Los celos son un sentimiento que constriñe a quienes los padecen. Antiguamente, la palabra remitía a una ardiente pasión, un sentimiento de fervor y esmero. Al parecer, su sentido no connotaba, necesariamente, posesividad. Sentido que se impuso con el pasar del tiempo y que, tejido desde las sombras enhebraría a una mirada vigilante.
Los celos vigilantes, hilvanados desde la tristeza, descienden al modo de un frío humedal que puede devenir pantanoso. Pero si responden más a la rabia, se produce una sensibilidad ardiente que al tiempo que quema, consume. Y vividos con humillación pueden resultar enloquecedores. Pero todo esto es posible solo y solo cuando son experimentados pasivamente, reactivamente.
Mediante la literatura podemos ser testigos cómo estos celos, aliados con la rabia, pueden llegar a ser asesinos.
En la película mexicana “Él”, vemos a Arturo de Córdova protagonizar a un personaje posesivo hasta el exceso de la rabia y el delirio. Rabia que responde a un sentimiento más profundo: el temor de perder a quien nuestro protagonista cree poseer exclusivamente. Temor que, a su vez, hace crecer su rabia: “preferible su ruina, o su muerte, antes que perder por el robo de una traición".
Es común escuchar que, en nuestras sociedades, los celos, cuando no llegan a expresar estos extremos, están bastante normalizados, pues, se los interpreta como signo de amor. Sin embargo, “los celos están profundamente ligados con la manera en que circula el sentido de propiedad, de poder, de competitividad, de control y de deseo; de cómo, a estos, se los concibe en nuestras sociedades.”
Los celos surgen de un sentimiento de posesión a la vez que se niega la sola idea, frente al dolor de perder a quien amamos, que tiene como uno de sus efectos el ejercicio de control, o, dominio sobre el deseo y la valoración de otros.
Discursivamente, los celos están determinados por cierto sentido de apropiación y privación. Y pensadores como David Cooper muestran una estructura todavía más escondida, una unidad simbiótica, en aquellas personas en quienes los celos son una constante. Unidad cerrada que no soporta la llegada de un tercero, a quien el celoso se imagina de presencia amenazante. Pero ¿en qué consiste la amenaza?
Quien queda atrapado por los celos, es debido a que no se concibe a sí mismo separado de aquel a quien cela. Pero esta negación de separación es algo más que la idea de perder a aquel, de quien se cree ser dueño; oculta, cómo dicha unidad simbiótica “ha servido de soporte de múltiples proyecciones que al derribarse, exponen al celoso con su propio sentimiento de posesión, el propio temor a la indigencia, al sentimiento de falta, de insuficiencia, de nada...”
“Eres en mí, (o, eres de mi propiedad en función de mi seguridad) tal como yo soy en ti suficiente”. Esto sería al modo de una pareja celosa. Lo que en los hechos se traduce como: “deberías ser tal como te pienso, en función de mi seguridad”. Se entiende que, tal sentimiento de “unidad” no da cuenta del ensimismado espejo de quien espera ser soporte de “otro”, a quien no concibe ser desde su propio e irreductible pensamiento.
Así, en un sentido más profundo, los celos, como la envidia, surgen entre sombras, diría Maria Zambrano. Bajo la tenue luz, de las tinieblas que resultan de la figuración de semejanza.
Citando a María Zambrano: “Frente a la visión del mundo exterior, creemos vivir dentro de unos límites, por los que nos sentimos defendidos; pero, frente a la visión del semejante, nos sentimos al descubierto, como inmersos en un medio homogéneo de donde emergemos a la vez” (Zambrano, pág. 285). De esa interioridad, de donde surge el sentimiento de semejanza, “sentimos unitariamente a la persona que es el prójimo y a su lugar de existencia. Y la sentimos como se siente toda realidad, por los límites con la nuestra, por su acción sobre nosotros. Pero, en lo que nosotros padece la realidad de la persona semejante, es algo mucho más profundo que lo que se siente afectado por las cosas no vivas y por las circunstancias vivas que no son nuestros semejantes; ante él nos sentimos comprometidos y en peligro; nos sentimos acrecentados o disminuidos” (Zambrano, pág. 286).
Más, el hombre que huye de sí mismo, que huye de ver, de ver dentro de sí, de padecer el dolor o el placer, no puede más que nutrirse de figuraciones producidas como fantasmas. Si huye de su más radical soledad… queda atrapado entre estos fragmentos de los que espera recibir el reflejo anhelado de sí mismo, y así, su sentido de unidad se le ha vuelto inalcanzable.
Entonces, “de la fracasada identidad de la vida humana, surge la visión fragmentaria, incompleta, de través. Es la sombra de lo que nos falta, porque se interfiere; la sombra de la unidad que nos falta y bajo ella la sombra de todo aquello determinado que tendramos a ser, sin conseguirlo…
La sombra que se entrecruza con la sombra del otro. Y aún la imagen que cada cual se crea de sí mismo, dibujada sobre la sombra de la unidad inalcanzable. El hombre proyecta su no-ser en la visión de las cosas y del hermano que viene así a ser el “otro” el “otro” de sí mismo no logrado (Zambrano, págs. 294-295).
Se entiende que este deseo de unidad, como tal, nos resulta excesivo al tiempo que se nos escapa. Pues insiste en el hombre un profundo deseo de unidad irrenunciable que, al excederlo, lo lleva a excederse a sí mismo. Es decir, tal unidad es irreductible a la consciencia construida como un búnker que excluye todo aquello que no convenga con cierta imagen de sí, imagen resguardada por una mirada vigilante que puede volverse más o menos fija y excluyente de todo aquello intolerable por incomprensible o doloroso, y todo aquello que, supuestamente, no es.
En palabras de María Zambrano, “La visión humana no es externa a la vida; y menos que de nada, del prójimo, del semejante. Le vemos dentro de nosotros mismos. Y visión es unidad del que ve, también; se ve más cuanto más cerca de ser idéntico se esté, cuanto más lograda sea la unidad del que mira. Ven claramente los ‘simples’”((Zambrano, pág. 294). Sin embargo, la identidad vuelta un búnker produce “lo uno inalcanzable” frente a “lo otro irreconciliable”; crea y solidifica sus propios infiernos.
Los celos pueden moldear una realidad interior más o menos rígida pero “fragmentada”. Más, a diferencia de la envidia, determinada por haber respondido pasivamente “a la encrucijada entre el deseo de identidad y libertad”, en los celos se trata de una pasión ardiente por poseer a “otro” que, supuestamente, nos protege de experimentar alguna desnutrida y herida condición. Condición en parte mítica, pero no por ello menos real, pues los celos devoradores, en verdad, devoran desde las entrañas, alimentándose de sí mismo, tanto como de otros que se lo permitan.
Aún más, los celos, articulados como temor ansioso, depresivo, triste o rabioso frente a la idea de una pérdida por traición, siempre se presentan como un deseo triangulado; escondiendo la proyección, dice Freud, de un deseo homosexual.
La persona celosa es quien desea, inconscientemente, a un tercero quien supone ser el objeto de deseo de su pareja amorosa, o de cualquier otra mirada bajo la cual se juzga y valora a sí mismo.
Esto es así, ya que, no es raro que el deseo y la atracción se despierten en torno a una gran gama de proyecciones que, lejos de restringirse al ámbito sexual, se ligan con la negación inconsciente de aquellos resguardos a los que hemos reducido y fijado la propia existencia, y que, originan ese tan temido sentimiento de insuficiencia de ser.
En ese sentido los celos ocultan un profundo deseo de transgresión bajo todo tipo de reacciones como el control, la rabia, la tristeza, la ansiedad.
Es así que los celos nos lleva a pensar en esa especie de interioridad proyectiva tan característica de la envidia, pero que en los celos se trataría, siempre, de una estructura de proyecciones que se desprenden de huir del sentimiento de insuficiencia de ser, que se produce al reducir, al ser que somos, a la vida, a todo tipo de resguardos fijos e inamovibles, y de la negación del deseo de transgredir esos mismos resguardos. Consciencia que puede volverse infernal, ya que la mirada celosa podría imponer su realidad, su deseo de rebajar, de humillar, de despreciar a quien se lo permita, pues será más fácil controlar a quien duda de sí mismo. Pues el celoso no quiere experimentar, ni como una posible idea, el dolor de pérdida, de traición, de humillación y de abandono.
Los celos se alimentan de la propia debilidad, así como de la debilidad de otros. Por lo que, no son en modo alguno alagadores. “Debilidad que se sostiene de las propias fuerzas vueltas en contra de sí mismo, es decir, vueltas reactivas”.
Los celos se “solidifican” en ausencia de la afirmación del propio deseo, que despierta en quien se ha atrevido a amar. Pues solo amando se producen las fuerzas necesarias para poder afirmar que nada tenemos asegurado, y que, la pedida del vínculo amoroso sí duele, sí desgarra. Que en efecto nuestros amores no son sustituibles y que cuando perdemos un determinado vínculo perdemos algo que entre ambos era singularizante.
Es decir, al no afirmar el propio deseo al amar, o amando, damos lugar a la duda, pero, a la duda reactiva. Duda constante que podemos proyectar en un drama, que bien puede culminar con su autocumplimiento. Cumplimiento de una traición negada y a la vez, deseada desde, es decir, anticipada. Como si al sentirse constreñido por los propios celos (constreñimiento de una pasión devenida duda, ansiedad, depresión, rabia, control, miseria…) se desatara la tan amenazante transgresión que no termina de afirmarse como tal, sino como drama novelesco, es decir, experimentada pasivamente.
En un mundo que prioriza a la conciencia y a la higiene mental, suele aconsejarse trabajar sobre los hábitos mentales: “no pienses en aquello que te daña”, “ sustituye unos pensamientos por otros”, “ sustituye lo negativo con lo positivo”.
Pero, tales reacciones, como los celos, responden a registros más profundos, más inconscientes que a aquel de nuestros hábitos mentales.
Los celos persisten cuando sentimos que no podemos responder plenamente, de frente, ante las propias reacciones. Especialmente a las reacciones corporales más profundas, de no ser capaz de sentir el propio padecer, el dolor al que resistimos.
Los celos se fijan al experimentarlos pasivamente, al responder pasivamente y no experimentar con el propio dolor de separación, de pérdida, de incertidumbre, de insuficiencia, de falta, de vacío, de privación, de indigencia y de nulo control sobre el deseo de alguien más…
Entonces, ¿qué nos falta? Qué unidad, que consuelo, qué fuente viva que brote entrañable.
Se entiende, que ningún “otro” podría completarnos. Quien espere “todo de otro” se verá cada vez más frustrado, más “vacío” en su ser y en torno a él, dejando de ser, el vacío en su ser, viviente, del cual huye por la angustia que lo anuncia como límite interior a sí mismo, como destrucción de sí.
Más, sabían los hombres de la antigüedad que para conocernos y para sanar, había que descender, en soledad, a los inframundos de la tierra y de nuestros cuerpos. Dejar de resistir a la nada, a ser nada. Dejar de resistir al propio vacío.
Descender a las entrañas, a las infernales entrañas, sin voz, sin luz, sin tiempo. Sentir los disonantes ritmos, la humeante ceguera, el dolor que desgarra, e imaginar. Sentir el hambre y ese ardor de los celos sin huir del fuego abrazador. Para avivar las chispas entre despojos hasta devenir fuego que consuma los cercos que constriñen, que enferman.
Nuestro cuerpo es capaz de diluir los más rígidos tejidos de control, desdibujar a ese “otro” entre fragmentos, devolviendo a la imagen de sí su abismal y desconocida profundidad.
Despejando las vivas sensaciones de lo sensible de la tierra, se diluye ese “hueco hambriento” que moldeaba a “lo otro” entre sombras. Para invocar la manifestación de “ser abismal alguien” (como lo llama María Zambrano), en complicidad, no con “los otros”, sino con “alguien abismal” de tierra fértil, para que la palabra pueda ser creadora, de la nada viviente.
Pues, del vacío fluye generosa la vida que germina de las vivientes entrañas.
Citando a María Zambrano: La nada, “la vida sin textura ni consistencia”, “resiste” a ser de la consciencia y del espíritu. El vacío “resiste” a ser llenado. Pero, son nuestras resistencias a sentir el vacío, y a sentir el gemir de nuestras propias entrañas, y la oscuridad de la tierra que encarna nuestro cuerpo y la muerte de la que es anuncio, lo que vuelve, para nosotros, infernales el devenir de nuestras fuerzas, como intolerable el presentimiento del vacío y de la nada.”
Al sentir el propio vacío los celos deviene un efecto de superficie que puede volverse fluido. Y son un padecimiento cuando se ha perdido tierra, al no sabernos ser de la tierra; lo que en los hombres occidentales implica haber decidido reducir la vida a la consciencia.
“Sabernos de la tierra nos liberaría de esta enmarañada condición de intentar llenarnos, colmarnos, satisfacernos con el deseo de otros, por medio de ejercer un control posesivo, del control que se intenta ejercer sobre otro, sobre su deseo.” (Árbol de las vidas, Bojutojú )
María Zambrano nos recuerda que, a esta pretensión de vivir solo desde la consciencia, de reducir todo saber a la claridad de la consciencia, resisten el vacío y la nada.
Nos dice, la nada y el vacío aparecen como resistencia a este afán de ser completos, solo y solo desde la consciencia.
Conciencia impasible, que se quiere lejana de cualquier padecer. Conciencia qué en su afán de absorber todo en sí, de reducir todo a sí misma, en su afán de ser acto puro, libertad sin límites: “Todo” se le ha vuelto “Nada”.
“El vivir desde la conciencia hizo el vacío en torno al hombre, fue reduciéndolo todo a ideas sostenidas en la duda. Y entre las ideas sostenidas en la conciencia, el sujeto, único ser afirmándose a sí mismo; dotándose de ser a sí mismo en un esfuerzo sin tregua. El vivir en la conciencia desembocó en vivir en el espíritu. Espíritu es libertad, acción creadora. ¿Puede el hombre instalarse totalmente en eso? Al intentarlo, una resistencia se le ha aparecido; una resistencia que no es ser, puesto que el sujeto pensante de ningún ser sabe que no sea sí mismo. Y la resistencia que no puede en modo alguno ser llamada “ser”, es nada. Más es todo; es el fondo innominado que no es idea sino sentir. Sentir… porque el hombre no es sólo “espíritu”, algo idéntico a sí mismo que no necesita apoyarse en otro… Espíritu es libertad; actualidad libre de pasividad. Y el sentir se presenta ante él recogiendo en forma infernal ese vacío hecho por su conciencia.” (Zambrano, págs.186-187)
“Cerrando a la libertad, el hombre sujeto a ser libre, encuentra que todas las cosas son nada. Más, la primera, originaria “apertura” de la vida humana a las cosas que la rodean, a las circunstancias, es padecerlas. Las cosas que no son nada son algo cuando se las padece y el propio ser, el sujeto -anulando el sentir de la nada- se yergue cuando es fiel a su doble condición de haber de sufrir al propio tiempo la cárcel de las circunstancias y su propia libertad “Somos necesariamente libres”. (Zambrano, pág. 188)
Y todo parece indicar que al destruir el hombre toda resistencia en su mente, en su alma, la nada se le revela, no en calidad de contrario del ser, de sombra de ser sino como algo sin límite dotado de actividad y que siendo la negación de todo aparece positivamente. Algo indeterminado, ambiguo, amenazador, y que al ser nombrado parece ceder. Pues sucede lo contrario de como piensan quienes no la han sentido. La nada es de ese género de “cosas” que el ser nombradas producen un alivio …
La nada se comporta como lo sagrado en el origen de nuestra historia… Lo sagrado con todos sus caracteres: hermético, ambiguo, activo, incoercible. Y, como todo lo que resiste al hombre. parece esconder una promesa.” (Zambrano, págs. 184-186)
En otras palabras, "inversamente, las cosas que no son nada, son algo cuando se las padece. Hasta el vacío, hasta la ausencia cobra el carácter positivo y se semeja a la presencia hasta convertirse en su promesa …
Y es de adentro de donde brota, de lo más hondo del hombre, de su infierno irreductible, la nada. Brota incesantemente en un fluir manso e implacable porque une sin fundirlos a los contrarios. Cede y es implacable; es la negación del ser y para quien se deje fascinar por ella, acaba siendo todo el ser en la aniquilación …
Más … la armonía de los contrarios son las nupcias en que no sólo se manifiesta lo que de positivo tenía cada contrario, sino en el que surge algo nuevo no habido; la armonía es más rica que la previa disonancia. No sustrae, sino que añade algo imprevisible”.
Toda fuerza reactiva, todo sentimiento no deseado, es el revés de un brotar más basto que al verse constreñido deja caer el peso de la fatalidad, en quienes creyéndose libres todo quieren reducir a impasible e impersonal conocimiento. Pues que la invitación es a sentir el propio vacío, a ver el propio dolor y padecer y devenir abismal del que pueda brotar más que solo palabras.