Caía la noche cálida y húmeda. Lejos de la cuidad, un arrullo de cielo abierto y estrellado penetraba la oscuridad del establo alumbrado por algunas linternas y veladoras, intensificando los ritmos de esta Isla habitada por antiguos dioses que cantan.
Cuentan que, una vez cada tanto, al completarse algún ciclo, estos dioses descienden para exceder las órbitas de los ritmos humanamente conocidos, deslizándose entre plantas, elementos y animales, abriendo musicales círculos , suaves pero intensos capaz de desenvolver los contornos sensibles de los cuerpos hasta alcanzar lo ilimitado de ser de la noche que danza. Quedando sumergida toda realidad hacia lo abierto de una hendidura sin tiempo; inquietante e inmóvil a la vez; aparición sin tiempo que hace de nuestra historia un paraje, una isla que cae en un arrullador olvido del que despiertan imposibles mitos:
Antes del principio todo es oscuridad. La tierra abriendo las puertas al paso de sueños mudos, imposibles laberintos entre mundos, desdibuja las certezas y devuelve a la piel su propiedad de amante flujo. Embriagadora contemplación, embriagadora voluntad de un impulso que danza. Inmanencia de la voluptuosidad, movimiento sin objeto, corporeidad rasgada en esa excesiva danza de deseo. Cómo seguir los pasos de esa excesiva violencia dionisíaca, amante de todas las formas imposibles. Cómo no querer su eterno nacimiento. Cómo no querer besar al olvido y acordar de todo, con todo a un tiempo, en un instante de labios suspendidos, la vida toda excesiva, amorosa.
Oscuridad eterna de la que brotan sueños.
Y, de entre visiones de ensueño, la danza de ser tierra, una vida imaginada despertando el sentido de una voluntad arrasadora, un rotundo sí a esta vida toda, a esta existencia que es también azar.
Más que humana, emanación pura, pensamiento intensivo.
Imaginar imposible abriendo la palabra de una oscuridad eterna; de noche que encara afirmando el anzuelo de deseo imposible, de entrañable contradicción, de terrible ausencia de pregunta implacable.
Pero, más que sólo eso, volviendo a despertar prendida de ser tierra entrelazando la existencia a lo desconocido.
La existencia volvía entrelazada a lo desconocido; cuerpo permeado por movimientos apenas aprehensibles, sin referentes ni palabras. ¿Cómo no olvidar? Eternidad envuelta por el recuento tan sólo anecdótico. Se imponen los ritmos de una percepción cotidiana, a la medida de los tiempos que corren. .
En el libro El Sueño Creador,
María Zambrano, nos dice: Los seres humanos nos encontramos en esta
peculiar situación: nos es dado un cuerpo, un mundo, un espacio y
un tiempo, es decir, la posibilidad de ser; al par, nos es dado
imaginar la propia vida, apropiarla, tomarla o no. El tiempo es así un medio,
una abertura que ira moldeando al ser que somos, pero por la cual también se
abre camino a toda libertad posible[1]. Se vuelve posible
experimentar distintas versiones de lo primeramente dado.
La libertad emerge, se revela,
se pierde, vuelve a abrir y se construye entre desafíos que nos muestran
la posibilidad de no sólo dejarnos llevar confiados en la espontaneidad de lo
dado, de lo dado como pasado y como realidad, al punto casi de confundirlos,
incapaces de concebir otras realidades. En ese sentido existe un modo
de existencia fijo del pasado, “pasado que insiste, que no termina de pasar, es
decir, de perecer”[2].
Hacer parte de la construcción del tiempo propio,
afirmando el tiempo, también, si se trata de un mal tiempo, pues, pueden emerger fuerzas
inconmensurables, abismales, sin sentido; o historias discursivas huecas y sin
fuerza. Estas formas de darse una existencia llevan en sí sus posibles trampas,
como la de quedar sometido por el sentido de alguna fuerza como puede ser la apatía. Así, cuando emerge
el sentimiento de algún presagio, tendido como argumento sin sujeto, como
historia ya dada, como trampa que la vigilia se impone sin mayor cuestión,
entonces la vigilia no parecerá distinta de la forma del sueño dominado por los
imaginarios y los discursos reinantes. Historias que también nos
habitan, también nos corporizan. Más, es por lo inconmensurable de las fuerzas
que nos habitan, por lo imposible de ser enunciado, encasillado, figurado, del
ser de lo sensible, del acontecimiento, que las historias no son conclusivas,
finales, acabadas. A menos que hipotequemos el devenir de nuestras fuerzas. Se
trata de distintas perspectivas y formas de darse una existencia. De no volverse insensible a los tiempos que corren. Más, no
perdernos entre historias que nos cuentan, al tiempo que consumen nuestra vida.
Pero tampoco de carecer de argumento, de sentido propio. Fuerzas de las que es posible
beber al corporizar su sentido, y, exceder lo humano de su sentido, volver a encontrar los caminos de producción de los
cuerpos, de lo que pasa, de lo que emerge entre seres sintientes cuando quieren
también lo imposible, excediendo incluso, los sentido de finalidad.
Abrir la diferencia en sí, la diferencia en uno, lo
que necesariamente implicaría ver, dar cuenta de otras formas de querer, de
sentir, de amar. Dar cuenta de la diferencia en uno mismo, es abrir a los
sentidos de la tierra, abrir a los sentidos de otros seres sintientes y de una
multiplicidad de fuerzas y de dominios, pues son estos encuentros lo que va produciendo esa
diferencia al tiempo que somos capaz de afirmarla. Lo que vuelve a plantear,
siempre una pregunta, siempre abierta de un sentido ético. Pensamiento ético
que no esté separado de la afirmación de los sentidos del cuerpo, del deseo, de
experimentar las formas posibles de placer, de dolor, de salud y de enfermedad
capaz de cimbrar ésta realidad que vivimos.