos que la medicina alópata es sólo un modo de
enfocar la salud y la enfermedad. Más, podemos hacer uso de una multiplicidad
de perspectivas. Pues una perspectiva ve todo lo que puede ver, enuncia todo lo
que puede enunciar y, dentro de esos parámetros, lo que mira es real. Lo
es, y es todo lo real que puede ser, pesa, gravita, pero más que eso:
manifiesta sus efectos corporizantes, efectúa cursos del ser enfermo. Son
efectos de poder, de relaciones de poder, de voluntades de verdad, antes que
señalar la infalible verdad de una realidad acabada.
Así, cambiar de perspectiva, experimentar otros
sentidos de lo enfermo, experimentar otras prácticas, para abrir los umbrales
de lo visible capaz de construir otra experiencia del cuerpo.
Imagina, vida de juego infinito, vida cosmizante que
danza los ritmos vivos de la tierra, capaz de crear; de ser sintiente. Imagina
tu vida posible en la medida que ese infinito vive y, vive en ti. Imagina, cada
ser vivo a partir de un mar de flujos sintientes que se “tocan”, creando modos
de afectación, entre voluntades de poder, de deseo, en constante cambio y movimiento. ¿Cómo
fluye así el miedo? Pues, no se trataría de la propia vida como
sacrificio en aras de un orden mayor, de una generalidad. Lo que se vuelve
posible es un devenir del miedo, su singularidad; de seguir su movimiento vivo
y expresivo, ahí, donde en realidad se concentra, en los cuerpos, en cada
cuerpo, por ejemplo, el estómago; sentir y seguir sus efectos, seguirlos hasta
alcanzar la tierra que lo llama, procurar su multiplicidad, siendo un ritmo más
de lo vivo, de lo que emerge como parte del mundo, pero también, de un cosmos
desbordante irreductible al sentido de totalidad abstracta. En el miedo también
habita todo lo visible, pues, antes de ser codificado entre barrotes y formas
de sumisión, su condición de posibilidad, como la de todo lo perceptible y todo
lo sensible es: el ser-luz que es la vida. Entre las múltiples
fuerzas del sol y de la tierra, es la luz condición de lo visible. El miedo
emerge torrente, mar agitado, vibrante fuerza entre fuerzas; fuerzas
divinizadas y demonizadas. Antes que señalar una realidad objetiva o subjetiva,
abre a un campo de problematización intensivo como registros del cuerpo o
despliegue de ser de lo sensible y, por tanto, a la multiplicidad que
habita; experiencia corporizante y corporizable, pues, no hay que
confundir lo que nos afecta, ya sea emergiendo de las profundidades o
superficies variables, con las formas como uno se afecta a sí mismo. Así, el
miedo que no se deje capturar ni centralizar por ajenos intereses de política y
de mercado, que no se atrape por el sólo campo de visibilidad que es la
medicina alópata, lo que no quiere decir ignorar o subestimar dichos sentidos
de la medicina, pues, también habita y conforma el devenir de nuestras
existencias. Más, el miedo que no fija su sentido entre parcelas y discursos
manipulados deviene poder del cuerpo. Y, ¿qué puede el miedo liberado de
culpas, de miserias y preocupaciones?
El miedo: puede intensificar al ser de lo
sensible en resonancia con la vida de esta tierra, movimiento que, aún
si desborda y hace temblar, obliga a responder a las memorias
del cuerpo, pone a trabajar al sistema inmune; puede desinflamar los alveolos
de los pulmones enfermos. Así, algunos
masajes tienen el sentido de hacer del miedo y de cualquier emoción y sentimiento
un proceso aliado. Los medicamentos homeopáticos también ayudan al cuerpo a
sentir y a reaccionar a movimientos profundos apenas perceptibles, que ayudan
al cuerpo a trazar sus líneas de fuga de aquellos sentidos con los que se
han fijado los modos de ser más reactivos de nuestras fuerzas. Ayudan a que el
cuerpo responda y se cure, mediante el uso de sus propias fuerzas. Pues sin
fuerzas activas y a favor de la propia vida, ¿Cómo responder a los peligros que
amenazan? Pero también, ¿Cómo decir? ¡Basta! ¿Qué otros caminos? ¿De qué otras
formas pueden circular las materias, los afectos, la violencia, el poder, el
tiempo?
Con la mirada de la acupuntura podemos rastrear el
pulso de lo que nos enferma, de su efecto en los diferentes órganos del cuerpo,
entre reacciones musculares, tensiones, formas de respirar, modos de ser de
nuestros sentimientos y emociones y formas de pensar. Desplegar también,
nuestra imaginación simbólica que abre y construye causes. Entre masajes y el uso creativo de nuestra imaginación:
el sentido de devenir ciénaga fangosa, pudiera ser signo intensivo del estado
de nuestro sistema linfático, a su vez, de un cierto sentido de estancamiento y
lentitud del ánimo. Presionando los meridianos que señala la medicina
tradicional china, ayudamos en el proceso de drenado que, ayudan al cuerpo a
intensificar los sentidos de ser tierra viva, que circula, transforma y nutre;
sentidos de gobierno de sí.
El cuerpo, nos dice el
tao, puede devenir caldero, fogón que pone en circulación a las fuerzas
que nos habitan y transforman para que no se fije su potencial peligro:
debilitarnos, sumirnos en la congoja y la preocupación
de significaciones dominantes. El miedo es eso y más, su devenir va
abriendo a otras voces, a distintos ritmos cosmizantes. No hay signo del que no
podamos desplegar una multiplicidad que es la multiplicidad de las memorias del
cuerpo. No se trata de sugerir fórmulas, ni recetas, más sí del devenir
estratégicos, a desplegar diferentes sentidos frente a aquello que tememos, de
lo que cada ser quiera experimentar para restar poder a esas fuerzas fijas en
su reactividad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario